11 de junio de 2015

¡Menudo "regalazo"!

Evangelio según San Mateo 10,7-13. 


Jesús dijo a sus apóstoles:
Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.
Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente."
No lleven encima oro ni plata, ni monedas,
ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento.
Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir.
Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella.
Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes. 

COMENTARIO:

  Vemos en este Evangelio de san Mateo, como Jesús anima a sus discípulos a que, mientras van por el camino, proclamen el Evangelio. En otras traducciones este “proclamen” se puede leer como “id a predicar”; ya que en el fondo, lo que el Maestro quiere dejarnos claro  es que la vida del cristiano debe ser –tanto en palabras como en obras- la manifestación de nuestra fe.

  Y como después nos indicará san Pablo, eso no excluye ninguna situación, ni ninguna circunstancia de nuestro hacer habitual. Ya que, al igual que tenemos un color de ojos, o una estatura determinada, también tenemos una naturaleza humana rescatada, trascendida y endiosada, al haber recibido el Bautismo y habernos hecho hijos de Dios en Cristo por el Espíritu. Por eso ser creyente, es pertenecer a Dios y actuar como tal: sin coacciones, sin vergüenzas, sin miedos…Ya que tenemos el mismo derecho que cualquier ciudadano, a expresar en total libertad la realidad de nuestro ser, y nuestro sentir. Sin olvidar nunca que el mandato que hemos recibido es apostólico; es decir, dar testimonio del Padre, en cualquier parte del mundo, a sus hijos.

  En aquellos momentos, la obra que les pidió el Maestro a sus apóstoles que transmitieran, fue la misma que había realizado Cristo en el inicio de su misión: predicar la cercanía del Reino de los Cielos. Y les fue permitido realizar obras que manifestaban su poder sobre la muerte y la enfermedad, para demostrar que su misión era divina. Ahora, a cualquiera de nosotros, de otra manera, se nos posibilita comprobar que al lado del Señor somos capaces de devolver la vida a las almas que estaban muertas por el pecado; sanar de la lepra el interior de las gentes, al acercarlas al Sacramento de la Penitencia, y expulsar el demonio del corazón de aquellos que habían dado la espalda a Dios, al iluminar su oscuridad con la luz del Paráclito y la fuerza de la Palabra. Cada uno, evidentemente, deberá cumplir según su vocación, como miembro de la iglesia. Y así podrá responder a las necesidades que el propio Jesús le ha sugerido. Para ti y para mí, que hemos sido llamados a servir desde el laicado y la vida ordinaria, hemos de hacer de esa vida ordinaria el camino de la santidad personal, y el medio para lograr la santificación de nuestros hermanos.

  Observamos en el texto, como Jesús les pide a sus apóstoles que también lo imiten en el desprendimiento de los bienes. Es decir, que no pongan su seguridad en las cosas materiales, y descansen en su Providencia. Que no esperen a tener todos los medios necesarios, para llevar a cabo la tarea encomendada –porque el demonio se encargará de poner todos los escollos posibles- sino que asuman la urgencia de la misión que se les ha encomendado, y confíen en que el Padre proveerá para el bien de sus hijos. Y que nunca jamás utilicen a Dios como medio para hacer negocio, ganar dinero o disfrutar de una posición social. Porque cuando el dinero es el fin, y no la propagación de la Verdad y la ayuda a los demás, el alma del ser humano se corrompe y se prostituye su destino. Por eso Jesús advierte a su Pueblo, de que debe cuidar y ayudar a sus miembros en su sustento y su bienestar. Hemos de proteger a todos aquellos que, como Iglesia, sirven al Señor en función del bienestar de los hermanos.

  Y aquí hay un apartado, que no puede pasarnos desapercibido; ya que el Maestro recomienda a los suyos, que vigilen su honra permaneciendo en casa de alguien respetable. No quiere que den pie a un motivo de escándalo, porque ellos son portadores del mensaje cristiano. Quiere que huyan –y huyamos- de las malas compañías, que pueden dar interpretaciones erróneas. Cierto es que siempre habrá aquel que, con una mente sucia, hable mal de nosotros; pero el Señor desea que, por lo menos, nuestra actitud no haya sido la causa de su pecado.

  También, de una forma solapada, nos advierte Jesús sobre las tentaciones. Ya que no hace falta demostrar que podemos vencerlas, poniéndonos en peligro al flirtear con ellas, si no es por una verdadera necesidad. Ya que, en el fondo, es un acto de orgullo y, desde luego, una temeridad. Nadie, en su sano juicio, camina por el borde de un precipicio; entre otras cosas, porque sabemos que los imprevistos están ahí, y un mareo o unas piedras resbaladizas nos pueden hacer caer al abismo.


  El Señor nos dice que sus discípulos tenemos, no sólo la paz con nosotros, sino el don de transmitirla. Porque esa paz es el obsequio que trajo Cristo al mundo, al dar sentido a cada hecho y situación de nuestra vida. Por eso, si nosotros acercamos a los que queremos a Dios, en realidad les damos el descanso y la alegría de los bienaventurados: la unión con el Señor, que provoca la tranquilidad  del alma, al dar respuesta a todas las preguntas; preparándonos para la Gloria eterna y futura. Si lo pensáis bien ¡Menudo “regalazo” que les hacemos!