Evangelio según San
Mateo 7,6.12-14.
No den las cosas sagradas a los perros, ni arrojen sus
perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra
ustedes para destrozarlos.
Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.
Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí.
Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran.
Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.
Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí.
Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran.
COMENTARIO:
En este
Evangelio de san Mateo, podemos contemplar tres epígrafes que, a pesar de ser
distintos en su contenido, tienen las mismas consecuencias: que alcancemos la
salvación. En ellos, el escritor sagrado ha reunido los consejos de Jesús, para
que valoremos y guardemos su mensaje, como lo que es: camino de santidad.
Por eso
comienza el Maestro con esas palabras, indicándonos que su doctrina debe ser
custodiada y defendida, porque es la culminación de la revelación. Es en su
Palabra, donde el hombre alcanza el descubrimiento de Dios en Cristo. Y
semejante tesoro no se puede dejar en manos de aquellos que hacen de la fe, un
escarnio. La comunicación de la redención al género humano, no debe ser
transmitida a los que no están dispuestos a aceptarla; no sólo porque la
libertad es la premisa que abre la puerta del corazón, sino porque se precisa
de esa actitud interior, que espera recibir la semilla. Ya hemos visto como
aquellos doctores de la Ley, cerraron sus oídos y sus ojos, a la realidad
divina del Hijo de Dios. Justificaron los milagros, negaron la evidencia, y
ridiculizaron al Maestro. Todo, menos aceptar
la Verdad; por eso Jesús sólo estuvo dispuesto a recibir y compartir a aquellos
fariseos que se acercaron con buena voluntad, a escuchar su mensaje.
Con un ejemplo
muy gráfico, el Señor hace un paralelismo entre las ofrendas que se presentaban
al Templo y que, por ser para Dios, adquirían la connotación de sagradas, con la
doctrina que surge de sus labios. Y es que esos presentes sólo podían dedicarse
a los holocaustos, reservarse para el culto, o bien para el uso de los
sacerdotes. Es evidente que lo que se consideraba puro, posteriormente no se
podía entregar para un uso que denigrara su naturaleza. Pues imaginaros lo bendita
y sublime que es la Palabra de Cristo. Y esa es la que custodia como un tesoro
la Iglesia y, por ello, cada uno de nosotros que somos sus miembros.
El mismo Jesús,
cuando estuvo ante Herodes, cerró sus labios y no contestó a ninguna de sus
preguntas; no intentó evangelizarlo, ni llamarlo a la conversión. Porque el Señor
sabía, ante la degradación moral del Tetrarca, que no le movía ni el
arrepentimiento ni el deseo de cambiar. Sólo la curiosidad de tener ante sus
ojos, Aquel que algunos consideraban el Mesías. Sin embargo, y a pesar de no
haber sido valiente para defender a Jesús, el Maestro sí entabló un corto
diálogo con Poncio Pilatos. Intentó mover su corazón, respondiendo a algunas
cuestiones que el prefecto romano le planteó. Dos personas que podían parecer
iguales, y en cambio tenían intenciones totalmente diferentes. Aunque al final,
ninguna tuviera el valor de convertirse.
El Señor no se
rindió jamás, en su intento de no perder a las ovejas que le habían sido
encomendadas; y, hasta su último aliento en la Cruz, fue para convertir al buen
ladrón, perdonándole sus pecados. Sin embargo, no cruzó ni dos palabras con
aquel que, a su izquierda, vociferaba contra Él. No porque no quisiera hacerlo,
sino porque el otro no estaba dispuesto a escucharle. Por eso nosotros, hemos
estar atentos a los lugares, los momentos y las circunstancias donde vamos a
evangelizar. Ya que, muchas veces, nos podemos encontrar –sobre todo en los
medios de comunicación- que sólo busquen ridiculizar el mensaje cristiano; y
sea peor el remedio que la enfermedad. Debemos saber dónde estamos y ante quién.
Que jamás hemos de forzar voluntades, sino proponer la Verdad y entregarla a
los que quieran recibirla.
Otro de los
puntos que trata el texto, es esa frase que en realidad, es el compendio y
resumen de toda la Ley: “Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes,
háganlo por ellos”. Y no sólo se trata de entregar bienes, compartir momentos,
ayudar enfermos o superar dificultades. Sino que, mientras hacemos todo esto,
podamos comunicar a nuestros hermanos el don más preciado que tenemos: la fe.
Por eso lo primero que hemos de participar a todos aquellos que nos rodean, es
la doctrina cristiana; el acercar a los demás a disfrutar de los Sacramentos,
en la Iglesia. Ese y no otro, debe ser el tesoro de los bautizados; por el que
vivimos, luchamos y padecemos. Nuestro anhelo y nuestra alegría y, por ello, lo
que estamos ansiosos por comunicar.
Justo después
de esto, el Maestro nos da una tercera recomendación: y es advertirnos de que
el camino que conduce a la Gloria, es costoso. Porque para el hombre, asumir
como propia la voluntad de Dios, no siempre está de acuerdo con nuestros
planes. Ser fiel a los Mandamientos, requerirá un sobreesfuerzo para vencer
nuestra naturaleza herida por el pecado. Por eso el Señor, de una forma velada,
aconseja a los suyos que luchen por adquirir virtudes, Ya que, sólo así,
generando hábitos buenos a través de una repetición de actos, conseguiremos tender
hacia la perfección, ayudados por la Gracia. No podemos perder de vista que esos dos caminos de los que nos habla el
párrafo, indican elección. Y elegir nunca es fácil; pero si la meta es la Vida
eterna, quizá no sea tan dificultoso andar por el sendero que nos conduce al
Reino. Por eso tú y yo, con nuestros actos, debemos dar testimonio de Dios en
la tierra; ahora más que nunca. Tú y yo, con el día a día, debemos proclamar al
mundo –con hechos- que preferimos al Señor por encima de todo. No pierdas el
tiempo con tonterías; ya que la mies es mucha y los obreros pocos.