10 de mayo de 2015

¡Dios y su obra!

   Nguyen Van Thuan descubrió, en su dolor, que el Señor dirigía su acción y su apostolado, descubriéndole nuevas perspectivas ignoradas por él hasta entonces. Como toda corrección, no pareció agradable de momento, sino penosa, pero luego ese tallar y pulir que puede resultar doloroso, se abrió al gozoso descubrimiento de la verdadera voluntas de dios. El Obispo dejó escrito en una oración, como era su costumbre, semejante descubrimiento en el dolor:


   DIOS Y SU OBRA

   “Por tu amor infinito, Señor,
Me has llamado a seguirte,
A ser tu hijo y tu discípulo.

Luego me has confiado una misión
Que no se asemeja a ninguna otra,
Pero con los mismos objetivos de los demás:
Ser tu apóstol y testigo.

Sin embargo la experiencia me ha enseñado
Que continúo confundiendo dos realidades:
Dios y sus obras.
Dios me ha dado la tarea de sus obras.
Algunas sublimes,
Otras más modestas;
Algunas nobles,
Otras más ordinarias.

Comprometido en la pastoral de la parroquia,
Entre los jóvenes,
En las escuelas,
Entre los artistas y los obreros,
En el mundo de la prensa,
De la televisión y de la radio,
He puesto en ello todo mi ardor
Utilizando todas mis capacidades.
No me he reservado nada,
Ni siquiera la vida.

Mientras estaba así,
Apasionadamente inmerso en la acción,
Me encontré con la derrota de la ingratitud,
Del rechazo a colaborar,
De la incomprensión de los amigos,
De la falta de apoyo de los superiores,
De la enfermedad y la desidia,
De la falta de medios…

También me aconteció que, en pleno éxito,
Cuando era objeto de aprobación,
De elogios y de apego para todos
Fui trasladado de improviso
Y se me cambió de papel.
Heme aquí, pues,
Poseído por el aturdimiento,
Camino a tientas,
Como en la noche oscura.

¿Por qué Señor me abandonas?
No quiero desertar de tu obra.
Debo llevar a término mi tarea,
Terminar la construcción de la Iglesia…
¿Por qué atacan los hombres tu obra?
¿Por qué te quitan su apoyo?

Ante el altar, junto a la Eucaristía,
He oído tu respuesta, Señor:
“¡Soy yo al que sigues, no mi obra!
Si lo quiero, me entregarás la tarea confiada.
Poco importa quién tome tu puesto;
Es asunto mío.
“Debes elegirme a Mí””

En el aislamiento, Hanoi;
(Vietnam del Norte) 11-2-198
Conmemoración de la aparición de la Inmaculada en Lourdes


   Pero en esta pedagogía de la fe, -que comporta descubrir a Cristo en estrecha relación con la Cruz, donde nos hacemos hijos en el Padre, nos identificamos con Jesucristo y su voluntad. Y junto a Él, redimimos con el dolor; porque salvamos y nos salvamos del pecado   -verdadero mal que conlleva la muerte eterna ante la separación de Dios-. Allí descubrimos la verdadera fuerza que ha acompañado y acompaña a todos aquellos que se han decidido a seguir al Señor, de un modo heroico, en el camino del sufrimiento con verdadera aceptación gozosa: la vida sacramental de la Iglesia.


   Cristo en la Cruz, ha abierto ante nosotros las fuentes de esta vida, y lo ha hecho de modo especial por medio del Misterio Pascual: de su Muerte y Resurrección. A Él, a su sufrimiento, están unidos tanto el Bautismo como la Eucaristía, sacramentos que crean en el hombre un germen de vida Eterna.


   Y en el mismo Misterio Pascual, el Señor fijó el poder de regeneración en el sacramento de la Reconciliación. De los sacramentos, instituidos por Jesucristo, los cristianos sacamos la fuerza, la Gracia que nos da el Espíritu Santo, para ser fieles a la llamada de Dios en el dolor a través de su Iglesia Santa: semilla del Reino de Dios en la tierra .Ya que ese sufrimiento, sólo recibe fuerza expiatoria si está unido al sufrimiento de la Cabeza divina, como miembro del Cuerpo de Cristo.

