Lectura del santo evangelio según san Juan
(3,31-36):
El que viene de lo alto está por encima de todos. El
que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del
cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y
nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica la veracidad
de Dios. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu
con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en
el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que
la ira de Dios pesa sobre él.
COMENTARIO:
Estas palabras
del Maestro, que en un principio pueden parecer misteriosas, y que tan bien nos
transmite san Juan en su Evangelio, nos abren a la realidad divina que sólo
puede ser comunicada a través de su Hijo, Jesucristo. Bien sabemos que Dios,
que lo ha creado todo, da testimonio a los hombres de Sí mismo, en las cosas
creadas. De ahí que el hombre, que desde siempre ha buscado a Dios, haya creído
que lo encontraba en todo aquello que lo trascendía y que no podía dominar.
Por eso ha
habido épocas, en las que los seres humanos han adorado al sol, a los ríos, al
fuego y a la tierra. O bien, se han erigido “tótems”, con los que han intentado
calmar todas sus inquietudes. Pero hay que reconocer que, por las diversas y
difíciles circunstancias que rodean al ser humano, hemos tenido que terminar
asumiendo la limitación y la dependencia que nos caracteriza. Y eso, nos ha
dejado sin argumentos ante la explicación de nuestra autosuficiencia. Ese ha
sido el motivo de que el Señor, que sabía de nuestra naturaleza herida y de la
incapacidad de nuestra razón para alcanzar un total conocimiento de nosotros
mismos y del destino sobrenatural de la salvación, se haya revelado a los
hombres por medio de la encarnación del Verbo divino.
La Palabra de
Dios, que es la única que puede explicar la realidad íntima que conforma la
Trinidad, se ha entregado como uno más de los miembros del género humano para,
hablando con voz de hombre, descubrir y abrir al mundo el Ser de Dios, su
Voluntad y sus planes. En Jesucristo –Dios hecho Hombre- ha culminado toda la
revelación que, en el tiempo y en el espacio, ha sido el camino pedagógico para
que pudiéramos descubrir los pasos con los que el Altísimo iba preparando a la
Humanidad, para su venida.
El Señor Jesús,
ha abierto las puertas del conocimiento y es, a un tiempo, el mediador y la
plenitud de todo aquello que los hombres han buscado, fuera y dentro de sí
mismos. Por eso Cristo, que es la Salvación, es también esa Redención prometida
desde las primeras páginas del Génesis. El Único que puede hablarnos del Padre,
porque –en Él- El es el Hijo.
El Maestro insiste
en que la búsqueda ha terminado; y que el plano que llevaba al tesoro y que fue el reflejo divino que se encontraba
en la revelación natural y sobrenatural del Antiguo Testamento, nos ha llevado
a la plenitud del Ser y el Estar, que ha dado sentido a la vida de los hombres:
Nuestro Señor. La Palabra única, perfecta e insuperable del Padre, ha sido
entregada a cada uno de nosotros para que no vivamos nunca más, en una duda
existencial que nos conduce a la muerte. Sino en una certeza histórica, que
descubre la inmensidad del amor de Dios por todas sus criaturas, al rescatarlas
del pecado y, con su Sangre, devolvernos a la Vida.
El Señor
persiste en un hecho, que no quiere que perdamos nunca de vista; y es que todos
sus discípulos deben predicar su Persona, pero a través de sus actos. Porque
solamente con nuestra coherencia, podremos dar testimonio de que nuestra
existencia procede de arriba y lucha por no quedarse aquí abajo. Que hemos
aceptado al Maestro como nuestro ejemplo y nuestro guía, porque creemos
firmemente que sólo así alcanzaremos la Gloria. No nos abandonemos en búsquedas
insensatas, que solamente satisfacen nuestro orgullo y nuestra ansia de saber,
mientras que no nos comprometen a nada. Ya que una de las premisas en el
encuentro con el Sumo Hacedor, es esa unión a Su destino; y nos insiste en que
aceptemos, con alegría cristiana, la cruz de cada día por amor a su Nombre. Que
nos responsabilicemos, con los hechos que nos permitirán cambiar el mundo, de nuestra
respuesta. Y eso ¡Cueste lo que cueste!