30 de julio de 2015

¡Sólo así!

Evangelio según San Mateo 13,47-53. 


Jesús dijo a la multitud: "El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.
Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.
Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos,
para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le respondieron.
Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo".
Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí.

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo, Jesús recurre con el ejemplo de la red barredera a una imagen que ya utilizó en la parábola de la cizaña. Y es que es muy importante para el Maestro que comprendamos que el Padre llama a todos sus hijos a formar parte de su Reino. Que nos insiste a todos, para que conformemos con nuestro sí ese Nuevo Pueblo de Dios, que es la Iglesia.

  Pero ser llamado, nos dice Cristo, no significa ser escogido; porque eso dependerá de nuestra actitud, de nuestra entrega y de nuestra fidelidad. Es decir, de la libertad con la que actuamos y que hace que nuestros actos sean fruto de nuestra voluntad. Por eso, solamente aquellos que sean considerado dignos ante el Juicio del Creador, serán admitidos para compartir su Gloria. No los que presenten posturas y gestos externos, acordes a lo establecido; sino los que olvidándose de sí mismos, hayan vivido volcados en el amor a Dios y, por ello, a sus hermanos.

  Por eso no debe extrañarnos que en el rebaño del Señor, se nos cuelen lobos con piel de cordero. No podemos obviar que el propio Cristo llamó para un cargo muy especial a Judas, y éste le traicionó, ocasionando –aparentemente- su prendimiento y su muerte. Y a pesar de que muchos de ellos puedan sembrar el mal y engañarnos con sus astucias, ante el Sumo Hacedor se presentarán con el alma desnuda ante la verdad de su existencia.

  De ahí que el Maestro advierta a todos aquellos que le escuchan que no deben juzgar, ni entristecerse o desfallecer porque observen actitudes en sus hermanos, que no son apropiadas. El propio Jesús cuenta con ello y nos anima a poner la esperanza en sus promesas y en la fuerza de su Gracia. Nadie, absolutamente nadie, podrá engañar a Dios cuando le convoque al Juicio Final, para que sus ángeles separen a los buenos de los malos. Y es que no dudéis nunca de que aquellos que han dado la espalda al Señor y se han decidido por una vida de vicio y pecado, terminarán pagando las consecuencias.

  El Mesías pregunta a los suyos si han comprendido las palabras que les acaba de decir; y les insiste en si les han quedado claras. Porque ellos deberán convertirse en los nuevos escribas del Nuevo Israel – la Iglesia- . El mundo deberá comprender con el tiempo, que Jesús ha llevado la Ley de Moisés a su perfección; porque Él, como Dios, es el único que conoce su auténtico significado. Por eso necesita comunicar a los suyos la luz del Conocimiento; ya que ellos, a su vez, serán los portavoces que darán testimonio de la Palabra y de los hechos.


  Pero esa red que recoge toda clase de peces, no os olvidéis nunca que es una red divina. Y, por ello, con el poder de cambiar corazones, de dar luces a las mentes oscuras y cerradas y sanar las heridas del interior de muchos hombres. Para eso están los Sacramentos: para que el Espíritu Santo nos infunda sus dones; para que la penitencia ponga un bálsamo curativo en nuestra aflicción y amargura, con el perdón de Dios, y la Eucaristía inunde nuestra alma de  Vida divina. Sólo así, los peces de la red estarán en disposición de responder con fuerza y alegría a la llamada de la Gloria. Sólo así se nos recogerá para ser depositados en la canasta de los justos. Sólo así seremos convertidos en discípulos; si estamos dispuestos a sacar de lo Viejo, lo Nuevo. ¡Sólo así!