4. EL
MISTERIO DEL SUFRIMIENTO SE ABRE A LA VERDAD
DEL AMOR.
El sufrimiento
humano ha alcanzado su culminación en la Pasión del Señor y, en la Cruz de Cristo no sólo se ha
cumplido la Redención
mediante el sufrimiento, sino que el propio sufrimiento humano ha quedado
redimido; pudiendo participar todo hombre, cada uno en su medida, en la Redención.
El sufrimiento nos habla al cuerpo y al espíritu; habla a la
persona humana en toda su radicalidad.
San Josemaría se
hace eco de esta idea, con bellísimas palabras, en el punto 213 de Camino.; y
San Pablo nos lo recuerda en la segunda
carta a los Corintios ( 2 Co 4, 8-12)
“Jesús sufre por cumplir la voluntad del
Padre…Y tú, que quieres cumplir la santísima Voluntad de Dios, siguiendo los
pasos del Maestro ¿Podrás quejarte si encuentras por compañero el camino del sufrimiento?”
san Josemaría
“En todo apremiados, pero no acosados;
perplejos, pero no desconcertados; perseguidos, pero no abandonados; abatidos,
pero no aniquilados, llevando siempre en el cuerpo la muerte de Cristo, para
que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Mientras vivimos estamos
siempre entregados a la muerte por amor de Jesús, para que la vida de Jesús se
manifieste también en nuestra carne mortal…sabiendo que quién resucitó al Señor
Jesús, también con Jesús nos resucitará.” Corintios(2 Co. 4, 8-12)
Pero no hay que
olvidar que cuando san Pablo nos habla de la cruz y de la muerte, lo
complementa siempre con la
Resurrección ; porque es ahí donde el hombre encuentra una luz
completamente nueva que le ayuda a abrirse camino ante la oscuridad que
representa el dolor en la realidad de la vida.
Por ello san Pablo
escribe a los Corintios ( 2 Co 1,5-6)
“Porque así como abundan en nosotros los
padecimientos de Cristo, así por Cristo abunda nuestra consolación”.
El hombre al descubrir,
por la fe, el sufrimiento redentor de Jesucristo, descubre al mismo tiempo en
él su propio sufrimiento, enriqueciéndolo con un nuevo significado pleno de
contenido. Y así, la Cruz
emite, de modo penetrante, la luz que
ilumina el dolor humano y que nos recuerda que el misterio de la Pasión está incluido en el
misterio Pascual, donde el sufrimiento culmina en la Resurrección y el
dolor se da la mano de la gloria.
Así pues, la participación en los sufrimientos de Cristo es,
al mismo tiempo, participación en los sufrimientos por el Reino de Dios; ya que
a los ojos del Dios justo, cuantos participan en los sufrimientos de Cristo se
hacen dignos de ese Reino.
San Josemaría nos
lo recuerda en el punto 235 de Surco.
“No te quejes si sufres. Se pule la piedra
que se estima, que vale.
¿Te
duele? –Déjate tallar, con agradecimiento, porque Dios te ha tomado en sus
manos como un diamante…No se trabaja así un guijarro vulgar-“
5. EL
SUFRIMIENTO: ESPERANZA Y GLORIA.
Es de alguna
manera, como si mediante el sufrimiento, los hombres pudiéramos devolver, en un
cierto sentido, el infinito precio de la sangre de Cristo en su Muerte y
Resurrección, que fue lo que costó nuestra Redención. Cristo nos ha introducido
en este Reino a través de su sufrimiento y es mediante éste, como los hombres
maduramos para entrar en Él. Esta perspectiva del Reino de Dios está unida a la
esperanza de la Gloria ,
cuyo comienzo, no debemos olvidarlo nunca, está en la Cruz; porque a veces, era tal
el dolor y la intensidad del sufrimiento en el Calvario, que podemos olvidar
que éste nos condujo a la
Resurrección y posteriormente a la Gloria. Por eso los que estamos
llamados a participar en el sufrimiento del Señor, estamos llamados, mediante
su propio sufrimiento, a tomar parte en la Gloria.