   San Josemaría  nos lo recordaba en el punto 132 de Amigos de Dios:

   “No se lleva ya una cruz cualquiera, se descubre la Cruz de Cristo, con el consuelo de que se encarga el Redentor de soportar el peso. Nosotros colaboramos con Simón de Cirene, cuando regresaba de trabajar en su granja pensando en un merecido reposo, se vio forzado a poner sus hombros para ayudar a Jesús. Ser voluntariamente Cireneo de Cristo, acompañar tan de cerca de su Humanidad doliente, reducida a un guiñapo, para un alma enamorada no significa una desventura, trae la certeza de la proximidad de Dios, que nos bendice con esa elección”.


13. LA IMPORTANCIA VITAL DE LA EDUCACIÓN EN LA FE.


   Por eso educar integralmente a nuestros hijos o a nuestros alumnos; prepararlos para la vida, con el sufrimiento como elemento seguro en ella, se puede conseguir sólo con la manifestación de Jesucristo a través de la fe. Con la Vida en nuestra persona, a través de los Sacramentos y como miembros del Cuerpo Místico, que nos transmite la pedagogía  con la que Dios ha querido manifestarse, hasta la culminación de su Palabra en Cristo. No se puede educar el cuerpo y el espíritu, si sacamos a Dios de la familia y de las aulas, porque sin Él la persona humana se queda sin respuestas y sin sentido, ante las diversas circunstancias de su vida que, inexorablemente, padecerá.

   Nos lo recuerda Juan Pablo II en su Carta Encíclica “Redemptor Hominis”, punto 9b, capítulo I, página 731:

“El Concilio ha reclamado ampliamente el  papel de la Iglesia para la salvación de la humanidad. A la par que reconoce que Dios ama a todos los hombres y les concede la posibilidad de salvarse (cf. 1 Tim 2, 4), la Iglesia profesa que Dios ha constituido a Cristo como único mediador y que ella misma ha sido constituida  como sacramento universal de salvación. «Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, y a ella pertenecen o se ordenan de diversos modos, sea los fieles católicos, sea los demás creyentes en Cristo, sea también todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia de Dios ». Es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación.”


   Por ello, no debe extrañar que haya querido traer a colación las vivencias de este obispo vietnamita. Hubiera podido exponer la vida de muchísimos santos y nos sorprendería comprobar la similitud de todas ellas en las difíciles pruebas que les tocó pasar: el dolor, el sufrimiento, el abandono, la humillación, la tribulación. Dios, ya lo hemos repetido, prueba a sus elegidos en “el crisol del sufrimiento”.

 
   Pero, Francisco Nguyen Van Thuan ha sido un cristiano contemporáneo como nosotros; en un mundo difícil, cuya raíz profunda que lo mantuvo inquebrantable durante su sufrimiento fue –como él reconoció en innumerables ocasiones- la fe que su madre supo grabar en su corazón infantil, con sus palabras y su ejemplo. No hay otro camino, si queremos forjar hombres libres y responsables que sepan responder con coherencia de vida ante las tribulaciones: educar en la fe de Jesucristo: Camino, Verdad y Vida.


   Quiero finalizar este testimonio con la última oración del sacerdote vietnamita:

  HE ELEGIDO A JESÚS

   “Señor, Jesús, en el camino de la esperanza,
Desde hace dos mil años,
Tu amor, como una ola,
Ha arrollado a muchos peregrinos.
Ellos te han amado con un amor palpitante,
Con sus pensamientos,
Sus palabras y sus acciones.
Te han amado con un corazón
Más fuerte que la tentación, más fuerte que el sufrimiento
Y más aún que la muerte.
Ellos han sido en el mundo tu palabra.
Su vida ha sido una revolución
Que ha de renovar el rostro de la Iglesia.

