14 de junio de 2015

¡Testimonios!

TESTIMONIOS.


1. ESPERANZADOR TESTIMONIO DE UN SACERDOTE TETRAPLÉJICO.


   Comencemos por el testimonio de Don Luís de Moya -extraído del diario Alba- que en 1991, siendo ya sacerdote del Opus Dei, sufrió un accidente de tráfico en el que salvó milagrosamente la vida. Pero en el choque sufrió la fractura de la cuarta vértebra cervical que le dañó la médula espinal y le hizo perder la movilidad de todo el cuerpo. Salvó la vida, pero tuvo que aprender a vivir con un cuerpo maltrecho, dependiente de los demás para casi todo.


   Don Luís vive en Pamplona, y su casa es un lugar en el que se palpa el gran cariño que le tienen las personas que le atienden. Es fácil entrar en su habitación y encontrarlo contestando él mismo algunos correos electrónicos en su ordenador adaptado. Trece años después del accidente que lo ha mantenido al cuidado de los demás, afirma con rotundidad que:
“todo ser humano necesita de un ambiente en el que pueda sentirse querido, ya esté enfermo o sano, sea joven o adulto, necesite una silla de ruedas o no la necesite. Sentirse comprendido y ayudado por los demás es una necesidad del hombre. Tenemos sentimientos y corazón, nos alegramos de las buenas noticias de los demás, y lloramos con los que lloran. Los animales no lloran ni riñen; el hombre sí.
   Una persona que recibe cariño y da cariño es imposible que piense en suicidarse; pues ese amor ayuda a sostenerse, a seguir trabajando. Sentirse querido y necesitado es muy importante. Es necesario que existe el cariño entre las personas que uno tiene más cerca, y esto no significa que alguna vez no esté de mal humor por las molestias o los dolores, pero a la vez hay que esmerarse por poner buena cara pensando en los demás, para ofrecer los sentimientos a Dios”


   Algo que en la vida de Don Luís es un interminable ejemplo. Seguro que hay gente a la que le resulta chocante la dignidad con la que este hombre vive su vida; pero en una ocasión, y tal vez esto ayude a entenderlo, él llegó a decir que se sentía como un millonario que había perdido un billete de mil pesetas –ahora seis euros- expresión que explica, de un modo optimista, con una simpleza aplastante:
   “Yo no podía permitirme entrar en una dinámica negativa, pensando constantemente en lo desgraciado que era por haber sufrido un accidente de tráfico. Sabía que tenía que seguir trabajando y ejerciendo mi labor sacerdotal”


   Así que se puso manos a la obra y no dejó pasar el tiempo para, enseguida que se recuperó de la operación, seguir dando clases y trabajando como capellán en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra, colaborando con otros sacerdotes en labores pastorales con universitarios.


   Lejos de lo que pueda parecer, Don Luís no es un inconsciente que desconozca su situación; al contrario, sabe muy bien que ha sufrido un accidente que le impide la movilidad; pero se permite el lujo de apostillar que eso no tiene tanta importancia, pues el secreto para llevarlo adelante es saberse hijo de Dios y estar convencido de que un Padre jamás nos dará nada que sea propiamente malo. Dios no es cruel y por tanto, si se tiene  el convencimiento de que es inmensamente bueno, todo lo que se reciba de Él será para  bien nuestro y de los demás. Por eso considera que ha perdido nada más que un billete de escaso valor, al tener en cuenta todos los millones que de Él ha recibido y sigue recibiendo: La cantidad de ángeles que  le cuidan y le facilitan la vida; los alumnos que le admiran y toman ejemplo de él cuando surgen sus “pequeñas” dificultades; sus compañeros, que le tratan como si no tuviera impedimentos y le fuerzan a superarse; los innumerables momentos de felicidad que comparte con el dolor y a pesar de él.  Don Luís tiene muy claro lo que era, lo que es y lo que perdió, por eso nos lo aclara en las siguientes palabras:
   “Cuando pude ser consciente, vi que no había cambiado nada de lo fundamental para mí. Fui muy realista y entendí enseguida lo que supone una lesión de tipo medular: la parálisis y la insensibilidad. Entonces comprendí que no iba a poder andar, ni mover los brazos, que a duras penas iba a poder sostener la cabeza y que tendría que mantener el equilibrio con la ayuda de una silla de ruedas. Pero sabía que yo era el mismo, a pesar de todo. Tendría que apoyarme en todas las ayudas con las que pudiera contar y, sobre todo, en la fuerza de Dios. Lo dramático hubiera sido perder el destino eterno, perder la fuerza de Dios. Quizá es que pensamos poco en lo que somos y valemos siendo humanos: porque Dios nos ha querido personas. Y no está la grandeza del ser humano, la grandeza de ser personas, en el movimiento. ¡Cuántos animales nos superan con creces en velocidad y agilidad, pero ni razonan ni aman, ni tienen un destino eterno en el Cielo!”


