13 de abril de 2015

¡Decídete!




Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos.
Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: "Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él".
Jesús le respondió: "Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios. "
Nicodemo le preguntó: "¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?".
Jesús le respondió: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.
Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu.
No te extrañes de que te haya dicho: 'Ustedes tienen que renacer de lo alto'.
El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu". 

COMENTARIO:

  Juan nos muestra, en su Evangelio, un personaje importante de la vida de Israel, que sigue a Jesús: Nicodemo. Era un miembro del Sanedrín de Jerusalén y, por ello, un hombre culto al que el propio Señor denomina como maestro. Un intelectual de la época que, como deberían hacer los verdaderos intelectuales, se dedica a la búsqueda de la Verdad; y hace de esto, la tarea fundamental de su vida.

  Él, que conoce bien las Escrituras, y no ha cerrado los ojos a los hechos milagrosos y sobrenaturales que ha realizado el Hijo de Dios, ha decidido –sin prejuicios creados y sin miedo a encontrar la realidad última de las cosas- que lo más inteligente es acercarse al Señor y, juntos, desgranar las palabras e iluminar lo que está oscuro. Ha vencido su orgullo, al comprender que para entender las verdades divinas, no sólo basta la razón y los conocimientos adquiridos; sino el acto de humildad que, asumiendo la limitación propia ante las cosas de Dios, busca sin descanso la Palabra que pone luz y encaja todas las piezas del “rompecabezas”. Se ha dado cuenta que necesita al Hijo, para llegar a alcanzar al Padre; y, juntos, recibir el Espíritu Santo.

  Por eso, y a pesar de que el hombre vino de noche a ver a Cristo porque temía las consecuencias de sus actos, el Maestro valora ese primer paso, que ha acercado el corazón de Nicodemo a la misericordia del Señor. Ese encuentro calará tan hondo en el doctor de la Ley que, en el momento de abandono y dolor -cuando Jesús muera en la Cruz-, su alma se inundará de valor y, junto a José de Arimatea, reclamará a la autoridad competente el Cuerpo inerte del Señor, para enterrarlo con amor y respeto.  Al final, las palabras que hoy le dice el Maestro, en la oscuridad de la noche, las hará vida y le darán la fuerza para sentirse y manifestarse como discípulo de Nuestro Señor, a la luz del día.

  Porque en ese diálogo que mantiene Jesús con Nicodemo, le deja claro –y no admite otra interpretación- que la condición para salvarse, es la fe en Jesucristo; que se recibe en el Bautismo, por la acción del Espíritu Santo. Y que con ello, la persona es transformada en un ser que adquiere la filiación divina y la libertad de los hijos de Dios. Porque se nos infunde la Gracia; se nos libera del pecado de origen, que nos ataba a la esclavitud del demonio y, somos capaces –venciéndonos a nosotros mismos- de decidir con nuestros actos, si queremos acercarnos a Dios o, por el contrario, darle la espalda.

  En estas palabras del Maestro, se encierra la altísima dignidad del hombre que, no sólo ha sido creado a imagen divina, sino que para elevarlo a la misma naturaleza de Dios, se le ha infundido –a través de las aguas bautismales- el espíritu de eternidad. Y todo ello por un amor sin medida, que Cristo nos alcanzará con su sacrificio en la Cruz. Esa agua que brotará de su costado, con la lanzada del soldado romano, y que es la que nos inundará de Vida, a través del Paráclito. Por eso Jesús le da a Nicodemo, las directrices para no perderse en el camino que conduce a la salvación: “El que no nazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios”.


  De ahí que sea tan importante, que el sacramento bautismal se reciba lo antes posible; porque nadie priva a los que quiere de verdad, de un tesoro maravilloso. La fe es un regalo; una luz que inunda nuestro interior y nos descubre el auténtico sentido de la vida. Y junto con la fe, sobreviene la Gracia; esa fuerza que nos capacita para llegar a ser, lo que estamos llamados a ser desde antes de la Creación: hombres felices con Dios, a pesar de cualquier tribulación. Jesús le habla a Nicodemo, de la auténtica alegría cristiana. De convertirnos en hijos de la Luz, y no volver a caminar entre tinieblas. Y yo no sé qué pensarás tú, pero ante tan grande expectativa, dudar es de locos. Así lo entendió aquel hombre que, como un ser inteligente que era, se decidió por Jesús ¡Decídete tú también!