30 de junio de 2015

¡No hay lugar más seguro!

Evangelio según San Mateo 8,23-27. 


Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron.
De pronto se desató en el mar una tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía.
Acercándose a él, sus discípulos lo despertaron, diciéndole: "¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!".
El les respondió: "¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?". Y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma.
Los hombres se decían entonces, llenos de admiración: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?". 

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo, podemos comprobar cómo Jesús se manifiesta como verdadero Hijo de Dios. Ya que, hasta la propia naturaleza lo admite como su Señor y obedece sus mandatos.  En este relato, el escritor sagrado nos transmite de una forma solemne y sobria –que evita todo detalle superfluo- la majestad de Jesús y su respuesta solícita a las inquietudes  de los hombres. Ya que quiere mostrar al mundo que lo lee y que lo escucha, que en la Persona y en la obra de Cristo, se cumple todo el Antiguo Testamento: que nos encontramos ante el Mesías prometido, del que hablaban las Escrituras.

  Ahí está el Maestro, de pie a la proa de la Barca, increpando a los vientos y a las aguas, para devolver la paz y la tranquilidad a las almas que creían perecer. Ahí están los Apóstoles, que le han visto con asiduidad expulsar a los diablos, sanar enfermedades y devolver la vida a los que ya habían muerto. Y, sin embargo, ante las dificultades que embisten la nave de la vida que los transporta hasta la otra orilla, se sienten desfallecer. Dudan, temen, vuelven a preguntarse si Aquel que duerme puede librarles de un peligro que parece inminente. Ninguno confía en la Providencia divina, que se manifiesta de forma Personal, en el Nazareno.

  Tienen que despertarle; comprobar que su poca fe no viene motivada porque el Señor no les haya dado muestras de su poder, sino porque ellos albergan una naturaleza herida por el pecado, que no les permite apreciar la auténtica realidad de su Maestro: que se encuentran delante del Señor de la vida y de la muerte. Que están en presencia del Verbo encarnado; y ante Él, toda la creación se somete, porque todo fue hecho a su imagen y para su Gloria. Ese es el motivo de que cuando Jesús domina la tempestad, sigan preguntándose los que le acompañan: ¿Quién es éste?

  Solamente la luz del Espíritu logrará que cada uno de los que conforman la Barca de Pedro, alcance la plenitud del conocimiento y pueda descubrir –sin género de dudas- que en la Humanidad de Cristo se esconde la Divinidad de Dios. Por eso, cuando tú y yo veamos resquebrajarse nuestra fe ante el dolor, la soledad o la muerte, hemos de recurrir a la Gracia de los Sacramentos; porque, aunque no nos lo parezca, es cuando más la necesitamos. Ya que, en ellos, el Padre nos envía al Paráclito para que sepamos apreciar la misericordia, el amor y el significado de cada suceso –bueno y malo- que padecemos y gozamos en esta vida. Y así apreciaremos que ninguno de nosotros camina solo, porque Cristo –el Hijo de Dios- nos sostiene, nos cuida y nos protege.

  Él no duerme; sólo espera que descansemos en su fuerza y seamos humildes para asumir, que hay muchas circunstancias que se escapan a nuestro control. Quiere que confiemos en su Palabra; porque todo está dicho y no hay nada nuevo. Y Cristo nos ha asegurado que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos. Que nos abrirá, cuando le llamemos. Por eso necesitamos imperiosamente del Espíritu Santo, para percibir y encontrar en cada circunstancia de la vida, la mano firme y segura del Maestro que nos insta a no tener miedo.


  Pero el texto presenta una segunda lectura, ya que todo el Evangelio de san Marcos es considerado como “el evangelio eclesiástico”. Y su razón no es que fuera el más usado en la Iglesia antigua, sino que en él aparece constantemente la Iglesia, como una realidad palpable que se percibe en el trasfondo de su narración. Así podemos admirar como el hagiógrafo hace un paralelismo entre la Barca y la Iglesia; donde Jesús ha subido en ella y sus discípulos le han seguido para poder alcanzar, sanos y salvos, la otra orilla. Allí, navegando, sufre los embistes del mal; y parece muchas veces que va a perecer. Sin embargo Jesús recuerda a los suyos, que es la poca fe –la de todos los que La conformamos- la que engendra el temor en nuestros corazones. Porque el Señor siempre está en Ella; y no hay lugar más seguro para alcanzar la salvación. Somos nosotros los que adormecemos nuestra confianza, y olvidamos que con el Hijo de Dios en la Nave, nada hay que temer.

29 de junio de 2015

¡Somos sus "soldados"!

Evangelio según San Mateo 16,13-19. 


Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?".
Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".
"Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.
Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". 

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo, vemos como Jesús pregunta a los que le siguen –y en ellos nos incluye a ti y a mí- cuál es el verdadero motivo de que lo hagan. Quiere conocer la auténtica intención, que les mueve a caminar a su lado. Desea saber si es la curiosidad de percibir algún milagro, o de presenciar algún hecho sobrenatural, que les dé –y nos dé- argumentos para creer. O bien, si buscan en alguno de Sus gestos y palabras, la confirmación que les indique con seguridad que se encuentran delante del Mesías anunciado por las Escrituras. El problema es que todos aquellos que observan con expectación los pasos de Jesús por esta tierra, han recibido las enseñanzas de los doctores de la Ley, que les hablan de un Enviado de Dios cuya prioridad es devolver a la Nación de Israel, la libertad del yugo extranjero. Esperan un guerrero; un caudillo que, con violencia y poder, les devuelva el dominio que, como el Pueblo escogido, les corresponde.

  Pero el Señor se manifiesta a los suyos, con una realidad totalmente distinta. Les descubre un Reino eterno, que no pertenece a este mundo; y donde el más poderoso, es el que más ama y el que mejor sirve. Es el que es más libre de sí mismo y el que sabe renunciar a las tentaciones del Diablo, que es el verdadero enemigo. Es el que respeta la vida humana –desde el mismo momento de su concepción- porque es el bien más preciado; ya que manifiesta en sus potencias espirituales: inteligencia, voluntad y libertad, la imagen de Dios en sí misma. Por eso Cristo quiere saber si aquellos que han escuchado sus palabras y han participado de sus milagros, han alcanzado a descubrir parte de la riqueza de su mensaje. Y frente a las variopintas respuestas que surgen de las gargantas de sus discípulos –y donde se puede apreciar la ignorancia humana- Pedro confiesa con autoridad, no sólo que Jesús es el Mesías, sino que es el Hijo de Dios.

  Con eso, no sólo indica cual es la misión salvífica de Jesús, sino su auténtica identidad. Aquella que no se puede descubrir sólo por la experiencia de convivir a su lado; su realidad tanto humana, como divina: la Encarnación del Verbo de Dios. Por eso el Señor le insiste a Pedro, en que alcanzar ese conocimiento de Dios –que forma parte de su intimidad trinitaria y que era totalmente desconocida hasta entonces- sólo se ha podido proferir por la luz del Espíritu Santo, que ha puesto su Gracia en el alma del apóstol. Y que es el Padre el que ha permitido que él, y solamente él, de testimonio de Cristo: que no es un profeta más, que habla en nombre del Altísimo; ni un gran hombre, que goza de gran respeto por su rectitud moral. Sino el Salvador del mundo; la Segunda Persona de la Trinidad –Dios de Dios- que ha asumido la naturaleza humana de María Santísima, para redimir a los hombres.

  Y por ello, porque Pedro ha sido escogido por el Padre y el Espíritu Santo, para percibir lo que a otros se les ha mantenido oculto, se le promete ahora que se le conferirá el poder de atar y desatar, en la Iglesia que Jesucristo va a fundar. Así este Jesús, que es la piedra angular donde se edifica el Nuevo Pueblo de Dios, fortalece con su poder a Simón, para que participe y sujete como Pedro –piedra-, ese Templo eterno y sublime que une el Cielo con la Tierra: su Cuerpo Místico. El Apóstol será el signo de unidad, donde todos los discípulos gozaremos de la luz del Paráclito. Ya que, como acabamos de ver perfectamente en este capítulo, sólo se alcanza el conocimiento divino y la fe, por el expreso deseo de Dios, que nos envía su Espíritu. Si Cristo envió su Espíritu a la Iglesia, para que comunicara a través de los Sacramentos la Gracia de su salvación y la luz de la Revelación, está claro que sólo en la Iglesia de Cristo se encuentra la Verdad de Dios y el único modo de alcanzarla en plenitud. Pero aparte, cómo la Barca de Pedro está destinada a navegar por las aguas de esta vida hasta el fin de los tiempos, protegida por el Señor que descansa en Ella, es de sentido común que el poder conferido al Pontífice, se comunica en el tiempo a sus sucesores.

