10 de abril de 2015

¡Abandono en la voluntad divina!

8. ABANDONO EN LA VOLUNTAD DIVINA.


   Realidad dolorosa, que no se opone a la alegría; porque lo opuesto a la alegría es la tristeza, la angustia, la desesperanza y la rebeldía que a algunos les produce el dolor, cuando no está unido a la verdadera Cruz de Cristo. El mismo Jesús manifestó, cuando estaba en agonía en Getsemaní, esa oración al Padre de rechazo ante su sufrimiento: “Padre, todo te es posible, aparta de mí este cáliz”; pero instantáneamente sobrevino el abandono y la confianza en la Sabiduría bondadosa de Dios que le hizo añadir: “pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú” (Mc. 14,36)   Si así reaccionó el Hijo de Dios por naturaleza ante el dolor de la Cruz, los que hemos sido hechos hijos en Él por adopción, deberemos buscar la ayuda de Jesús a través de la fuerza de su Espíritu, para poder descansar en su misericordia y amabilísima voluntad.

   Así nos lo recuerda santo Tomás Moro en su libro “Un hombre solo. Cartas desde la Torre”, número 7, Agosto de 1534:

   “Hija mía queridísima, nunca se perturbe tu alma por cualquier cosa que pudiera ocurrirme en este mundo. Nada puede ocurrir sino lo que Dios quiere. Y yo estoy muy seguro de que sea lo que sea, por muy malo que parezca, será de verdad lo mejor”


   Y esa actitud convencida que parte de la fe arraigada en el fondo del alma, nos provocará la verdadera esperanza, que tiene su origen en Dios y que domina, ante la dureza de la contradicción más cruel, el profundo dolor de la dejación y el olvido, convirtiéndolo en gozo amoroso ante la Cruz compartida de Jesucristo. Ante todo esto, la mejor forma de afrontar cada uno su sufrimiento, no es el puro esfuerzo ascético que reconduce el dolor hacia Dios a través de la voluntad; sino el abandono, desde el fondo del alma, en los brazos amorosos de nuestro Padre dejándole nuestro cuidado que, sin duda, será el mejor. Y así la lucha cobra otra perspectiva: la del amor, por la que se superan todos los obstáculos, cuando Dios está a nuestro lado a través de una vida sacramental,. No se nos ahorran los esfuerzos, pero el convencimiento de que no estamos solos en la batalla interior, agiganta nuestras fuerzas que descansan en Cristo y, aunque no dejamos de sufrir, aprendemos a sufrir profundizando en el sentido del dolor, que es el Amor.

   Santo Tomás Moro nos lo recuerda en su libro “Diálogo de la Fortaleza contra la Tribulación”., capítulo 3 del Primer Libro, página 54:

   “Hay dos tipos de personas en la tribulación: unos no quieren buscar alivio alguno, los otros sí. Entre los primeros hay también dos clases. Hay quienes están tan ahogados en dolor que caen en un estado de mortal depresión: nada les importa, en casi nada piensan, como si estuvieran en un letargo, con lo que puede ocurrir que desgasten el seso y la memoria, y aún las pierdan del todo. Este tipo de pesadumbre sin consuelo es el grado más alto del pecado de pereza. Hay otros que no buscan consuelo, ni lo recibirán, pero en su  tribulación, sea pérdida  o enfermedad, se hacen tan irritables, tan airados y tan lejos de toda paciencia, que para nada sirve hablarles. Es la suya una impaciencia tan furiosa que parece estuvieran medio locos y puede que, al hacer hábito de tal conducta, caigan en la locura completa. Esta clase de pesadumbre en la tribulación es una rama alta y mala del pecado mortal de ira. Luego, como te decía, hay otro tipo de gente que con mucho gusto serían consolados, y también aquí hay dos clases. Unos buscan el alivio mundano; y de estos diré ahora poco. Pero si voy a decir algo que aprendí de san Bernardo. El que estando en tribulación torna a las vanidades del mundo para obtener ayuda y consuelo, se comporta como un hombre que en peligro de ahogarse coge cualquier cosa que pasa al alcance de su mano, y la agarra firmemente, aunque no sea más que un palo; pero eso no le ayuda porque se lleva el palo consigo bajo el agua y ahí se ahogan los dos juntos. Si nos acostumbramos a poner nuestras esperanzas de consuelo en el deleite que dan esas insensateces, Dios permitirá que, por esa falta, nuestra tribulación crezca tanto que todo el placer de este mundo nunca nos mantenga a flote, y el insensato placer se ahogará con nosotros en el abismo de la tribulación. El otro tipo es el de los que desean ser confortados Por Dios. Y como te decía antes, sólo en este deseo poseen ya gran causa de consuelo. Esta actitud suya puede muy bien ser causa de mucho alivio por dos importantes consideraciones: una es que buscan consuelo donde no dejarán de encontrarlo, pues Dios puede dárselo y se lo dará. Puede porque es todopoderoso; se lo dará porque es sumamente bueno y Él mismo se lo ha prometido: Pedid y se os dará. El que tenga fe, como ha de tener el que vaya a ser confortado, no puede dudar de que Dios cumplirá ciertamente su promesa, y por tanto tiene mucha razón para tener ya alivio. Ten en cuenta que me refiero a quien anhele ser consolado por Dios. Deja en manos de Dios la manera de hacerlo y permanece contento ya le quite o disminuye la tribulación, ya le de paciencia y fortaleza espiritual para soportarla. De quien sólo desea que Dios le quite la aflicción, no podemos garantizar que esa actitud sea causa de mucho alivio, pues puede que desee la solución que no es la mejor para él.”


   Por eso al lado de Jesús se hace compatible el dolor y la alegría, ya que un sufrimiento sin tristeza, sin angustia, sin desesperación es indudablemente menos pesado y más llevadero. Jesucristo es el Cireneo que nos ayuda en el dolor; sin sustituirnos, sin suprimirlo, pero compartiendo y haciendo más llevadero el camino a la cruz en este misterio de estrecha cooperación entre gracia y libertad. Es por ello que tenemos tantos ejemplos de santos que en el amor no se han planteado descansos ni treguas, y por ello han sido fieles en el dolor. Si Dios, su Padre, les da consuelos, maravilloso y sino, también. Forjados en las virtudes heroicas han aceptado, asumido y se han entregado libremente a la voluntad de Dios en el dolor, identificándose con Cristo.