17 de febrero de 2015

¡El Agua que sacia!

Evangelio según San Marcos 8,14-21. 


Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca.
Jesús les hacía esta recomendación: "Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes".
Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan.
Jesús se dio cuenta y les dijo: "¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida.
Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan
cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?". Ellos le respondieron: "Doce".
"Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?". Ellos le respondieron: "Siete".
Entonces Jesús les dijo: "¿Todavía no comprenden?". 

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Marcos es una clara referencia al cuidado que el hombre debe tener cuando, ante las dificultades que le surgen a lo largo de la vida, busca soluciones contrarias a los mandamientos divinos, o a los preceptos de la Santa Madre Iglesia. Sabe el Señor que, ante situaciones extremas en las que vemos peligrar nuestro sustento o nuestra seguridad, somos capaces de recurrir a soluciones que se enfrentan frontalmente con la doctrina que Cristo predicó, cuando estuvo aquí en la tierra. Nos previene, porque nos conoce, del peligro de justificar nuestras obras, con el error, la negación o la manipulación del mensaje cristiano. Haciéndose efectiva aquella frase en la que se nos advierte de que: “el que no vive como piensa, está condenado a pensar cómo vive”.

  El Maestro recuerda a los suyos que, en el fondo, esa actitud esconde una falta de fe y de esperanza; porque Jesús con sus actos y sus palabras, ha demostrado que en cada momento de nuestro día a día, está a nuestro lado: tanto en los de gozo, como en los de tristeza. El Señor nos dice que ya es hora de que asumamos que la Providencia divina –si la dejamos- se hará cargo de un futuro que, trabajando el presente, aprende de un pasado revelador. Que sólo Dios puede convertir las preocupaciones de hoy, en alegrías del mañana; en esa alegría cristiana que asume y descansa en la voluntad divina, haciéndola suya. Todo el Antiguo Testamento es una manifestación del Padre, que llama a sus hijos a la confianza y a la esperanza; sobre todo en aquellos momentos en los que parece que estamos solos ante la inmensidad. Pero ese "parece", no tiene consistencia real; ya que Cristo, con su Palabra, nos asegura que nunca nos va a abandonar. Que es una insensatez buscar en lo perenne, la solución a nuestra sed de infinito. Que sólo Aquel que es el Todopoderoso, puede oír, escuchar, aceptar y solventar nuestras inquietudes personales.

  Cuantas circunstancias de la vida, nos cuenta la Escritura, han sido ocasiones que el Padre ha permitido que sucedieran, para que fuéramos perseverantes en la oración. Para volver nuestros ojos al Cielo, dándonos cuenta de que nadie –absolutamente nadie- puede acudir en nuestro socorro y librarnos de esa preocupación, que nos oprime el alma. Porque el alma de un cristiano es de Dios y Dios toma posesión de ella, cuando participa de los Sacramentos, dándole la paz que tanto necesita.

  Esa imagen de la levadura, es una advertencia sobre todas esas teorías, filosofías y principios de conocimiento, que excluyen al Dios cristiano de la ecuación de la vida. De ese Dios personal que habla al hombre, asumiendo su naturaleza, en Cristo Jesús. Ya hemos podido comprobar, en otros puntos del Evangelio, que el Señor no dulcifica el compromiso que adquirimos, al estar a su lado; y ni mucho menos nos miente al asegurarnos que ser fieles a su Persona, no será ni cómodo ni fácil. Que tendremos que negarnos a nosotros mismos, para ser capaces de adquirir esa virtud que nos sublima, porque nos libera de las pasiones a las que estamos atados por nuestros pecados. Y es que a Dios se le ama, con la pureza del cuerpo y del espíritu; con la entrega responsable de nuestra libertad.


  Jesús nos recomendará que, para lograr nuestros buenos propósitos, seamos constantes en las prácticas de piedad; en todas aquellas que ha depositado en su Iglesia y que nos permiten participar de su Gracia, adquiriendo esa fuerza que arrastra a la voluntad y la eleva. Que asumamos en nuestro interior esa enseñanza, que no radica en el saber, sino en el ser. Porque todo su conocimiento sólo es valioso, cuando es vivido y compartido. Por eso santa Teresa de Jesús, que hizo suyo el mensaje cristiano, nos decía que si ponemos a Cristo en el sumando de nuestro existir, el resultado es infinito. Yo creo que esa idea de la santa, bien podría ser la respuesta a la pregunta que el Señor nos hace al finalizar el texto: “¿Todavía no comprenden?”. Es como si el Señor nos dijera: “¿Todavía no comprenden que yo soy el alfa y el omega? ¿Tu principio y tu fin? ¿El Todo y lo Único que debe importante, de verdad? Porque Conmigo no hay nada que te falte. Yo soy el agua, que sacia tu sed".