21 de julio de 2015

¡No hay camino más seguro!

Queridos todos: Como habéis visto en estos días, me ha sido imposible transmitiros mi comentario del Evangelio y, a pesar de que me duele no poder compartirlo con vosotros, debo aceptar las circunstancias que lo han hecho imposible. Cómo tengo la teoría de que cuando algo va bien al alma de las personas, el diablo pone todos los impedimentos, esas dificultades me ayudan a mantener la esperanza de que esa meditación es fructífera para muchos de vosotros. Vamos a seguir con la tarea y agradezco enormemente vuestras muestras de preocupación y cariño. Un abrazo a todos.





Evangelio según San Mateo 12,46-50. 


Todavía estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él.
Alguien le dijo: "Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte".
Jesús le respondió: "¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?".
Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: "Estos son mi madre y mis hermanos.
Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre". 

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo, Jesús expresa sin ningún género de dudas, qué requisitos deben cumplir todos aquellos que, a través del Bautismo, hemos entrado a formar parte de la familia cristiana. Es decir, que aceptar al Señor y comprometernos a cumplir sus mandatos, asumiendo como propia la voluntad divina, es el requisito que se necesita al hacerse uno con el Hijo y, a través de Él, adquirir la filiación divina con el Padre.

  Porque ser discípulo de Cristo es mucho más que seguir al Maestro; es ser fiel a su Persona, comprometiéndonos a vivir en conformidad a la Ley de Dios, que Jesús ha llevado a su plenitud. Y eso quiere decir que cada día de nuestra existencia, aceptaremos los hechos, las circunstancias y las situaciones que no podamos cambiar, cómo el medio adecuado que nos ayudará a alcanzar la vida eterna. Asumiremos como propias todas aquellas obras que –aunque no nos gusten- sabemos que vienen de la mano de Dios; porque el Señor nunca nos dará nada que no nos convenga. Y es que eso es el amor: ser fiel en los poco y en lo mucho; en lo difícil y en lo fácil. Es admitir que estamos al lado de Jesús, siempre; no sólo cuando entró en Jerusalén a lomos de un pollino y aclamado por todos, sino cuando se tambaleaba camino del Calvario, con la cruz a cuestas, insultado y vilipendiado por todos aquellos que pedían su crucifixión.

  Hemos de estar con el Maestro “a las duras y a las maduras”; porque eso es lo que hacen los hermanos que se quieren y pertenecen a una misma familia. Que están unidos por los lazos del cariño y de la libre decisión. Por eso esas palabras de Jesús, que si no estás atento pueden parecer de reproche, son en realidad un hermoso elogio a Aquella que ha sido bendita entre todas las mujeres, porque con su sí ha hecho posible la redención de los hombres.

  María no sospesó  lo que representaba aceptar la misión que el Padre le tenía encomendada desde antes de la Creación. Bien sabía ella lo que iba a representar para José y su familia un embarazo que sólo remitía a los planes que Dios tenía para la humanidad. No sabía cómo iban a responder los suyos, pero sí tenía claro cómo iba a responder Ella al Señor. Nadie se ha dado más al Padre, que esa Hija que se hizo su esclava, para ser fiel hasta en el más mínimo detalle. Ella entregó su libertad, para rendir su voluntad sin tropiezos, sin dudas, sin excusas. Sabe lo que dicen las Escrituras del Mesías; conoce bien y ha leído los textos de Isaías sobre el Siervo Doliente…y teme, pero confía.


  La Virgen ha sido, y es, el fiel custodio del Verbo divino. El Sagrario que ha mantenido en sí misma, al Hijo de Dios. Por eso yo creo que si en tu meditación, abres la puerta de tu corazón a Nuestra Señora, podrás entender las palabras que Jesús nos dice en el texto. Ella a través de su misericordia, te acercará a Jesús para que, como Ella, conformes esa familia que nace en el costado abierto de Cristo –la Iglesia- con una identidad común y un destino unido en el tiempo y en lo universal, que adquirimos en las aguas del Bautismo. Hemos de ser, como fue María, medios adecuados para que a través de nosotros, y por explícita voluntad de Dios, llegue la salvación de Cristo al mundo. ¡Pidámoslo a Nuestra Madre! No hay Camino más seguro, para llegar a Dios.