TESTIMONIOS.
1.
ESPERANZADOR TESTIMONIO DE UN SACERDOTE TETRAPLÉJICO.
Comencemos por
el testimonio de Don Luís de Moya -extraído del diario Alba- que en 1991, siendo
ya sacerdote del Opus Dei, sufrió un accidente de tráfico en el que salvó
milagrosamente la vida. Pero en el choque sufrió la fractura de la cuarta
vértebra cervical que le dañó la médula espinal y le hizo perder la movilidad
de todo el cuerpo. Salvó la vida, pero tuvo que aprender a vivir con un cuerpo
maltrecho, dependiente de los demás para casi todo.
Don Luís vive
en Pamplona, y su casa es un lugar en el que se palpa el gran cariño que le
tienen las personas que le atienden. Es fácil entrar en su habitación y
encontrarlo contestando él mismo algunos correos electrónicos en su ordenador
adaptado. Trece años después del accidente que lo ha mantenido al cuidado de
los demás, afirma con rotundidad que:
“todo
ser humano necesita de un ambiente en el que pueda sentirse querido, ya esté
enfermo o sano, sea joven o adulto, necesite una silla de ruedas o no la
necesite. Sentirse comprendido y ayudado por los demás es una necesidad del
hombre. Tenemos sentimientos y corazón, nos alegramos de las buenas noticias de
los demás, y lloramos con los que lloran. Los animales no lloran ni riñen; el
hombre sí.
Una persona que recibe cariño y da cariño es
imposible que piense en suicidarse; pues ese amor ayuda a sostenerse, a seguir
trabajando. Sentirse querido y necesitado es muy importante. Es necesario que
existe el cariño entre las personas que uno tiene más cerca, y esto no
significa que alguna vez no esté de mal humor por las molestias o los dolores,
pero a la vez hay que esmerarse por poner buena cara pensando en los demás,
para ofrecer los sentimientos a Dios”
Algo que en la
vida de Don Luís es un interminable ejemplo. Seguro que hay gente a la que le
resulta chocante la dignidad con la que este hombre vive su vida; pero en una
ocasión, y tal vez esto ayude a entenderlo, él llegó a decir que se sentía como
un millonario que había perdido un billete de mil pesetas –ahora seis euros-
expresión que explica, de un modo optimista, con una simpleza aplastante:
“Yo no podía permitirme entrar en una dinámica
negativa, pensando constantemente en lo desgraciado que era por haber sufrido
un accidente de tráfico. Sabía que tenía que seguir trabajando y ejerciendo mi
labor sacerdotal”
Así que se
puso manos a la obra y no dejó pasar el tiempo para, enseguida que se recuperó
de la operación, seguir dando clases y trabajando como capellán en la Escuela
de Arquitectura de la Universidad de Navarra, colaborando con otros sacerdotes
en labores pastorales con universitarios.
Lejos de lo
que pueda parecer, Don Luís no es un inconsciente que desconozca su situación;
al contrario, sabe muy bien que ha sufrido un accidente que le impide la
movilidad; pero se permite el lujo de apostillar que eso no tiene tanta
importancia, pues el secreto para llevarlo adelante es saberse hijo de Dios y
estar convencido de que un Padre jamás nos dará nada que sea propiamente malo.
Dios no es cruel y por tanto, si se tiene
el convencimiento de que es inmensamente bueno, todo lo que se reciba de
Él será para bien nuestro y de los
demás. Por eso considera que ha perdido nada más que un billete de escaso
valor, al tener en cuenta todos los millones que de Él ha recibido y sigue
recibiendo: La cantidad de ángeles que
le cuidan y le facilitan la vida; los alumnos que le admiran y toman
ejemplo de él cuando surgen sus “pequeñas” dificultades; sus compañeros, que le
tratan como si no tuviera impedimentos y le fuerzan a superarse; los
innumerables momentos de felicidad que comparte con el dolor y a pesar de él. Don Luís tiene muy claro lo que era, lo que
es y lo que perdió, por eso nos lo aclara en las siguientes palabras:
“Cuando pude ser consciente, vi que no había
cambiado nada de lo fundamental para mí. Fui muy realista y entendí enseguida
lo que supone una lesión de tipo medular: la parálisis y la insensibilidad.