   Y eso que estamos leyendo, es Palabra de Dios. Palabra que no podemos obviar o descartar, cuando no se aviene a nuestros deseos; o, peor aún, cuando no se acomoda a nuestros intereses. No podemos aceptar lo que nos gusta, y descartar lo que nos estorba; porque Dios, que es perfecto, ha hecho muy bien las cosas. Y a pesar de que ha tenido en cuenta la fragilidad humana, la Iglesia –con el Papa a la cabeza- ha permanecido inquebrantable, desde los tiempos apostólicos de los que ha recibido la Tradición y el Magisterio.


  Ya no existen esos grandes imperios que dieron color a la historia: los romanos, los griegos, los persas, los egipcios, los asirios, los selúcidas…tantas y tantas potencias que varían el poder y cambian de nombre. Pero la Iglesia, con Cristo al frente, permanece. Y no olvidéis que desde sus primeros momentos, han intentado terminar con Ella: persecuciones, herejías, disgregaciones, calumnias…Pero el Señor camina a nuestro lado, y enarbola la bandera de la Gloria, que debemos sostener con orgullo en la batalla que libramos contra Satanás y sus secuaces. Somos sus “soldados”, somos Iglesia. ¡No podemos desfallecer!

28 de junio de 2015

¿Vamos a desconfiar?

Evangelio según San Marcos 5,21-43. 


Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva".
Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor.
Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré curada". Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?". Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?".
Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad".
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?".
Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que creas". Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.
Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme".
Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate".
En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer. 

COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Marcos contempla dos milagros de Jesús que, personalmente, me llenan de gozo, esperanza y paz. El Discípulo de Pedro, detalla cada momento y circunstancia que ha acompañado los sucesos de Jairo y de la enferma de hemorrosía. Y es fácil sentirse partícipe de ese episodio que nos cuenta, por la forma que tiene de transmitir los hechos; logrando que, si cerramos los ojos y hacemos un ejercicio de introspección, podamos observar al Maestro y a sus discípulos bajar de la barca que los ha devuelto a la orilla, tras visitar el pueblo de los gerasenos.

  Allí, entre la multitud que esperaba al Señor, se encontraba el jefe de la sinagoga que, a pesar de los comentarios que seguramente había oído de Jesús por parte de los doctores de la Ley, estaba dispuesto a poner en Él su confianza. Lo necesitaba, desde lo más hondo de su corazón, porque su hija estaba enferma. Sabía, aunque no sabía porque lo sabía, que podía descansar en el Maestro; que Él era el único que podía devolver la salud a la pequeña.

  Pero el Señor quiere poner a prueba la fidelidad y la fortaleza de Jairo, ante el anuncio que le hacen unos conocidos de la muerte de su hija. Seguramente otro, roto de dolor, hubiera pensado que de nada había servido acercarse al Nazareno; pero él, no. Tiene el convencimiento de que ante Jesús, la muerte se rinde a su poder; y surge de su Palabra, la Vida. Por eso la confianza de Jairo se ve recompensada con la resurrección de su hija. Y es que el Señor corresponde con su Gracia, la fidelidad de sus discípulos. Porque eso es lo que es ese hombre, sin saberlo. Y es que el Maestro descubre antes que nosotros, que Su semilla ha arralado en nuestro interior.

  ¡Y qué decir de la enferma de hemorrosía! Sin esperanza ante la ciencia médica. Desilusionada y ante un futuro incierto, decide acercarse a Jesús; segura de que al contacto con su Persona, logrará el milagro que tanto ansía. Vence las dificultades y se acerca entre la muchedumbre; aspirando a tocar un trocito de su manto. Ni siquiera pide; sólo cree. Y Cristo lo percibe; lo siente; nota fluir su Fuerza divina, al encuentro de un alma entregada y rendida.


   ¡Qué bien y qué claro nos habla el Señor a través del Evangelio! Porque eso nos pide a ti y a mí, hoy. Quiere que le entreguemos nuestro corazón y descansemos en su Providencia. Qué aprendamos a orar, cómo era costumbre entre el pueblo judío: uniendo el agradecimiento a la petición. Así de grande era su convencimiento, de que Dios nada les negaría. Y nosotros, que hemos escuchado de labios de Cristo asegurarnos que se nos abrirán todas las puertas a las que llamemos ¿vamos a desconfiar? ¿Cómo vamos a hacerlo, si el Hijo de Dios ha sido capaz de morir por nosotros? Nadie que ha hecho un sacrificio tan grande por amor a los hombres, se resiste al clamor de sus necesidades. Sólo nos pide que le tratemos; que le busquemos en la Escritura y lo encontremos en los Sacramentos. Que no dudemos del poder de su Palabra; porque recibiremos aquello que nos convenga, para el bien más grande: nuestra salvación. Nos insta a amarle y hacernos suyos, siendo fieles testigos de su mensaje. Porque no olvidéis nunca que ser cristiano ¡es pertenecer a Cristo!

27 de junio de 2015

¡Ahora somos libres!

Evangelio según San Mateo 8,5-17. 


Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole":
"Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente".
Jesús le dijo: "Yo mismo iré a curarlo".
Pero el centurión respondió: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.
Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: 'Ve', él va, y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: 'Tienes que hacer esto', él lo hace".
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe.
Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos".
en cambio, los herederos del Reino serán arrojados afuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y rechinar de dientes".
Y Jesús dijo al centurión: "Ve, y que suceda como has creído". Y el sirviente se curó en ese mismo momento.
Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de este en cama con fiebre.
Le tocó la mano y se le pasó la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirlo.
Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban enfermos,
para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: El tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades. 

COMENTARIO:

  En este Evangelio, san Mateo nos transmite tres milagros de Jesús que son de gran interés para nosotros. Y lo son, porque podemos extraer de ellos una importantísima enseñanza para nuestra vida espiritual. El primero que nos presenta, es la curación del Siervo del Centurión. Y para entenderlo bien, hemos de conocer la antigua tradición judía extraída de una errónea interpretación de la Ley, por la que si un judío entraba en casa de un gentil, quedaba impuro. Aquel soldado romano, conocía bien las costumbres del pueblo que habían sometido y, a pesar de querer con todas sus fuerzas que el Maestro se acercara a la cama del enfermo para sanarlo, comprendió que pedirle eso, era ponerle en un aprieto. Pero él, que era un hombre inteligente, había razonado con mucho sentido común que, igual que las órdenes que daba eran aceptadas por sus subordinados, no por su poder sino por el poder del César al que representaba, Jesús actuaba en esta tierra por el poder de su Padre. Y si no hay nadie más poderoso que Dios, que es eterno, omnipotente y misericordioso, sólo con que el Hijo lo desee, el milagro se realizará.

  Como veis, Jesús quedo sorprendido ante un acto de fe tan grande, tan profundo, que en su propio argumento encerraba el reconocimiento de Su mesianidad. Aquel hombre, que nada tenía que ver con el Pueblo de Israel, había asumido en sus palabras la revelación de toda la Escritura; mientras que los escribas, saduceos y fariseos habían dado la espalda a la realidad divina de Nuestro Señor. Por eso el Maestro aprovechó ese momento, no sólo para sanar al enfermo, sino para anunciar que el Evangelio estaría abierto a todos los hombres; y que todos los hombres, sin distinción de sexo, raza o condición, recibirán la llamada para formar parte del Reino de Dios.

  Podemos pararnos unos segundos y reflexionar sobre esa fe incondicional y entregada, que nos pide Jesús. Y nos la pide, porque a diferencia del Centurión que fue a su encuentro, Él ha salido al nuestro. Nos ha llamado por nuestros nombres; nos ha dado una misión y la ha sellado con la Alianza, en las aguas del Bautismo. Por eso a ti y a mí, nos exige que ante las dificultades de la vida, nunca pongamos en duda su amor y su misericordia. Que descansemos en su Providencia. Que le digamos desde el fondo del alma, que si Él quiere, puede. Y que estamos seguros que querrá, si es lo que nos conviene.