San Pablo nos lo
recuerda en la Carta
a los Romanos (Rm.8,18-19):
“Somos…coherederos de Cristo, supuesto que
padezcamos con Él para ser con Él glorificados. Tengo por cierto que los
padecimientos del tiempo presente nada son en comparación con la gloria que ha
de manifestarse en nosotros”
Por eso, el motivo
del sufrimiento y de la Gloria ,
tiene una característica estrictamente evangélica, que se aclara en su
referencia a la Cruz
y a la Resurrección. A
través del sufrimiento, Dios ha querido llamar al hombre para que se manifieste
en toda la grandeza que es capaz: en su madurez espiritual. Sólo hay que
recordar los innumerables mártires y confesores de Cristo que, fieles a su amor
y su palabra, murieron manifestando la gloria del Señor; y haciendo comprender,
a las generaciones venideras, el amor, la entrega y la belleza que se escondía
en el propio sufrimiento ofrecido al Padre en amorosa libertad. Cierto es, que
los hay también, que sin fe en Cristo, dan y sufren la vida por una causa
justa; en todos ellos, los sufrimientos han confirmado, de un modo particular,
la altísima dignidad del hombre.
Así nos lo recuerda
santo Tomás Moro en su libro “Diálogos de la fortaleza contra la tribulación”,
capítulo 19,página 105 del Libro Primero:
“La Escritura de tal modo ensalza la tribulación como
la mejor manera en esta tierra de alcanzar el bien que da Dios en el mundo
venidero, que en comparación parece desaprobar el mísero bienestar mundano.
¿Qué otra cosa significan las palabras del Eclesiastés que he mencionado, qué
es mejor estar donde haya aflicción que en una fiesta? ¿A qué suena esta
comparación suya, de que el corazón del hombre sabio es atraído donde hay gente
afligida y el corazón del necio está donde puede hallar regocijo? ¿A dónde
tiende esa amenaza del sabio, que quien se deleita en la abundancia caerá en la
calamidad? La risa se mezclará con el dolor, y al final del gozo se encuentra
la congoja. Y nuestro mismo Salvador dice: Ay de vosotros que os reís, porque
lloraréis y os lamentaréis. Y también dijo: Bienaventurados los que lloran y se
lamentan, porque serán consolados. Y a sus discípulos: El mundo se alegrará y
vosotros os lamentaréis, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría, y el regocijo
de muchos que se alegraban torna ahora en dolor y tristeza. Luego ves en la Escritura que, por lo
que se refiere al consuelo, la tribulación sobrepasa a la prosperidad como el
día a la noche. En la tribulación se hace mérito por la paciencia, por el obediente
acuerdo de la voluntad del hombre con la de Dios, y por el agradecimiento a
Dios en su visitación”
Pero en la búsqueda
del sentido del sufrimiento, no se le escapa al hombre que éste aparece muchas
veces como un cierto sentido de prueba, a veces bastante dura, a la que es
sometida la humanidad. En ella se comprueba, muchas veces, la debilidad del ser
humano que se quiebra en su soledad existencial, y la fortaleza de corazón que
acompaña a aquellos que deciden caminar de la mano de Dios.
Nos lo recuerda
Benedicto XVI en la Carta Encíclica “Spe Salvi”,
punto 37, página62:
“Podemos tratar de limitar el sufrimiento,
luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres,
intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría
significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatifa y el dolor de la
verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que quizá ya no
existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido y de
la soledad es aún mucho mayor. Lo que cura al hombre no es esquivar el
sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación,
madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo,
que ha sufrido con amor infinito”
En el sufrimiento
humano es cuando más se manifiesta la debilidad de nuestra naturaleza caída y
la necesidad, a través de la fe, de la búsqueda de la fuerza divina en la Gracia , que nos penetra y
nos abre a la acción salvadora, amorosa y consoladora de Cristo; que se ofrece
a la humanidad, llamándonos a la virtud que nos ayudará, con perseverancia, a
soportar lo que molesta; y a iluminarnos con la luz de la esperanza, para
mantenernos en la convicción de la bondad del dolor, cuando se vive junto a
Jesucristo.
Así nos lo recuerda
san Josemaría en Camino n.12:
“Crécete ante los obstáculos. –La gracia del
Señor no te ha de faltar: “Inter médium montium pertransibunt aquare”- ¡Pasarás
a través de los montes!”