Contemplando desde mi infancia
Estos fúlgidos modelos,
He tenido un sueño:
Ofrecer mi vida entera,
Mi única vida que estoy viviendo,
Por un ideal eterno e inalterable.
¡Lo he decidido!
Si cumplo tu voluntad
Tú realizarás este ideal
Y yo me lanzaré
En esta maravillosa aventura.

Te he elegido
Y nunca he tenido añoranzas.
Siento que Tú me dices:
“Permanece en mí
¡Permanece en mi amor!”
Pero ¿Podría permanecer en otro?
Sólo el amor puede realizar
Este misterio extraordinario.
Comprendo que Tú quieras toda mi vida.
“¡Todo! ¡Y por amor a Ti!”

En el camino de la esperanza
Sigo cada uno de tus pasos.
Tus pasos errantes hacia el establo de Belén
Tus pasos inquietos en el camino a Egipto
Tus pasos veloces hacia la casa de Nazaret
Tus pasos gozosos para subir con tus padres
Al Templo.
Tus pasos fatigados en los treinta años de
Trabajo.
Tus pasos solícitos en los tres años de anuncio
De la Buena Nueva.
Tus pasos ansiosos que buscan a la oveja perdida
Tus pasos dolorosos al entrar en Jerusalén
Tus pasos solitarios ante el pretorio
Tus pasos pesados bajo la cruz camino del Calvario
Tus pasos: fracasado, muerto y sepultado
Despojado de todo,
Sin vestidos, sin un amigo,
Abandonado hasta por el Padre
Pero siempre sometido al Padre.
Señor, Jesús,
Arrodillado,
De tú a Tú ante el Sagrario
Comprendo:
No podría elegir otro camino,
Otro camino más feliz,
Aunque, en apariencia,
Hay otros más gloriosos.
Pero, Tú, amigo eterno,
Único amigo de mi vida,
No estás presente en ellos.
En Ti está todo el cielo con la Trinidad,
El mundo entero y la humanidad entera.

Tus sufrimientos son los míos,
Míos todos los sufrimientos de los hombres.
Mío todo lo que no tiene paz no gozo,
Ni belleza, ni comodidad, ni amabilidad.
Mías todas las tristezas, las desilusiones,
Las divisiones, el abandono, las desgracias.
Mío es todo lo tuyo,
Porque Tú lo tienes todo;
Lo que hay en mis hermanos,
Porque Tú estás con ellos.
Creo firmemente en Ti,
Porque Tú has dado pasos de triunfo
“Se valiente, Yo he vencido al mundo”
Tú me has dicho: “Camina con pasos de gigante
Ve por todo el mundo
Proclama la Buena Nueva,
Enjuga las lágrimas de dolor,
Reanima los corazones desalentados
Reúne los corazones divididos,
Abraza el mundo con el ardor de tu amor,
Acaba con lo que ha de ser destruido,
Deja en pie sólo la verdad, la justicia, el amor”

Pero señor ¡yo conozco mi debilidad!
Líbrame del egoísmo,
De mis seguridades,
Para que deje de temer
El sufrimiento que  desgarra
Soy tan indigno de ser apóstol.
Hazme fuerte ante las dificultades.
Haz que no me preocupe
De la sabiduría del mundo.
Acepto que me traten como loco
Por Jesús, María y José…
Quiero ponerme a prueba,
Dispuesto a todas las consecuencias,
Despreocupado de todas ellas,
Porque me has enseñado
A afrontarlo todo.
Si me ordenas dirigir mis pasos valerosos,
Hacia la cruz,
Me dejaré crucificar.
Si me ordenas entrar
En el silencio de tu Sagrario
Hasta el fin de los tiempos
Me dejaré envolver por él
Con pasos aventurados.
Perderé todo:
Pero me quedarás Tú.
Allí estará tu amor
Para inundar mi corazón.
Mi felicidad será total…
Y por eso repito:
Te he elegido.
Sólo te quiero a Ti.
Y tu gloria”


En la residencia obligatoria
en Giang-Xá (Vietnam del Norte)

19-3-1980, Solemnidad de san José