27 de abril de 2015

¡Preso por Cristo!

PRESO POR CRISTO.

 “Jesús,
Ayer por la tarde, fiesta de la Asunción de María,
fui arrestado.
Transportado durante la noche de Raigón
Hasta Nhatrang
A cuatrocientos kilómetros de distancia,
En medio de dos policías
He comenzado la experiencia de una vida
De prisionero.
Hay tantos sentimientos confusos
En mi cabeza:
Tristeza, miedo, tensión;
Con el corazón desgarrado
Por haber sido alejado de mi pueblo.
Humillado recuerdo las palabras
De la Sagrada Escritura
“Ha sido contado entre malhechores” (Lc.22,37)
He atravesado en coche
Mis tres diócesis: Saigón, Phanthiet, Nhatrang,
Con profundo amor a mis fieles,
Pero ninguno de ellos sabe que su pastor
Está pasando la primera etapa de su Vía Crucis
Pero en este mar de extrema amargura
Me siento más libre que nunca.
No tengo nada, ni un céntimo,
Excepto mi rosario
Y la compañía de Jesús y María.
De camino a la cautividad he orado:
“Tú eres mi Dios y mi todo”.
Jesús,
Ahora puedo decir como san Pablo:
“Yo, Francisco, prisionero de Cristo
“Ego Franciscus, vinctus Jesé Christi
Pro vobis” (Ef.3,1)
En la oscuridad de la noche,
En medio de este océano de ansiedad,
De pesadilla, poco a poco me despierto.
“Debo afrontar la realidad”
“Estoy en la cárcel. Si espero
El momento oportuno
De hacer algo verdaderamente grande,
¿Cuántas veces en mi vida se me presentarán
Ocasiones semejantes?
No, aprovecho las ocasiones
Que se presentan cada día
Para realizar acciones ordinarias
De manera extraordinaria”
Jesús,
No esperaré, vivo el momento presente
Colmándolo de amor.
La línea recta está formada por millones de puntitos unidos entre sí.
También mi vida está integrada
Por millones de segundos
Y de minutos unidos entre sí.
Dispongo perfectamente de cada punto
Y mi línea será recta.
Vivo con perfección cada minuto
Y la vida será santa.
El camino de la esperanza está enlosado
De pequeños pasos de esperanza.
La vida de esperanza está hecha
De breves minutos de esperanza.
Como Tú , Jesús, que has hecho siempre
Lo que agrada a tu Padre.
Cada minuto quiero decirte:
Jesús te amo; mi vida es siempre
Una “nueva y eterna alianza” contigo.
Cada minuto quiero contar
Con toda la Iglesia:
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.”



Residencia obligatoria
Cay.Von (Nhatrang, Vietnam central)


   Después vinieron las tribulaciones en Raigón; el arresto; le llevaron de vuelta a su primera diócesis donde vivió el cautiverio más duro, no lejos del obispado. Y allí, en la oscuridad de su celda, oía las campanas de la Catedral, donde pasó ocho años. Después en la bodega de un barco, hacinado con mil quinientos prisioneros hambrientos y desesperados, pasó al campo de reeducación de Viñh-Quang, en las montañas. Para romper su voluntad y su fuerza, estuvo nueve años aislado, sólo con dos guardias, sin trabajo; caminando en la celda desde la mañana hasta la noche, para no ser destruido por la artrosis, mientras intentaban arrastrarlo al límite de la locura.


10. DIOS HABLA EN EL SUFRIMIENTO


   Nuestro obispo comenta que una noche, desde el fondo de su corazón oyó una voz que le sugería: “¿Porqué te atormentas así? Tienes que distinguir entre Dios y las obras de Dios. Todo lo que has hecho y deseas seguir haciendo: visitas pastorales, formación de seminaristas, religiosos, religiosas, laicos, jóvenes, construcción de escuelas, de hogares para estudiantes, misiones para la evangelización de los no cristianos…Todo esto es una obra excelente, son obras de Dios, pero ¡No son Dios! Si Dios quiere que abandones todas estas obras, poniéndolas en sus manos, hazlo pronto y ten confianza en Él. Dios hará las cosas infinitamente mejor que tú; confiará sus obras a otros que son mucho más capaces que tú ¡Tú has elegido sólo a Dios, no sus obras!”


