Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo,
que era uno de los notables entre los judíos.
Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: "Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él".
Jesús le respondió: "Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios. "
Nicodemo le preguntó: "¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?".
Jesús le respondió: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.
Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu.
No te extrañes de que te haya dicho: 'Ustedes tienen que renacer de lo alto'.
El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu".
Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: "Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él".
Jesús le respondió: "Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios. "
Nicodemo le preguntó: "¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?".
Jesús le respondió: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.
Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu.
No te extrañes de que te haya dicho: 'Ustedes tienen que renacer de lo alto'.
El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu".
COMENTARIO:
Juan nos
muestra, en su Evangelio, un personaje importante de la vida de Israel, que
sigue a Jesús: Nicodemo. Era un miembro del Sanedrín de Jerusalén y, por ello,
un hombre culto al que el propio Señor denomina como maestro. Un intelectual de
la época que, como deberían hacer los verdaderos intelectuales, se dedica a la
búsqueda de la Verdad; y hace de esto, la tarea fundamental de su vida.
Él, que conoce
bien las Escrituras, y no ha cerrado los ojos a los hechos milagrosos y sobrenaturales
que ha realizado el Hijo de Dios, ha decidido –sin prejuicios creados y sin
miedo a encontrar la realidad última de las cosas- que lo más inteligente es
acercarse al Señor y, juntos, desgranar las palabras e iluminar lo que está
oscuro. Ha vencido su orgullo, al comprender que para entender las verdades
divinas, no sólo basta la razón y los conocimientos adquiridos; sino el acto de
humildad que, asumiendo la limitación propia ante las cosas de Dios, busca sin
descanso la Palabra que pone luz y encaja todas las piezas del “rompecabezas”.
Se ha dado cuenta que necesita al Hijo, para llegar a alcanzar al Padre; y,
juntos, recibir el Espíritu Santo.
Por eso, y a
pesar de que el hombre vino de noche a ver a Cristo porque temía las
consecuencias de sus actos, el Maestro valora ese primer paso, que ha acercado
el corazón de Nicodemo a la misericordia del Señor. Ese encuentro calará tan
hondo en el doctor de la Ley que, en el momento de abandono y dolor -cuando
Jesús muera en la Cruz-, su alma se inundará de valor y, junto a José de
Arimatea, reclamará a la autoridad competente el Cuerpo inerte del Señor, para
enterrarlo con amor y respeto. Al final,
las palabras que hoy le dice el Maestro, en la oscuridad de la noche, las hará
vida y le darán la fuerza para sentirse y manifestarse como discípulo de
Nuestro Señor, a la luz del día.
Porque en ese
diálogo que mantiene Jesús con Nicodemo, le deja claro –y no admite otra
interpretación- que la condición para salvarse, es la fe en Jesucristo; que se
recibe en el Bautismo, por la acción del Espíritu Santo. Y que con ello, la
persona es transformada en un ser que adquiere la filiación divina y la
libertad de los hijos de Dios. Porque se nos infunde la Gracia; se nos libera
del pecado de origen, que nos ataba a la esclavitud del demonio y, somos
capaces –venciéndonos a nosotros mismos- de decidir con nuestros actos, si
queremos acercarnos a Dios o, por el contrario, darle la espalda.
En estas
palabras del Maestro, se encierra la altísima dignidad del hombre que, no sólo
ha sido creado a imagen divina, sino que para elevarlo a la misma naturaleza de
Dios, se le ha infundido –a través de las aguas bautismales- el espíritu de
eternidad. Y todo ello por un amor sin medida, que Cristo nos alcanzará con su
sacrificio en la Cruz. Esa agua que brotará de su costado, con la lanzada del
soldado romano, y que es la que nos inundará de Vida, a través del Paráclito.
Por eso Jesús le da a Nicodemo, las directrices para no perderse en el camino
que conduce a la salvación: “El que no nazca del agua y del Espíritu, no puede
entrar en el Reino de Dios”.
De ahí que sea
tan importante, que el sacramento bautismal se reciba lo antes posible; porque
nadie priva a los que quiere de verdad, de un tesoro maravilloso. La fe es un
regalo; una luz que inunda nuestro interior y nos descubre el auténtico sentido
de la vida. Y junto con la fe, sobreviene la Gracia; esa fuerza que nos
capacita para llegar a ser, lo que estamos llamados a ser desde antes de la
Creación: hombres felices con Dios, a pesar de cualquier tribulación. Jesús le
habla a Nicodemo, de la auténtica alegría cristiana. De convertirnos en hijos
de la Luz, y no volver a caminar entre tinieblas. Y yo no sé qué pensarás tú,
pero ante tan grande expectativa, dudar es de locos. Así lo entendió aquel
hombre que, como un ser inteligente que era, se decidió por Jesús ¡Decídete tú
también!