  La Iglesia en su Liturgia, nos pide que profesemos ese acto de humildad profundo que realizó el romano, delante de Jesús. Y que reconozcamos, ante su Presencia, la total e inmensa potestad de Dios sobre todas las cosas. Por eso, ante Jesucristo –real y substancial en la Eucaristía Santa- toda rodilla debe doblarse para rendirle respeto y obediencia. Sin embargo, parece que hoy en día con nuestros gestos, desvalorizamos la importancia de lo que sucede ante nuestros ojos. Y no olvidéis que oramos y amamos con todo el cuerpo –materia y espíritu- de ahí que nuestra forma de responder, actuar y comportarnos, sea un claro ejemplo de lo que siente nuestro corazón.

  Pero ¿cómo vamos a dar testimonio de que en la Sagrada Forma está Dios, si con nuestra actitud no mostramos ningún respeto? Simplemente para ir a comer a un restaurante de una cierta categoría, intentamos arreglarnos y vestir adecuadamente. Y ni tan siquiera nos dejan entrar en una discoteca de prestigio, si no vamos vestidos y calzados acordes con la ocasión. Sin embargo, ante Dios nos permitimos ir como si fuéramos a hacer una tabla de gimnasia, o a pasar un día de picnic al lado de la playa. Hemos confundido la confianza, con una falta total de respeto; que es la consideración que debemos a otro, por su altísima dignidad. Pues bien, ante ti y ante mí, en la máxima humillación por amor que se haya visto jamás en toda la historia de la humanidad, está el Rey de Reyes; dispuesto, en un trozo de pan, a penetrar en nuestro interior para hacerse uno con nosotros y transmitirnos su Gracia. Si me apuráis, no sólo deberíamos doblar la rodilla, sino que cómo hacen los orientales, deberíamos rendir sumisión postrando ante Él todo nuestro cuerpo. Porque no hay nadie que merezca en esta tierra más adoración, que Jesús Sacramentado.

  Sigue el texto con un segundo milagro, al sanar el Señor de fiebre a la suegra de Pedro. Pero aquí la enseñanza que quiere transmitirnos es distinta; porque más que parar ante el milagro, subraya la consecuencia que se deriva de éste: la respuesta de la mujer. La anciana, en cuanto se encontró bien, se puso a servir al Maestro y a los que le acompañaban. Cuántas veces Jesús, a través del Sacramento del Perdón, ha devuelto la salud a nuestra alma. Y lo único que espera es que le ayudemos en sus necesidades. Porque el Señor ha querido necesitarnos, para transmitir la salvación –como Iglesia- a todos los hombres. Que ayudemos al prójimo a recuperar su dignidad y, juntos, se la ofrezcamos a nuestros hermanos. Porque ese es el Amor con mayúsculas: el que goza con el gozo del amado.


  Y termina el párrafo, dándonos a entender a través de la profecía de Isaías, que el verdadero sentido de los milagros es revelar al mundo la naturaleza divina de Jesús. Porque sus curaciones fueron el signo inequívoco de que había llegado el Reino de Dios; y que el diablo había sido vencido, librando Cristo al género humano de la esclavitud eterna del pecado y de la muerte. ¡Ahora podemos decidir! ¡Ahora somos libres! Y esa libertad no nos la ha dado ningún hombre con sus mentiras y sus sofismos; sino el Hijo de Dios que la ganó en la Cruz, muriendo y resucitando por nosotros.

26 de junio de 2015

¡El tesoro de cualquier vida!

4. EL TESORO DE CUALQUIER VIDA


   No podemos olvidar en estos testimonios, el de Piluca. Hace 8 años publicó una carta en “Alfa y Omega” a Juan Pablo II, que tuvo mucha repercusión y en la que le pedía un favor: que le hablara a Dios de ella. Ocho años después le quiso dar las gracias; y a mucha gente más: a sus profesores de bachillerato, por su comprensión, ahora que por fin a terminado los estudios; a su familia; al personal del hospital la Paz…”Ha sido como tener a mi lado un ejército de ángeles, dando vida y simpatía a los ratos tan largos y tan duros que he vivido”  Piluca lo relata de la siguiente manera:

   “Cuando sólo tenía doce años, pedí en una carta que se publicó en este periódico a Juan Pablo II que por favor hablara a Dios de Piluca. Soy una chica que tuvo muchos problemas al nacer y desde entonces tengo parálisis cerebral, grandes limitaciones y una gran discapacidad.

   Años más tarde le dejé una nota en la Nunciatura, pues me enteré que todo el que tuviera interés y quisiera dejar unas líneas a la muerte del Papa Juan Pablo II podía hacerlo; y yo tenía muchísimo interés en ello. Le recordaba, que ya en el cielo, volviera a hablar a Dios de mí. Ahora que tengo veinte años, no me cabe ninguna duda, es más tengo la certeza, de que le dio mi recado. Lo ha hecho y por ello desde esta carta estoy deseando dar las gracias por todo su interés. ¡Gracias Santidad!”


5. DOLOR, OPERACIONES Y ALEGRÍA. 


   “He tenido que hacer frente a más intervenciones, muy dolorosas y traumáticas; pero me he sentido…tan querida por Dios; tan protegida y acompañada, hasta en el quirófano, por María. Sólo notar su presencia me daba las fuerzas inmensas que tanto necesitaba. Con su cariño y consuelo he podido soportar los tremendos dolores y la lenta recuperación…con paciencia.

   Aún tengo muy reciente la última operación: la reconstrucción entera de mi boca. Bien me explicó el cirujano maxilo-facial en qué consistía la intervención: cortar la mandíbula, abrir el paladar, meter unas finas placas de titanio…también me habló de lo importante que era dejar la boca cosida para asegurarme de que nada se moviera; llevar una férula en los dientes, aunque eso significaba comer con una pajita durante meses ¡con lo que a mí me gusta comer!

   Fue laborioso y complicado. Lo que más me costó fue aceptar, antes de los tres meses, una nueva intervención. Era demasiado. Estaba agotada. Todo pasaba muy deprisa. Recuerdo que pocas veces había rezado con tanta fuerza, pero también recuerdo la gran tranquilidad al sentir de qué manera se preocupan en el cielo por cada uno de nosotros, estando pendientes de nuestras oraciones; no sólo mías sino de mis amigos y de mi familia que, me consta que las rezaron, y dieron muchísimo fruto. De esta manera ya no fue tan duro volver al hospital. Aceptar el dolor de nuevo.”


6. OFRECIDO DUELE MENOS.


   “Conocí una compañera maravillosa la noche que me ingresaron. Rezó el Rosario con nosotras y hasta cantamos villancicos ante un Portalito “chiquitito” que, nada más llegar, coloqué en la mesilla. Sentía paz y el sufrimiento lo iba ofreciendo por todas las intenciones que muchos amigos me habían pedido: parece que el sufrimiento y el dolor, cuando les doy un sentido cristiano, duele menos. Yo creo que de otra manera no podría soportarlo.

   Estaba muy preocupada por mis estudios, pues en segundo de Bachillerato hay que dedicar muchas horas. Pasé algunos exámenes, otros quedaron para Septiembre, siempre soñando con un veranito de los de verdad, o sea de los que se veranea y no se estudia nada de nada.”


7. LE DEDICO A JESÚS LO MEJOR QUE TENGO: MI SONRISA.


   “Todo llega, y en este verano 2008 por fin he conseguido terminarlo todo. Han sido mucho los fines de semana encerrada para sacar adelante la Filosofía; clases particulares para aprender las dichosas Matemáticas, tan complicadas; por no decir nada de sobre Economía…Tengo que reconocer que me han exigido, pero ha merecido la pena; el éxito final hace que se me olvide el esfuerzo. Por parte de mis profesores de Bachillerato siempre he recibido comprensión y mucha paciencia. Desde aquí, gracias. Además si me cansaba, siempre tenía el apoyo de mis padres; las explicaciones de mi hermano y el ánimo y la alegría de Javier, el pequeño. Ha sido como tener a mi lado un ejército de ángeles dando vida y simpatía a ratos tan largos y tan duros. Gracias a todos.

