21 de febrero de 2015

¡Abre tu hogar para Cristo!

Evangelio según San Lucas 5,27-32. 


Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme".
El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos.
Los fariseos y los escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: "¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?".
Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos.
Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan". 

COMENTARIO:

  Vemos, en este Evangelio de Lucas, esta actitud de Jesús que siempre es un bálsamo de esperanza para todos aquellos pecadores, que hemos escuchado su Palabra y nos hemos decidido a ir a su encuentro. Hoy, como Iglesia, y ayer, como Mesías, el Señor ha venido a este mundo a llamarnos a todos para formar parte de su realidad salvífica: su Reino.

  Cristo no busca, sino que favorece el encuentro: nos da la oportunidad de remediar nuestros errores, sanar la enfermedad del alma, que el pecado nos ha dejado y, libres de las limitaciones  -por la Gracia conferida- caminar junto a Él, hasta alcanzar la Gloria. Jesús sabe penetrar en el fondo de nuestro corazón y allí, en la conciencia y con una mirada plena de amor, confiar en nuestras posibilidades. Porque el Señor es como esos preparadores físicos que saben, mucho antes que nosotros mismos, si seremos capaces de hacer un último esfuerzo cuando el cansancio esté a punto de romper nuestra resistencia.


  Así vio el Maestro, el interior de Mateo; ése apóstol que para todos era Leví, el cobrador de impuestos. Aquel que estaba acostumbrado a caminar entre esa línea tan fina, que separa el pecado de la virtud. Lo vio, lo amó y lo eligió; porque a Cristo no le importaba lo que era, en su ignorancia, sino lo que alcanzaría a ser cuando tuviera un verdadero conocimiento de su Persona. El Señor iluminó su interior y llamó a la puerta de su voluntad; y aquel hombre bueno, al que seguramente las circunstancias de la vida lo convirtieron en un pecador y un traidor ante sus conciudadanos, se levantó y le siguió. Decidió abandonar la seguridad de un trabajo bien remunerado –las ganancias terrenas- que no le convenía moralmente, para formar parte del grupo de Jesús, que carecía de bienes. Mateo comprendió, en un instante, lo que a muchos les cuesta entender toda una vida; y que tan bien explicó santa Teresa de Jesús, con esa frase de su poema que se ha hecho tan popular: “A quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta”. Mateo, por la luz del Espíritu, fue capaz de descubrir en la Humanidad santísima de Jesucristo, al Hijo de Dios.

  Aquel que le llamaba a seguirle, lo impulsaba a no tener miedo; a ser capaz de renunciar a lo perecedero, para alcanzar un tesoro incorruptible. Por eso ese “sígueme” del Señor, es una proposición a la libertad, que no predispone; ya que necesita que Leví se arrepienta de los actos cometidos en el pasado y, libre del peso de sus faltas, comience a caminar por el sendero de la justicia y la santidad. Y al hacerlo, el recaudador de impuestos siente la necesidad perentoria de comunicarlo a todos los que quiere y sabe que se encuentran en sus mismas circunstancias; por eso organiza un banquete con otros publicanos, para que se acerquen a Jesús. Tanta es su confianza en El Señor, que piensa que si los demás lo conocen, como le ha ocurrido a él, serán incapaces de permanecer en el error y enderezarán sus pasos. Ya se perfila en el apóstol, esa vocación a la que ha sido llamado como maestro de gentiles, a los que transmitirá el Evangelio.


  Todos los fariseos y los escribas que, a pesar de escuchar a Cristo, siguen sin querer entender nada, se extrañan  que comparta su tiempo y el alimento, con hombres que viven en pecado. Y el Señor les recuerda, otra vez, que justamente Él, ha venido a salvar a los hombres del pecado; y que, aunque su orgullo no les permita reconocerlo, todos estamos inclinados a cometerlo. La diferencia que Jesús propone a los que le escuchan, es esa llamada a la conversión y la penitencia, que insta a la voluntad para que se decida a seguirle; asumiendo todas las consecuencias. En estos momentos la Iglesia nos recuerda, que el Maestro vuelve a dirigirse a nuestro corazón, a través del tiempo litúrgico de la Cuaresma, para llamarnos a terminar y limpiar, de una vez por todas, nuestras miserias. Nos pide, con amor, que nos preparemos para ser sus testigos y compartir, primero el dolor y, posteriormente, el gozo de su Resurrección. Que como Mateo, no sólo abramos nuestra alma a Cristo, sino también nuestro hogar; para que a través del ágape de la amistad, logremos imprimir en los demás la inquietud por descubrir la fe y la legría, que mueven nuestro existir. ¡Abre tu hogar para Cristo!