   Había aprendido a hacer siempre la voluntad de Dios; pero ésta luz le dio una fuerza nueva que cambió totalmente su modo de pensar y que le ayudó a superar momentos de sufrimiento, humanamente imposibles de soportar, como los que relata a continuación:


   “Mientras me encuentro en la prisión de Phú Khánh en una celda sin ventanas, hace muchísimo calor, me ahogo, siento que mi lucidez flojea poco a poco hasta la inconsciencia; a veces la luz permanece encendida día y noche; a veces está siempre oscuro; hay tanta humedad que crecen los hongos en mi lecho. En la oscuridad veo un agujero en la parte baja de la pared –para que corra el agua- así que me paso más de cien días tumbado, metiendo la nariz en este agujero para respirar. Cuando llueve, sube el nivel del agua y entonces entran por los agujeros bichos, ranas, lombrices, ciempiés desde fuera; los dejo entrar, ya no tengo fuerzas para echarlos”.


   Pero ante este sufrimiento permanente, resuena en sus oídos y en su corazón la voz que le recuerda que Dios lo ha querido allí y no en otra parte; que debe escoger, en su dolor, a Dios. Cuando lo llevaron a las montañas de Viñh-Phú y vio doscientos cincuenta prisioneros, en su mayoría no católicos, repite con una sonrisa, que comenzó a entender la pedagogía divina en la Cruz de Cristo y respondió para sí:


   “Sí, Señor, Tú me mandas aquí para ser tu Amor en medio de mis hermanos; en el hambre, en el frío, en el trabajo fatigoso, en la humillación, en la injusticia. Te elijo a Ti; tu Voluntad; soy tu misionero aquí”
   Cualquiera podría pensar que no había otra opción para el obispo Nguyen Van Thuan, que sufrir su cautiverio. Y es cierto. Pero la diferencia consiste en que por un acto libre de aceptación, el sacerdote trascendió el momento y unió su sufrimiento a la Cruz de Jesucristo, convirtiendo el dolor en gozo, que se derramó eficazmente sobre sus hermanos cautivos. Convirtió un dolor infructuoso, en un dolor corredentor que dio sus frutos, porque a su fuerza se unió la de Dios: su Gracia. Lo recuerda en las siguientes palabras:


   “Desde este momento me llena una nueva paz y permanece en mí durante trece años. Siento mi debilidad humana, renuevo esta elección ante las situaciones difíciles y nunca me falta la paz”


   Estuvo nueve años en aislamiento, vigilado por dos guardias; caminaba y se daba masajes mientras rezaba el Te Deum; el Veni Creator y el Himno de los Mártires Sanctorum Martiris, que le comunicaban un gran ánimo para seguir a Jesús.

   Cuenta, que para apreciar estas bellísimas oraciones fue necesario experimentar la oscuridad de la cárcel y tomar conciencia de que sus sufrimientos se ofrecían por la fidelidad de la Iglesia, en unión con Jesús. No siempre le fue fácil orar en el dolor, porque el Señor le permitió experimentar su debilidad, toda su fragilidad física y mental. Los días eran largos, pero cuando se transformaron en años se convirtieron en una eternidad donde, al límite del cansancio y la enfermedad, no quedaban ni fuerzas para recitar una oración. El recuerdo de estos momentos le dio, posteriormente, una gran fuerza interior:


   “Jesús, aquí estoy, soy Francisco” en este momento me invade la alegría y el consuelo y experimento que Jesús me responde: “Francisco, aquí estoy, soy Jesús””