   Hoy ya no llevo “Braquets”, ni férulas, ni tan siquiera tengo llagas –las tuve constantemente a lo largo de tres años- todo ha sido para mejorar; puedo comerme unos bocadillos riquísimos que antes no podía y hablo mucho mejor, con más claridad. Al menos todos los que me escuchan, es lo que dicen. Lo mejor de todo es que soy muy alegre y ahora tengo una sonrisa que desarma.  De verdad me comentan que es una sonrisa contagiosa; creo que la felicidad del corazón llega a los demás de una manera especial.

   Tengo tanto que agradecer a Dios; es tanto lo que me está ayudando y tanto lo que me ha dado, que no puedo explicar con palabras, pero Él sabe que, cuando le miro en la Cruz, le digo que cuente conmigo para lo que quiera y, para mostrarle mi agradecimiento, le dedico lo mejor que tengo: mi sonrisa.”







¡No desperdicies esa Gracia!

Evangelio según San Mateo 8,1-4. 


Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud.
Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: "Señor, si quieres, puedes purificarme".
Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". Y al instante quedó purificado de su lepra.
Jesús le dijo: "No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio". 

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo podemos observar ante todo, como a Jesús le seguía una gran multitud. Multitud que después, cuando se requiera su presencia ante Pilatos para pedir la libertad del Señor, será manipulada por los miembros del Sanedrín o, simplemente, se quedará cómodamente en su casa, para no comprometerse. Todos ellos, que gozaron de los milagros y disfrutaron de la Palabra, serán incoherentes con su compromiso y terminarán formando parte –por eludir su deber- de la crucifixión del Señor.

  Pero ahora contemplamos cómo la gente le seguía sorprendida y admirada; por eso, por su popularidad y su mensaje, le temían los doctores de la Ley. Sin embargo, y a pesar de todo, Jesús seguía fielmente lo que la Ley mandaba; simplemente priorizaba el amor –que era donde descansaban los preceptos de Dios- y la iluminaba, corrigiendo su interpretación equivocada, para que pudieran comprender su verdadero sentido.

  Y vemos cómo de entre aquella gente surgió un leproso que, lleno de fe, se postró ante el Hijo de Dios para que le librara de la enfermedad. Su presencia en medio del gentío, se puede considerar un acto de coraje, confianza y esperanza ante la seguridad de que vale la pena arriesgarse a todo, para ir al encuentro del Único que puede salvarle. Y es que el hombre sabía a lo que se exponía, al contravenir los mandatos que se recogían en el Levítico, sobre el comportamiento que debían seguir:
“El enfermo de lepra llevará los vestidos rasgados, el cabello desgreñado, cubierta la barba; y al pasar gritará: “¡impuro, impuro!”. Durante el tiempo que esté enfermo de lepra, es impuro. Habitará fuera del campamento, pues es impuro”. (Lv. 13. 45-46)
Pero también ha escuchado en su interior esa voz que clama por ir al encuentro de Jesús y, arrepentido de sus faltas, pedir que le limpie el alma y el cuerpo. Está convencido, porque ha oído las maravillas que explicaban del Maestro, que se encuentra ante la presencia del Mesías. Y lo sabe, aunque todavía no es consciente de ello, porque el Espíritu ha iluminado su corazón y él no Le ha puesto ningún impedimento. Por eso, estirado ante Esa Persona que tan bien conoce por las Escrituras, le pide al Señor que, si es su voluntad, le cure. Aquel hombre, que parece indigno a los ojos de los demás, condiciona su salud al querer de Dios; porque espera y confía en su amor y su misericordia. Sabe, que si es para bien, Jesús no se negará a devolvérsela.

  Y como bien sabéis –y como ocurre siempre que la persona presenta una fe rendida- el Hijo de Dios quiso; y la lepra abandonó el cuerpo del enfermo. ¡Qué lección tan grande para todos nosotros! Para todos aquellos que recurrimos constantemente al favor de Cristo, cómo si tuviéramos el derecho de ser correspondidos. Una vez más se demuestra que al Señor, le mueve la humildad de un corazón contrito. Pero además Jesús nos enseña al acercarse al leproso, que nunca hay que hacer acepción de personas. Que no debemos despreciar a nadie que, a pesar de la vida oscura y complicada que haya tenido, esté dispuesto a cambiar y a recibir el mensaje de Cristo. Porque si nosotros no tenemos manchas y heridas en el alma, sólo es por la Gracia de Dios que nos ha regalado los Sacramentos. Ningún mérito merecemos, salvo el de recurrir a la misericordia del perdón en la Penitencia cuando cometemos una falta, recuperando la salud interior. Pues bien, ese debe ser un apostolado que debe ocupar parte de nuestra vida: acercar a Jesús, en la confesión, a todos aquellos que sufren el dolor que causa el desorden moral; y que es fruto del pecado. Porque sólo ante la presencia divina, el ser humano recupera el vigor, la paz y la alegría.

  Finaliza el párrafo con una orden del Maestro, que denota el respeto que tenía por lo establecido en la Ley; ya que una vez curado el leproso, le indica que cumpla con el rito que para ello había ordenado Moisés, y que se recoge en el libro del Levítico. Allí está prescrito que el sacerdote de testimonio de la curación; y tras ofrecer unos presentes a Dios –de una manera precisa- sea declarado por él, puro. Jesús le ha devuelto la salud, pero quiere que el hombre siga la liturgia establecida para la ocasión, porque es el medio escogido por Dios –que tan bien nos conoce- para ser readmitidos a la vida de la comunidad.

  Lo mismo ocurre con nosotros, pero trascendido por el sacrificio redentor de Cristo. El Señor perdona nuestros pecados –y sólo Él puede perdonarlos- a través del Sacramento de la Penitencia. Donde el sacerdote es el medio elegido para transmitir la Gracia divina, y declararnos limpios de nuestras faltas; manifestando que podemos gozar del Banquete Eucarístico, como miembros de la Iglesia. Por eso tú y yo, no sólo hemos de tener ansia y necesidad de ponernos en la presencia divina –a través de la presencia sacerdotal- para decirle a Jesús que nos  limpie; sino que debemos acercar a los demás –sobre todo a los que más queremos- al tesoro inmenso de la misericordia de Dios.


  No hagas caso de aquellos servidores de Satanás que intentan confundirte, como han hecho siempre, menospreciando y desvalorizando el verdadero sentido de la confesión sacramental; alegando que ellos no se confiesan con hombres. Recuerda que aquel leproso intuía la divinidad de Cristo, pero sólo apreciaba su Humanidad. Porque el Padre siempre nos exige el acto de fe, que descansa en la confianza de su Palabra. Y el Maestro fue muy claro, ante la potestad conferida a sus apóstoles para toda la vida de la Iglesia. La evidencia no existe, ni es necesaria para el que cree; por eso, haz oídos sordos a las insidias del enemigo y ¡No desperdicies esa Gracia!

25 de junio de 2015

¡Coherencia!

Evangelio según San Mateo 7,21-29. 


Jesús dijo a sus discípulos:
"No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?'.
Entonces yo les manifestaré: 'Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal'.
Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.
Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande".
Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su enseñanza,
porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas. 

COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Mateo, casa perfectamente con los que venimos contemplando en estos días pasados; y en los que Jesús nos señala las condiciones necesarias e imprescindibles para entrar en el Reino de los Cielos. El Maestro nos ha recordado que seguir los Mandamientos, es asumir y aceptar en nosotros la voluntad del Padre. Pero ser fieles a los preceptos divinos también equivale, en primer lugar, a decidir; y en segundo lugar, a poner por obra aquello que hemos elegido: los mandatos dados por Dios para el buen “funcionamiento” de sus hijos.

  El camino que nos ilumina el Señor –con sus palabras- para que lo sigamos, nos asegura que nos llevará a la Gloria; a compartir a su lado, esa vida que no termina jamás. Sin embargo, también nos avisa que escoger el camino contrario, aquel que linda por el sendero de la perdición, conlleva nefastas consecuencias. Consecuencias que no son fruto del querer de Dios, sino del mal uso de la libertad humana. Por eso esas primeras frases del texto, son una clara advertencia de que los discípulos seremos juzgados por nuestras obras; porque a pesar de todos aquellos mensajes que nos quieren hacer llegar, diluyendo la responsabilidad de nuestros actos, el Señor nos dice que nos pedirá cuentas del “cómo”, el “donde” y el “cuando” hemos puesto en práctica la Ley del amor. Ya que ser hijo de Dios en Cristo, significa intentar preservar y guardar el mundo, de la acción nefasta del egoísmo, la injusticia y la insolidaridad.

