EDUCACIÓN
EN EL SUFRIMIENTO A TRAVÉS DE LA FE.
1
SALVAR LAS DIFICULTADES.
El horizonte
de la vida cristiana, como bien sabemos, no está exento de pruebas y
dificultades, de incomprensiones, de dolor y de sufrimiento. Pero, como hemos
visto en páginas anteriores, aquellos que en medio de las pruebas han tenido a
Cristo en sus vidas, han sabido conservar el dinamismo de la alegría que
provoca el espíritu que nace de la fe, y del compromiso con Jesucristo.
Hemos
observado, en todo el trabajo, que Jesús no vino a librarnos del sufrimiento
sino, con su Redención, a darle sentido. Que Él mismo vivió intensamente la
experiencia del dolor y que nada le ha sido ajeno, a excepción del pecado. Por
eso, el dolor perdió su carga de negatividad y se convirtió en crecimiento
personal; en el amor y la esperanza, manifestada tras la Cruz, y en la alegría
de la Resurrección.
Nos lo recuerda Juan Pablo II en su Carta Apostólica
“Redemptoris Homini”, punto 9, capítulo II, página27:
“La
redención del mundo —ese misterio tremendo del amor, en el que la creación es
renovada— es en su raíz más profunda «la plenitud de la justicia en un Corazón
humano: en el Corazón del Hijo Primogénito, para que pueda hacerse justicia de
los corazones de muchos hombres, los cuales, precisamente en el Hijo
Primogénito, han sido predestinados desde la eternidad a ser hijos de Dios y
llamados a la gracia, llamados al amor.”
También hemos
comprobado que cuando nos referimos a educación, hablamos de la intención de
lograr que nuestros educandos tengan un recto desarrollo personal que integre y
perfeccione todas sus potencias; pero sólo Jesucristo, en su Evangelio, ilumina
plenamente la entera realidad humana con el don de la fe que agudiza la
conciencia y abre nuestra mente para poder
descubrir, en los acontecimientos de nuestra vida, la presencia de la
Providencia Divina.
Nos lo recuerda Juan Pablo II en su Carta Apostólica
“Redemptoris Homini”, punto 10ª, capítulo II, página29:
“El
hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser
incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si
no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no
participa en él vivamente. Por esto precisamente, Cristo Redentor, como se ha dicho
anteriormente, revela plenamente el hombre al mismo hombre. Tal es —si se puede
expresar así— la dimensión humana del misterio de la Redención. En esta
dimensión el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor
propios de su humanidad.”
Si perdemos de
vista esta cuestión vital, desenfocaremos el principal objetivo de la educación
que es llevar a la persona a su perfección, ya que nunca podrá alcanzar el
verdadero conocimiento de sí misma, del mundo y de Dios.
2.
LA PEDAGOGÍA DIVINA COMO CAMINO EDUCATIVO.
Ya hemos
tratado anteriormente de la pedagogía divina, como camino privilegiado donde el
Señor nos educa en la fe y nos conduce a la plenitud del encuentro con el Amor,
a través de una respuesta que pertenece a la misma naturaleza del ser humano.
Nos educa en el horizonte de la esperanza, que nos ayuda a buscar por encima de
las tribulaciones presentes, la alegría prometida por Jesucristo.
Nos centra en
lo esencial, y nos ayuda a librarnos de los obstáculos que nos impiden nuestra
maduración personal. Nos da una visión en profundidad, ya que el dolor requiere
respuestas consistentes que surjan de lo profundo de nuestro ser. Nos enseña a
vivir el realismo cristiano, que nos abre los ojos a la realidad del mundo. Nos
educa en una visión positiva, que no tiene por qué ser ingenua ni evadirnos de
los problemas diarios. Y sobre todo, es una pedagogía que nos prepara para
vivir en el amor, con una autodonación generosa, renunciando a opciones que
pueden resultar más agradables, pero opuestas al plan de Dios. Por eso la
Revelación no ha sido un acto gratuito en el plan divino, sino el medio para
iluminar la razón en la búsqueda de la Verdad e indagar dentro del misterio, cuyo
verdadero punto central es la muerte de Cristo en la Cruz.
Como hemos
comentado en el apartado del sufrimiento, hay toda una doctrina sapiencial que
habla sobre el motivo del sufrimiento, ventilado especialmente en el libro de
Job; y alcanza la cumbre de la doctrina sobre la salvación mesiánica, en los
textos del Justo Sufriente, en el Antiguo Testamento, que enlaza posteriormente
con la predicación de Jesús. Pero es en
el Nuevo Testamento, donde se recogerá explícitamente la doctrina del valor
pedagógico y salvador de los sufrimientos del Justo: se enseñará que la
paciencia en la tribulación es el camino propio de los discípulos que, al
enfrentarse a las duras pruebas, generarán, producirán y aumentarán las
virtudes humanas que facilitarán la recepción de las sobrenaturales, por la
Gracia de Dios.