2 de junio de 2015

¡Que no nos silencien!

Evangelio según San Marcos 12,13-17. 


Le enviaron después a unos fariseos y herodianos para sorprenderlo en alguna de sus afirmaciones.
Ellos fueron y le dijeron: "Maestro, sabemos que eres sincero y no tienes en cuenta la condición de las personas, porque no te fijas en la categoría de nadie, sino que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios. ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no? ¿Debemos pagarla o no?".
Pero él, conociendo su hipocresía, les dijo: "¿Por qué me tienden una trampa? Muéstrenme un denario".
Cuando se lo mostraron, preguntó: "¿De quién es esta figura y esta inscripción?". Respondieron: "Del César".
Entonces Jesús les dijo: "Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios". Y ellos quedaron sorprendidos por la respuesta. 

COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Marcos, comienza con un hecho que ha sido un denominador común en toda la vida del Maestro: y es que, hiciera lo que hiciera, siempre sufría el acoso –permanente y habitual- de aquellos miembros del Sanedrín, que buscaban perderle. Llama la atención que, como nos explicita el texto, los fariseos, los saduceos y los herodianos, que siempre discutían y se increpaban entre sí, se hubieran unido para hacer un frente común contra Jesús. Pero eso no debe extrañarnos, ya que –siglos después- sigue ocurriendo lo mismo en todos los lugares de la tierra. Diferentes filosofías, distintos sistemas políticos, diversas personas provenientes  de culturas dispares, pero todos con un objetivo común: terminar con la Iglesia y erradicar a Dios del corazón de los hombres.

  Cuando vemos esto; cuando observamos cómo va el mundo y lo que sufren nuestros hermanos perseguidos, hemos de darnos cuenta del valor y la importancia que tiene propagar la fe, a pesar de todo, para la salvación de los hombres. Porque si el diablo se toma tantas molestias en intentar hundir la Barca de Pedro, y a todos los que navegamos dentro, es indiscutible que le molestamos en sus planes. Verdaderamente, Cristo dejó la Redención del género humano en sus Sacramentos; y terminar con ellos, es una obsesión para el Maligno y todos los que están a su servicio. Hoy podríamos darles muchos nombres, con apellidos; ya que luchan sin descanso por finiquitar cualquier vestigio  del paso de Nuestro Señor por la tierra, en nombre de una libertad que huele a dictadura. Pero mal que les pese y por más que lo intenten, la Verdad es una: y Cristo estuvo en un tiempo determinado y en un lugar específico. Nació, vivió, padeció y murió por nosotros; resucitando al tercer día y consiguiendo –para aquellos que deseemos alcanzarla- la vida eterna. Y privarnos de este conocimiento, no es solamente dejarnos huérfanos espiritualmente, sino terminar culturalmente con un derecho que nos pertenece a todos: iluminar nuestro entendimiento con los hechos que han ocurrido en la historia ¡Silenciarlos no consigue que desaparezcan!

  Vemos en este párrafo, como de forma sibilina y como es costumbre en los servidores del mal, buscaron el halago para perder al Maestro. Dieron rodeos, falsearon la verdad, maquillaron la mentira…siempre las mismas armas para confundir a los hombres. Sin embargo, Dios no se anda con “chiquitas”; y cuando nos transmite su mensaje, no lo dulcifica, sino que habla alto y claro, para que no nos quede ninguna duda. Por eso no hemos de temer ni huir, ante aquellos que nos enfrentan a nuestras miserias e intentan que corrijamos nuestros errores. Porque sólo los que nos quieren, intentarán que cada día seamos mejores.

  Esos fariseos que se consideraban a sí mismos inteligentes, agudos, irónicos y muy capaces de hacer caer al Maestro en una trampa mordaz, le lanzan una pregunta insidiosa convencidos de que con su respuesta, van a ponerle en un aprieto de muy difícil solución. Y bien que lo hubieran podido lograr, si no se tratara del Hijo de Dios que conocía la maldad que anidaba en sus almas. Ya que si los judíos eran el Pueblo de Dios y sólo a Él se debían, pagar impuestos al opresor se podía considerar una traición al Altísimo y al propio pueblo. Sin embargo, si se negaba a pagar, ahí estaban los herodianos para denunciarlo al poder de Roma.


  Pero Jesús, con calma, revela la actitud que debe ser la propia y la adecuada para cualquier cristiano: el bien común temporal lo gestionan los gobiernos; y el bien espiritual, pertenece a la potestad de la Iglesia. Es decir, que el Señor reconoció el poder cívico y sus derechos, y el cumplimiento que le debemos los ciudadanos; siempre y cuando no menoscabe a los derechos superiores que le debemos a Dios. Porque nunca hemos de olvidar que, ante todo, somos hijos de Dios en Cristo, hagamos lo que hagamos. Somos, por el hecho de existir, personas creadas a imagen de Dios y, por ello, poseedoras de unos derechos inviolables. Y, por el Bautismo, somos elevados a la altísima dignidad de familia divina. Después, podemos ser altos o bajos; padres o hijos; médicos o barrenderos; enfermos o sanos; ricos o pobres. Pero toda nuestra vida debe estar impregnada de ese buen olor de Cristo, que es característico de los miembros de la Iglesia; y que a todos nos iguala a los ojos de Dios.