  Tú y yo, como todos aquellos que compartimos una misma fe, hemos de ser coherentes y dar testimonio de Aquel que es el fundamento de nuestra vida. No podemos guiarnos por lo que la gente parece, o incluso confiar en lo que sale de sus labios; ya que muchos de ellos luchan por estar y aparentar, olvidando que lo que de verdad importa, es ser. Porque eso es lo que diferencia a un cristiano, del que no lo es: esa identidad que ha cambiado, al recibir las aguas del Bautismo. Ahora nuestras prioridades han variado y nuestra dignidad es altísima; tanto, que no podemos conformarnos con una vida mediocre, que cede ante la tentación y la dificultad. Estamos llamados, desde el momento en el que hemos participado de la Gracia Sacramental, a ocupar un lugar “destacado” en la otra Vida. Somos, hagamos lo que hagamos, miembros de la Iglesia de Cristo y, por ello, apóstoles en medio del mundo.

  Con la parábola de aquel que edifica sobre roca, el Señor nos asegura que todo el que lleve a la práctica sus enseñanzas, aunque vengan tribulaciones, permanecerá fiel y sostenido por la Providencia divina. Porque no hay nada más que de un verdadero sentido al dolor, que el propio sufrimiento redentor de Jesús, sobrellevado con amor por todos nosotros. Por eso ante la dificultad, es donde se prueba la auténtica fidelidad de los que han sido llamados a formar el Nuevo Pueblo de Dios. Allí los que viven un “cumplo-y-miento”, como decía san Josemaría, serán arrastrados hacia la perdición por las lluvias y los torrentes de esta vida. Sin embargo, todos los que hacen suya la voluntad del Altísimo, orarán y confiarán en su poder, recordando sus promesas y aceptando sus designios; y la desesperación no anidará jamás en sus almas, destrozando sus espíritus.


  Cómo veis, estos últimos capítulos ponen de manifiesto que, por la autoridad que demuestra en su modo de hablar –y que confirman sus milagros-, se le reconoce al Maestro su condición mesiánica. Ya que aquella gente puede percibir la diferencia existente entre El que habla de lo que sabe y cree; y el que no cree en lo que habla. Por eso hemos de cuidar que nuestro mensaje sea un fiel ejemplo del que transmite el Señor. Evitando escandalizar con nuestra conducta; y dando testimonio con nuestro actuar, de que somos miembros que conforman la Iglesia de Cristo, en esta tierra. Por eso y por favor ¡Coherencia!

24 de junio de 2015

¡No le falles, Juan no lo hizo!

Evangelio según San Lucas 1,57-66.80. 


Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.
Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre;
pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan".
Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre".
Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.
Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados.
Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.
Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él.
El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel. 

COMENTARIO:

  En este Evangelio, san Lucas nos relata con detalle, el nacimiento y la circuncisión de Juan el Bautista. Ante todo, podemos observar como los amigos y parientes de Isabel, son conscientes de la misericordia que Dios ha mostrado con ella: y es que la mujer, ya anciana, no podía concebir ningún hijo. Sin embargo el Señor demuestra una vez más, que nada es imposible para los que confían en Él. Que esa dificultad, ha sido el camino elegido para manifestar a las gentes la trascendencia de un hecho que, teniendo mucho de natural, lo ha tenido todo de sobrenatural. Ya que ese hijo que ahora ha venido al mundo, es un milagro explícito de Dios que conforma así los planes de la Redención.

  Poco después nacerá el Rey de Reyes; pero a Él no se le dará, para llegar a este mundo, ni el cobijo de una casa, ni el amparo de los amigos y de la familia. Ni tan siquiera podrá disfrutar de esa cuna que, con tanto amor, le hizo hecho su padre. Jesús explicita al hombre, con su ejemplo, que la vida debe ser un desapego a nuestros deseos. Un asumir la voluntad divina, aunque no estemos siempre de acuerdo con ella.

  Vemos como el escritor sagrado se centra en el momento de la circuncisión de Juan, que es cuando van a imponer el nombre al niño. Y lo hace con precisión, ya que es ahí donde se manifiesta la intervención de Dios. Si recordáis, en el antiguo Israel el nombre era muy importante; porque daba la identidad al individuo, y lo representaba. Por eso los que allí se encontraban, no entendían que Isabel quisiera ponerle un nombre a su hijo, que no formaba parte de sus raíces familiares. Pero Zacarías, al asentir a ese deseo que el ángel le había transmitido, realizó el acto de fe que borró al instante los efectos de sus dudas pasadas, recuperando el habla. Dejando claro que la fe, mueve a la comunicación; por eso, ninguno de los que nos consideramos cristianos, podemos guardarnos para nosotros el mensaje de Nuestro Señor.

  El sacerdote impuso su criterio contra la opinión de los que le criticaban; porque sabía lo que tenía que hacer. Y le puso al pequeño el nombre de Juan que, en hebreo, quiere decir “el fiel a Dios”. Bien sabía el hombre que, con el tiempo, ese retoño sería el precursor del Mesías. Aquel que prepararía los corazones, para que recibieran la Palabra encarnada. Y que su fidelidad no tendría ni un momento de dilación, dando su vida por no querer cambiar su predicación y suavizar su discurso, al rey Herodes. Juan es el ejemplo de que las cosas son como son; y aunque nos cueste la vida, no podemos relativizarlas. Hoy, que todo es “light”, intentamos hacer lo mismo con el mensaje cristiano, para moderar sus efectos y procurar que los hombres no se asusten ante la realidad que nos espera, si no somos sinceros y honestos con Dios. El Precursor nos mueve el alma, desde la cuna, y nos llama a ser testigos de la Alianza que hemos adquirido por el Bautismo, con el Señor. Nos llama  a descubrir en el amor, la responsabilidad de nuestros actos. Y a ser conscientes de que, por ser libres, son meritorios de premio o castigo. Debemos cumplir, porque amamos; sin olvidar las consecuencias que, inevitablemente, tendrá nuestra desobediencia. De ahí que el Bautista, llame a la conversión y al arrepentimiento. Recordándonos que, mientras hay vida, hay esperanza.


  Para finalizar, el texto nos deja entrever que con Juan comienza una nueva etapa en la historia de la Salvación. Ese silencio de Zacarías, indica que antes de la venida de Cristo, el sentido de la profecías estaba latente, oculto; sin embargo, con el nacimiento de Juan, la historia comienza a tener sentido y culmina con el Verbo de Dios, que se hace Hombre. En Él se descubre la realidad salvífica de cada momento de la Revelación. Así comienza esa etapa en la que Cristo nos pedirá, a través de la Escritura Santa, que con la ayuda de la Gracia recibida en los Sacramentos de la Iglesia, mostremos nuestra fuerza, nuestro querer y nuestra decisión de ser fieles –con obras y palabras- a nuestra condición de hijos de Dios. ¡No le falles! Juan no lo hizo.

23 de junio de 2015

¡No pierdas el tiempo con tonterías!

Evangelio según San Mateo 7,6.12-14. 


No den las cosas sagradas a los perros, ni arrojen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes para destrozarlos.
Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.
Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí.
Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran. 

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo, podemos contemplar tres epígrafes que, a pesar de ser distintos en su contenido, tienen las mismas consecuencias: que alcancemos la salvación. En ellos, el escritor sagrado ha reunido los consejos de Jesús, para que valoremos y guardemos su mensaje, como lo que es: camino de santidad.

  Por eso comienza el Maestro con esas palabras, indicándonos que su doctrina debe ser custodiada y defendida, porque es la culminación de la revelación. Es en su Palabra, donde el hombre alcanza el descubrimiento de Dios en Cristo. Y semejante tesoro no se puede dejar en manos de aquellos que hacen de la fe, un escarnio. La comunicación de la redención al género humano, no debe ser transmitida a los que no están dispuestos a aceptarla; no sólo porque la libertad es la premisa que abre la puerta del corazón, sino porque se precisa de esa actitud interior, que espera recibir la semilla. Ya hemos visto como aquellos doctores de la Ley, cerraron sus oídos y sus ojos, a la realidad divina del Hijo de Dios. Justificaron los milagros, negaron la evidencia, y ridiculizaron al Maestro. Todo, menos  aceptar la Verdad; por eso Jesús sólo estuvo dispuesto a recibir y compartir a aquellos fariseos que se acercaron con buena voluntad, a escuchar su mensaje.