Entonces comprendí que no iba a poder andar, ni mover los brazos, que a duras
penas iba a poder sostener la cabeza y que tendría que mantener el equilibrio
con la ayuda de una silla de ruedas. Pero sabía que yo era el mismo, a pesar de
todo. Tendría que apoyarme en todas las ayudas con las que pudiera contar y,
sobre todo, en la fuerza de Dios. Lo dramático hubiera sido perder el destino
eterno, perder la fuerza de Dios. Quizá es que pensamos poco en lo que somos y
valemos siendo humanos: porque Dios nos ha querido personas. Y no está la
grandeza del ser humano, la grandeza de ser personas, en el movimiento.
¡Cuántos animales nos superan con creces en velocidad y agilidad, pero ni
razonan ni aman, ni tienen un destino eterno en el Cielo!”
Desde los años
de experiencia al mando de una silla de ruedas, se le invita a hablar en
innumerables sitios para los que puedan sufrir, o bien ya hayan sufrido, una
lesión como la suya. A ellos los anima a que no entren en esa dinámica negativa
de echar cuentas, una y otra vez, de las muchas desgracias que padecen como
consecuencia de un tonto accidente; que no se dejen vencer por la pereza o la
dejadez, que no entren en ese círculo vicioso de pensar lo desgraciados que
son, lo que han perdido o lo que nunca más podrán volver a hacer.
Todo será
sufrimiento y dolor por la pérdida irrecuperable que han tenido, por tanto como
han perdido…Don Luís, por el contrario, los anima a que “trabajen”, a que busquen
actividades, a que se obliguen a un
horario, sin plantearse esas actividades como un mero distraerse que les ayuda
a “pasar el tiempo”. Deben pensar en lo que todavía conservan, no en lo que han
perdido, en cómo sacarle rendimiento ¡hay demasiadas cosas que hacer como para
no hacer nada! Y si alguno no se le ocurre como, Don Luís les anima a que se
pongan en contacto con él, y con estas palabras les recomienda:
“Mi experiencia es que vale la pena seguir
viviendo. A pesar de que me faltan algunos alicientes importantes, que se
suelen considerar necesarios para una vida maravillosa, pienso francamente que
mi vida vale la pena. Al menos para mí. Aparte de que también tenga interés
para otros, porque les puedo servir. No me considero un desgraciado. Me parece
que no encontrarle sentido a la vida de las personas supone animalizar al
hombre, reducirlo a estado de res. Igualar su vida a la de los animales, que
tienen interés en cuanto a experimentos o piel para cinturones. En sí misma, la
vida de los animales no tiene más. No podemos pensar que la vida del hombre es
algo tan puramente coyuntural como la piel de cocodrilo o la carne de las
vacas. Me parece que nuestra vida es algo más que lo puramente dinámico, que
las risas, que los placeres, que los movimientos.
Como
el Papa dice en su último libro, el hombre supera infinitamente al hombre. Hay
algo en él que no es de dimensiones humanas. Por eso, cualquier vida es
sagrada, aunque sea muy pequeña, muy deficiente, aunque esté a punto de morir.
Y no podemos acabar con ella. Mi vida tiene un destino y no tengo derecho a
hacer con ella lo que quiera.”
No se olvida
de los familiares que comparten ese sufrimiento y tiene palabras de aliento
para ellos:
“Les animaría a que valoren lo que tienen en
casa. Realmente es un tesoro. Les ayudará a trabajar por los demás, a valorar
la vida. Dan amor y reciben amor. Se harán más humanos, más comprensivos. Les
diría que sientan la responsabilidad de amar con hechos a quien tanto los
necesita y que tengan la certeza de que en esto, más que en ninguna otra cosa,
estará la grandeza de cada uno de ellos”