   Desde los años de experiencia al mando de una silla de ruedas, se le invita a hablar en innumerables sitios para los que puedan sufrir, o bien ya hayan sufrido, una lesión como la suya. A ellos los anima a que no entren en esa dinámica negativa de echar cuentas, una y otra vez, de las muchas desgracias que padecen como consecuencia de un tonto accidente; que no se dejen vencer por la pereza o la dejadez, que no entren en ese círculo vicioso de pensar lo desgraciados que son, lo que han perdido o lo que nunca más podrán volver a hacer.


   Todo será sufrimiento y dolor por la pérdida irrecuperable que han tenido, por tanto como han perdido…Don Luís, por el contrario, los anima a que “trabajen”, a que busquen actividades, a que se obliguen a  un horario, sin plantearse esas actividades como un mero distraerse que les ayuda a “pasar el tiempo”. Deben pensar en lo que todavía conservan, no en lo que han perdido, en cómo sacarle rendimiento ¡hay demasiadas cosas que hacer como para no hacer nada! Y si alguno no se le ocurre como, Don Luís les anima a que se pongan en contacto con él, y con estas palabras les recomienda:
   “Mi experiencia es que vale la pena seguir viviendo. A pesar de que me faltan algunos alicientes importantes, que se suelen considerar necesarios para una vida maravillosa, pienso francamente que mi vida vale la pena. Al menos para mí. Aparte de que también tenga interés para otros, porque les puedo servir. No me considero un desgraciado. Me parece que no encontrarle sentido a la vida de las personas supone animalizar al hombre, reducirlo a estado de res. Igualar su vida a la de los animales, que tienen interés en cuanto a experimentos o piel para cinturones. En sí misma, la vida de los animales no tiene más. No podemos pensar que la vida del hombre es algo tan puramente coyuntural como la piel de cocodrilo o la carne de las vacas. Me parece que nuestra vida es algo más que lo puramente dinámico, que las risas, que los placeres, que los movimientos.
Como el Papa dice en su último libro, el hombre supera infinitamente al hombre. Hay algo en él que no es de dimensiones humanas. Por eso, cualquier vida es sagrada, aunque sea muy pequeña, muy deficiente, aunque esté a punto de morir. Y no podemos acabar con ella. Mi vida tiene un destino y no tengo derecho a hacer con ella lo que quiera.”


   No se olvida de los familiares que comparten ese sufrimiento y tiene palabras de aliento para ellos:

   “Les animaría a que valoren lo que tienen en casa. Realmente es un tesoro. Les ayudará a trabajar por los demás, a valorar la vida. Dan amor y reciben amor. Se harán más humanos, más comprensivos. Les diría que sientan la responsabilidad de amar con hechos a quien tanto los necesita y que tengan la certeza de que en esto, más que en ninguna otra cosa, estará la grandeza de cada uno de ellos”