  Con un ejemplo muy gráfico, el Señor hace un paralelismo entre las ofrendas que se presentaban al Templo y que, por ser para Dios, adquirían la connotación de sagradas, con la doctrina que surge de sus labios. Y es que esos presentes sólo podían dedicarse a los holocaustos, reservarse para el culto, o bien para el uso de los sacerdotes. Es evidente que lo que se consideraba puro, posteriormente no se podía entregar para un uso que denigrara su naturaleza. Pues imaginaros lo bendita y sublime que es la Palabra de Cristo. Y esa es la que custodia como un tesoro la Iglesia y, por ello, cada uno de nosotros que somos sus miembros.

  El mismo Jesús, cuando estuvo ante Herodes, cerró sus labios y no contestó a ninguna de sus preguntas; no intentó evangelizarlo, ni llamarlo a la conversión. Porque el Señor sabía, ante la degradación moral del Tetrarca, que no le movía ni el arrepentimiento ni el deseo de cambiar. Sólo la curiosidad de tener ante sus ojos, Aquel que algunos consideraban el Mesías. Sin embargo, y a pesar de no haber sido valiente para defender a Jesús, el Maestro sí entabló un corto diálogo con Poncio Pilatos. Intentó mover su corazón, respondiendo a algunas cuestiones que el prefecto romano le planteó. Dos personas que podían parecer iguales, y en cambio tenían intenciones totalmente diferentes. Aunque al final, ninguna tuviera el valor de convertirse.

  El Señor no se rindió jamás, en su intento de no perder a las ovejas que le habían sido encomendadas; y, hasta su último aliento en la Cruz, fue para convertir al buen ladrón, perdonándole sus pecados. Sin embargo, no cruzó ni dos palabras con aquel que, a su izquierda, vociferaba contra Él. No porque no quisiera hacerlo, sino porque el otro no estaba dispuesto a escucharle. Por eso nosotros, hemos estar atentos a los lugares, los momentos y las circunstancias donde vamos a evangelizar. Ya que, muchas veces, nos podemos encontrar –sobre todo en los medios de comunicación- que sólo busquen ridiculizar el mensaje cristiano; y sea peor el remedio que la enfermedad. Debemos saber dónde estamos y ante quién. Que jamás hemos de forzar voluntades, sino proponer la Verdad y entregarla a los que quieran recibirla.

  Otro de los puntos que trata el texto, es esa frase que en realidad, es el compendio y resumen de toda la Ley: “Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos”. Y no sólo se trata de entregar bienes, compartir momentos, ayudar enfermos o superar dificultades. Sino que, mientras hacemos todo esto, podamos comunicar a nuestros hermanos el don más preciado que tenemos: la fe. Por eso lo primero que hemos de participar a todos aquellos que nos rodean, es la doctrina cristiana; el acercar a los demás a disfrutar de los Sacramentos, en la Iglesia. Ese y no otro, debe ser el tesoro de los bautizados; por el que vivimos, luchamos y padecemos. Nuestro anhelo y nuestra alegría y, por ello, lo que estamos ansiosos por comunicar.

  Justo después de esto, el Maestro nos da una tercera recomendación: y es advertirnos de que el camino que conduce a la Gloria, es costoso. Porque para el hombre, asumir como propia la voluntad de Dios, no siempre está de acuerdo con nuestros planes. Ser fiel a los Mandamientos, requerirá un sobreesfuerzo para vencer nuestra naturaleza herida por el pecado. Por eso el Señor, de una forma velada, aconseja a los suyos que luchen por adquirir virtudes, Ya que, sólo así, generando hábitos buenos a través de una repetición de actos, conseguiremos tender hacia la perfección, ayudados por la Gracia. No podemos perder de vista  que esos dos caminos de los que nos habla el párrafo, indican elección. Y elegir nunca es fácil; pero si la meta es la Vida eterna, quizá no sea tan dificultoso andar por el sendero que nos conduce al Reino. Por eso tú y yo, con nuestros actos, debemos dar testimonio de Dios en la tierra; ahora más que nunca. Tú y yo, con el día a día, debemos proclamar al mundo –con hechos- que preferimos al Señor por encima de todo. No pierdas el tiempo con tonterías; ya que la mies es mucha y los obreros pocos.


22 de junio de 2015

¡Eso tiene que cambiar!

Evangelio según San Mateo 7,1-5. 


Jesús dijo a sus discípulos:
No juzguen, para no ser juzgados.
Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes.
¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo?
¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Deja que te saque la paja de tu ojo', si hay una viga en el tuyo?
Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano. 

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo, Jesús nos reitera aquellos valores que deben ser característicos de un cristiano; y aquellas faltas que todos debemos evitar. Valores, que son la consecuencia de una rectitud de intención; y que son el fruto de la comprensión e interiorización de la doctrina del Maestro. En realidad, el Señor nos insiste en que si de verdad amamos a nuestros hermanos, intentaremos protegerlos, cuidarlos y respetarlos. No disfrutaremos destrozando su honra, ni desvelando sus miserias; entre otras cosas, porque nosotros tenemos muchísimas más que ellos.

  Aquí Jesús no nos habla de comentarios desagradables –que tampoco debemos hacer- sino de esa actitud interior que no nos corresponde tener a nosotros; y por la que, no sólo acusamos, sino que sentenciamos a nuestro prójimo. No hay que olvidar, que desconocemos los motivos y las circunstancias que han llevado a una persona a su actual comportamiento. Por eso, nadie puede decidir si aquel o el otro, es reo de castigo a los ojos de Dios.

  Y eso nada tiene que ver con esa obligación, que es fruto del amor,  que es la corrección fraterna. Entre otras cosas, porque surge de un sano deseo de que el otro mejore; ya que creemos que es capaz de hacer grandes cosas. Y porque se le hace a la propia persona en cuestión, como advertencia para que modifique y mejore sus actos, que no son los propios de un cristiano coherente. Sin juicios, sino con la auténtica intención de que rectifique y luche, cómo y con nosotros, por alcanzar la salvación.

  En el fondo es lo mismo que hacemos con nuestros hijos, a los que educamos para que modifiquen sus errores y eviten los problemas que, por experiencia, sabemos que pueden suceder. Y es ahí donde radica la auténtica diferencia: que nos mueve la caridad, y no la envidia, y el espíritu crítico. Por eso Jesús nos avisa de que debemos construir, no destruir; insistiendo en que la medida que usemos para valorar a los demás, será la que se utilice con nosotros. Atando sus palabras, con esa parte del Padrenuestro, que tan bien conocemos: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden…”

  El Señor nos insiste en que seremos nosotros los que pondremos las premisas de nuestro juicio. Si hemos sabido observar a los demás con los ojos de la comprensión y la misericordia, así seremos contemplados nosotros por Dios. Sin embargo, si hemos dictado sentencias que no nos correspondían, movidos por nuestro estrecho y pobre corazón, así seremos recibidos por el Juez Supremo. Por eso Jesús nos avisa, ahora que todavía estamos a tiempo, para que cambiemos esa disposición interior y transformemos nuestros sentimientos. Que abandonemos la mezquindad que nos permite observar los defectos de los demás, cegándonos ante los nuestros. Nos insiste en la obligación de acoger, disculpar y entender que el ser humano, por serlo, está condicionado por una naturaleza caída que precisa del esfuerzo de la voluntad y de la fuerza de la Gracia, para superarse. Pero es que tú y yo, somos personas que compartimos esa misma condición y, por eso, no tendremos esas miserias; pero créeme, seguro que tendremos otras.

  Hemos de aprender a buscar lo bueno en los demás, y si no lo encontramos, rezar por ellos y evitar juzgarlos. Porque eso, sólo le corresponde a Dios, que es la Perfección y la Bondad infinitas. Otra cosa muy distinta, y que nada tiene que ver con lo que el Señor nos refiere, es que si observamos actitudes que pueden arrastrarnos a tentaciones o situaciones de pecado, las evitemos, evitando a las personas. Pero sin comentarios gratuitos; sin sentencias que surjan del fondo del alma; sino con la precaución que corresponde al conocimiento de nuestra propia debilidad, y que nos aconseja evitar compañías, momentos y lugares. Porque no juzgamos a nuestro prójimo, sino que conociéndonos a nosotros mismos, sabemos que somos capaces de fracasar en el intento de vencer.


  El que tiene vértigo, no se asoma al abismo; por eso hemos de ser conscientes que lo que nos separa de los que han caído, no es que seamos mejores, sino que hemos sido prudentes y hemos sabido recurrir a la Gracia de Dios. Bastante pena tienen aquellos que lo han olvidado, o que viven una mentira. Sólo nos resta pedir por ellos para que, como nos ha ocurrido a nosotros, el Señor les dé su luz para contemplar el error; y la fuerza para regresar al Redil. Sé que todos hemos juzgados alguna vez - yo la primera- y que todos hemos comentado algo sobre nuestros hermanos. Porque, desgraciadamente, ver las miserias ajenas nos hace sentirnos mejores. Pero eso tiene que cambiar, y tal vez hoy sea ese momento preciso por el que nos comprometemos, ante El Señor, ha modificar esa intención íntima y personal, que no nos permite ver a los demás con los cristales del amor y la comprensión, propios de un hijo de Dios.

21 de junio de 2015

¡Di su Nombre!

Evangelio según San Marcos 4,35-41. 


Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla".
Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.
Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?".
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?". 

COMENTARIO:

  En este episodio del Evangelio de san Marcos, podemos contemplar dos hechos que son decisivos en la vida del cristiano; y lo son, porque contestan a las preguntas que todos nos hacemos desde el fondo del corazón, cuando comenzamos a tener esa inquietud por descubrir a Jesucristo: “¿Quién es Éste?” y “¿Cómo puedo robustecer mi fe?”.

  Ante todo observamos cómo el Maestro, al caer la tarde, quiere cruzar a la otra orilla. Él sabe perfectamente, porque es el Hijo de Dios, lo que va a suceder en el lago; pero no le importa, porque esas circunstancias adversas que van a sufrir, y el miedo que van a sentir, va a ser el camino que ha elegido para fortalecer la confianza y la convicción de sus apóstoles. Sabe el Señor que los hombres aprendemos más con un ejemplo, que con mil palabras. Y que es preciso que el ser humano, en su orgullo, asimile la necesidad imperiosa que tiene de Dios; porque hay muchas cosas que le superan y que nunca, por más que lo intente, va a poder controlar. Es necesaria la humildad que surge del conocimiento de nuestra limitación, para aceptar y asumir que estamos bajo el orden, la misericordia, y el poder divino.

  Cristo duerme en la Barca de Pedro –la Iglesia- callado, pacífico, a la espera… Nosotros trabajamos achicando el agua que las olas vierten dentro del casco. Se mojan nuestros pies; y tememos por nuestros bienes y nuestra vida. Perdemos de vista la orilla, y nos sentimos confundidos ante la tormenta, los truenos y los relámpagos. Es justamente en ese momento, cuando parece que uno no puede más, cuando percibimos que en la proa, con los ojos cerrados y a la expectativa de que acudamos a Él, está Jesucristo.

  Seguramente en otras circunstancias, le hubieran dejado dormir. Es posible que mientras realizaban sus tareas, hasta se hubieran olvidado de Él ¡Pero ahora no! Sienten el miedo en sus entrañas y recurren al Señor. Le han visto sanar a la suegra de Simón; devolver la vida a la hija de Jairo; y hacer andar al paralítico de la piscina de Siloé. Y aunque no han alcanzado un total conocimiento de la realidad divina de Jesús, están seguros de que lo único que pueden hacer para salvar sus vidas, es despertarlo.

  Ahí se esconde  uno de los profundos sentidos del sufrimiento, ya que desgraciadamente, el hombre sólo se acuerda de Dios cuando lo necesita. Por ello muchas veces el Padre permite que pasemos momentos de dolor, para que intensifiquemos la oración y hagamos un cambio en nuestras vidas. Son esas circunstancias difíciles, las que nos ayudan a plantearnos nuestras prioridades y comenzar a andar, de la mano de Cristo, camino de la Gloria. Así lo hicieron aquellos discípulos que recurrieron al Maestro, en busca de protección. Y, como siempre, el Maestro dio testimonio de Sí mismo ante los que, con más o menos fe, habían invocado su ayuda.

  De pié, ante la adversidad que preocupa a los suyos, el Señor increpa a las fuerzas de la naturaleza para que cese la tormenta y reine la calma. Allí, demuestra que es el Rey de Reyes; y que cuando lleguen las horribles tribulaciones que tiene que padecer, su Pasión y Muerte, no será porque Él no pueda evitarlas, sino porque las acepta por amor a los hombres. Indicándonos con ello, que todo lo que nos suceda –bueno y malo- es el medio que Dios va a utilizar para conseguir nuestra salvación; que es el fin para el que nos ha creado: gozar a su lado, de la Vida eterna.


  Nos pide, eso sí, que tengamos claras nuestras prioridades; que incrementemos la fe, recurriendo a la plegaria. Que despertemos a Jesús, que descansa en nuestro interior; porque estamos hechos a su imagen y, por ello, llamados a ser uno con Él, a través de los Sacramentos. Clama, desde el fondo del alma, a Cristo; y si no te contesta, no lo dudes, es que tu fe está dormida ¡Di su Nombre! Acepta que sólo a su lado, seremos capaces de no sucumbir en las aguas bravías de la existencia humana.

20 de junio de 2015

¡Volvería a tenerlo!


2. VOLVERÍA A TENERLO SIN DUDARLO


   Seguiremos por el testimonio de María Soledad valencia Albornoz, madre de Juan Diego, un niño nacido el 26 de Junio de 1987 en Quito –Ecuador-. En Noviembre de 1990 le diagnosticaron al pequeño una Distrofia Muscular Duchenne, enfermedad invalidante que padecen uno de cada tres mil quinientos niños en el mundo. Su madre nos lo recuerda:

   “Habíamos viajado a Chile un mes antes, pues a mi esposo le dieron el pase para este país; estábamos solos y con esta noticia encima. En ese momento, todo para nosotros, como familia, era incierto; nos invadía el temor, la incertidumbre, el dolor. Pero pese a todo, tanto Juan Diego como Marisol, nuestros dos hijos eran todo para nosotros. Los amamos tanto que no nos importaba nada. Un día al preguntarle al pediatra de mis hijos, con miedo, recelo y angustia, si al volverme a quedar embarazada cabía la posibilidad de que otro hijo tuviera la misma enfermedad, éste me respondió: “Si pudiera regresar su vida, como en la cinta de un video, y tuviera en sus manos el decidir tener o no tener a Juan Diego ¿Qué haría?” Pensé sólo unos minutos y le contesté que jamás evitaría que naciese; que era tan lindo y daba tanto amor que lo podría tener mil veces más.

   En la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile, sola y tragando mis lágrimas, me informé de la cruda realidad, al mes de saberlo, de lo que era y lo que me esperaba cuando la Distrofia Muscular fuera evolucionando. Se le quitaría toda la fuerza de sus músculos y llegaría a la inmovilidad total, por la falta de un gen en el cromosoma X. Fue muy doloroso y aterrador, ya que, además de perder la fuerza muscular, todas las partes del cuerpo de mi hijo se iban a deformar; dejando de caminar entre los siete y los diez años de edad. En la pubertad empezaría con graves problemas respiratorios y cardíacos, entre otros, y fallecería muy joven.

   Todos estos terribles pronósticos nos llevaron a pensar que nuestro adorado hijo podía ser un niño triste, acomplejado y solo. Sabíamos que tendría fuertes dolores y que debería someterse a un montón de tratamientos médicos, hospitalizaciones. Que nunca podría estudiar como un niño normal ni comportarse como tal. Por ello sabiendo que sólo la Gracia de Dios sería capaz de darnos la fuerza para protegerlo, cuidarlo y hacer lo más adecuado, rezamos con todas nuestras fuerzas y nos decidimos a vivir con él y para él; luchando por conseguir que se sintiera un niño afortunado.

   Tenemos muchas cosas maravillosas para contar, pero una de las más lindas y conmovedoras, fue la llegada de la silla de ruedas. Meses antes lo empezamos a preparar, diciéndole que lo mejor que le podía pasar, para que ya no se lastimara tanto – tenía muchas caídas por la falta de fuerzas-, era la llegada de una silla de ruedas. “Recemos, mi amor –le decía yo, para que Dios nos ayude a comprar una silla: Dicen que hay de muchos colores, que son lindas; y así no te volverás a caer” Juan Diego me miraba admirado, feliz y ansioso, esperando que este deseo se convirtiera en realidad.

   Y así fue, el día que pensábamos que iba a ser el peor de su vida, fue un día lindo, cargado de ilusión para Juan Diego y lleno de aceptación para nosotros. Nuestro hijo pasaba a ser definitivamente un niño diferente, pero feliz. Ya no competiría con los demás y llegaría el último; ahora competiría consigo mismo para cambiar el destino de su vida.”


3. EL PRIMER Y EL SEGUNDO DISCO


   “Juan Diego, tal y como nos informaron hace 18 años, fue perdiendo sus fuerzas; dejó de caminar;  sus brazos, piernas, caderas y columna se deformaron mucho, y ahora comienzan los graves problemas de corazón y aparato respiratorio. Pero en este tiempo no ha estado parado en absoluto. Aprovechando sus condiciones naturales de voz fue capaz, ya en el 2001, de lanzar su primer trabajo discográfico: “Más allá de las estrellas”. Pero ese sería sólo el comienzo de la tarea que ha llenado su vida.

   Ahora, con 21 años, una vez finalizados sus estudios de secundaria en el colegio bilingüe español-inglés, idiomas que domina a la perfección, y con unas brillantes calificaciones, cursa cuarto curso de la carrera de canto en la Escuela Moderna de Música de Santiago de Chile. Participó en el concurso literario “the Goic Peace”, organizado por la UNESCO, quedando en segundo lugar entre 700 participantes de toda Sudamérica; ganó el premio “Campeón de la Salud” otorgado por la OMS. Es invitado a cantar, con frecuencia, en otros países y, entre otras actividades que llenan plenamente sus vidas, mantiene su propia fundación: “Fundación Juan Diego, más allá de las estrellas”, para integrar y promocionar a personas con alguna discapacidad. Lanzará su segunda producción con el acertado nombre de “Y…sigo”. Al abrir la tapa del disco, continúa y dice “gracias a Dios”. Son 14 canciones, cuatro compuestas por Juan Diego.

   Y su sueño ahora es construir la “Casa de la Alegría” un centro cultural para todos, pero hecho con las facilidades para personas con alguna discapacidad. Quiere que todos tengan acceso a conciertos, a obras de teatro, charlas espirituales, de motivación y médicas.”


   “Ahora se preguntarán: ¿Cómo es Juan Diego? ¿Qué ha podido hacer de su vida con tanto problema, con tanta limitación, con tanta deformidad? Pues no se lo van a creer, pero piensen que Juan Diego ha hecho tantas cosas en su vida que cualquier niño “normal” envidiaría. Y eso lo aseguro y lo reafirmo ante aquellos que puedan pensar en la sinrazón de un aborto como posibilidad ante el temor de tener algún niño con limitaciones o “capacidades diferentes”. Es una cruel falsedad asegurar que una persona con problemas no pueda realizarse como los demás, o no pueda ser y hacer feliz a muchísima gente, a pesar del sufrimiento que nos rodea.”

¡Paso a paso!

Evangelio según San Mateo 6,24-34. 


Dijo Jesús a sus discípulos:
Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero.
Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido?
Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos?
¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida?
¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer.
Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos.
Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe!
No se inquieten entonces, diciendo: '¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?'.
Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan.
Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura.
No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción. 

COMENTARIO:

  Como vemos en este Evangelio de san Mateo, Jesús amplía y complementa la enseñanza que nos dio al entregarnos el tesoro de la oración del Padrenuestro. Porque, en el fondo, cuando rezamos a nuestro Padre, que está en los Cielos, ponemos en Él nuestras penas, alegrías, anhelos y esperanzas. Nos dirigimos a un Dios, que sabemos que no es ajeno a nuestro día a día; ya que ha querido compartirlo con nosotros, hasta el fin de los tiempos. Otra cosa, y como siempre os digo, es que sea sumamente respetuoso con nuestra libertad; y acepte –aunque con tristeza- nuestros errores.

  Pues bien, el Maestro nos enfrenta en esta meditación, con un hecho que es muy común entre todos los hombres, incluso entre aquellos que nos consideramos cristianos: y es que, o vivimos descansando en la Providencia, o ponemos nuestra confianza en los bienes materiales. No os hablo, evidentemente, de ser prevenidos y saber dosificar y multiplicar nuestros talentos; porque de eso también trató Jesús en ocasiones anteriores. Sino de esa actitud interior, que es la que dirige nuestros actos; y que se olvida, a veces, de que todo lo que somos y tenemos proviene de la Santísima Voluntad de nuestro Creador. No hay nada peor que imaginarnos que lo que disfrutamos, ha sido sólo consecuencia de nuestro buen hacer; y que el tener, es el soporte que nos conseguirá la paz y la felicidad.

  Aunque nos parezca mentira, si ponemos nuestra seguridad en el dinero, seremos capaces de hacer cualquier cosa por conseguirlo. Y lo que comenzó como un sano proyecto de futuro, puede terminar como una prostitución de nuestras creencias; donde aparcamos al Señor en un segundo plano, para que no estorbe ni cuestione nuestras decisiones. Sabéis que los seres humanos somos muy capaces de acallar nuestras conciencias, buscando las más interesadas, dispares, y variopintas justificaciones. Sin embargo Cristo nos avisa antes de que eso suceda, para que tengamos tiempo de rectificar y poner nuestra esperanza en la Providencia divina. Porque todo, absolutamente todo –si tenemos a Dios como meta de nuestra vida- pasará a ser el medio mejor y más adecuado, para alcanzar nuestra verdadera Felicidad: la salvación.

  Esa es la culminación de la hazaña de nuestro paso por la tierra: conocer, compartir, amar y desear al Señor y, por Él, a nuestros hermanos. Estamos hechos para vivir eternamente al lado de Dios; y es aquí donde, a golpe de libertad, decidimos nuestro futuro. Pero no os llevéis a engaño, ya que alcanzar la total convicción de que estamos hechos para Dios y sólo a Su lado conseguiremos la dicha y el bienestar, surge de una intensa vida interior que bebe de los Sacramentos, y que recibimos a través de la Iglesia. Si olvidamos que somos una unidad perfecta de cuerpo y espíritu, creada a imagen de Dios y mantenida bajo su amparo, estamos condenados a fracasar; porque toda nuestra existencia será un cúmulo de inquietudes, problemas y desasosiegos, intentando saciar un deseo inalcanzable que sólo se satisface con la posesión divina. Ese debe ser el distintivo del cristiano: la búsqueda del Reino, y su justicia. El encuentro con Jesucristo que nos espera en cada circunstancia, alegre y dolorosa, que conforma nuestra vida. Ya que, aunque no nos demos cuenta, el Señor nos aguarda en la cotidianidad; y sólo espera que abramos los ojos del alma, para percibir su presencia.


  Termina el texto con una frase, que repitió muchísimas veces santa Teresa de Jesús: “Baste a cada día su afán”, como un claro ejemplo de cómo quiere el Señor que gestionemos nuestro día a día: recomendándonos esa paz de espíritu, que se consigue con la seguridad de que nada pasará, que Dios no haya dispuesto para nuestro bien. Que nos hemos de ocupar, sin preocuparnos, de cumplir nuestro deber de hijos para agradar a Nuestro Padre de los Cielos. Que haber conocido la misericordia divina, a través de la Revelación, debe ser el motivo principal de nuestra alegría; y de ese desasimiento de las cosas que nos son prescindibles. Porque sólo así alcanzaremos la serenidad –la paz del alma- en cada minuto de nuestra jornada. Y no nos dejaremos abatir por las dificultades, que terminan a la luz de la fe. No es un camino fácil alcanzar ese estado que nos trasciende; pero es un camino que hemos de recorrer, paso a paso, con la compañía del Paráclito. Si no lo hacemos así, habremos fracasado.