27 de febrero de 2015

¡Concepción cristiana de la persona!

5. CONCEPCIÓN CRISTIANA DE LA PERSONA.


   Y es esa concepción cristiana de la persona, llena de su riqueza hipostática en materia y espíritu, la que consigue que la educación alcance su perfección y su sentido a través del desarrollo integral y armónico del ser humano. Por eso todos los que nos llamamos cristianos coherentes, debemos luchar, con nuestros argumentos, para manifestar y exigir en el sistema educativo aquella enseñanza que trate al hombre y a la mujer como lo que son por propia naturaleza: dotados de inteligencia y voluntad y por tanto libres. Que son: irrepetibles, irreductibles, incognoscibles en sí mismos con una dignidad privativa que radica en su más profundo interior, en su intimidad constitutiva; que se despliega en actos espirituales mediante sus facultades, con una apertura esencial que se realiza como coexistencia y que son llamados, a través de la iniciativa divina, a una correspondencia libre.


[1] “Se debe educar al hombre todo, para que la educación sea integral y humana (…) la misión es hacer hombres, no papagayos; hombres enteros y cabales, no mutilados ni desequilibrados; y para conseguirlo debe educar armónicamente todas las fuerzas y facultades del alumno; considerándole como ser activo, inteligente y responsable, con destino trascendente, fisonomía y carácter propios”


    Pero, justamente, porque fallamos en el concepto de persona erramos en la finalidad educativa que nos proponemos y optamos por un sistema competitivo cuyo único aliciente es la instrucción que al evaluar consagra “egos” exacerbados  que culminan en brillantes posiciones sociales. San Josemaría en su punto 597 de Surco, nos llama la atención sobre esa cuestión:


Resulta experiencia penosa observar que algunos, menos preocupados de aprender, de tomar posesión de los tesoros adquiridos por la ciencia, se dedican a construirla a su gusto, con procedimientos más o menos arbitrarios. Pero esa comprobación te ha de llevar a redoblar tu empeño por profundizar en la verdad”


   Es necesario, por el propio bien de la sociedad, recordar que la misión de la escuela es hacer hombres y mujeres cabales, educando armónicamente todas las fuerzas y facultades de los alumnos para que sean capaces de alcanzar su mayor plenitud, a través del conocimiento de sí mismos. Eso se conseguirá generando el conjunto de creencias y convicciones que les ayuden a desarrollar disposiciones positivas respecto a las realidades del mundo: naturales, humanas y trascendentes, como punto de apoyo necesario para que puedan sostenerse con seguridad en el suelo de sus vidas. Es muy común que la educación integral se considere la suma de diferentes tipos de educación; pero esa concepción educativa no consiste en una construcción acumulativa, sino en aquella que parte y arranca de la raíz de la unidad del hombre: de su personalidad. El hombre íntegro no es un conglomerado de actividades, sino aquel que es capaz de poner su sello personal en cada una de las manifestaciones de su vida. Por eso la educación integral es aquella que permite poner unidad en todos los aspectos de la vida de la persona.
 


6. EDUCACIÓN INTEGRAL: LIBERTAD Y VIRTUDES.


   A través de una educación integral, desarrollaremos las potencias que hacen que el hombre sea lo que es; educando en la libertad que define, esencialmente la naturaleza humana incompleta, que al no estar determinada por los objetos debe determinarse frente a ellos, estando abierta operativamente a diversas posibilidades de actuación. El acto de elegir es la inmediata manifestación de la libertad referida a los medios, para que así pueda desembocar en el acto más radical del ser humano, que es: autodeterminarse en razón del fin: Si así lo hacemos prepararemos a nuestros alumnos para que la libertad, entendida como capacidad de autodeterminación, les permita estar por encima de determinaciones que generarán una inconmovible conducta,  demostrando que la libertad humana es un proceso de liberación de toda dependencia externa o interna.
  

   Trabajaremos con ellos la formación de hábitos –actuaciones repetidas, inteligentes y voluntarias que dan estabilidad a la conducta- para que sepan responder ante una libertad del hombre relativa, por ser creada y caída, por tanto defectible y nunca absoluta. Y lo haremos, porque por la propia estructura antropológica del ser humano, podemos afirmar que sólo educando los hábitos seremos capaces de alcanzar la libertad que nos enriquece con las renuncias personales, al perfeccionar nuestras potencias con el ejercicio de las mismas, consiguiendo la persona, la posesión perfectiva de sí mismo, en lo que radica su crecimiento que es el fin de la educación.


   Para cualquier educador, o cualquier sistema educativo, su máxima aspiración debería ser lograr que sus educandos fueran, no sólo grandes profesionales, sino señores de sí mismos; capaces de sobreponerse a la esclavitud de sus tendencias, de sus inclinaciones y caprichos. Pero ese dominio, que es una de las dimensiones radicales de la libertad humana y del ser personal, no se logrará si primero no se ha trabajado en el gimnasio de la voluntad la formación de hábitos que prefiguren una progresiva posesión de su ser a través de actos realizados; haciendo de la persona dueña de su vida y no esclava de sus pasiones. 


[2] “Educar es ayudar a crecer. En esa expresión se condensa todo un saber pedagógico en la medida en que alude directamente a un implícito sumamente importante, a saber, que el ser humano es capaz de crecer. Un crecimiento que hace referencia a la esencia de la persona y denominaremos esencialización, pero también cabe un crecimiento personal al que denominaremos optimización. La esencialización es la acción que realiza la persona que radica en perfeccionar la naturaleza que tiene y consiste en el crecimiento irrestricto de las facultades superiores –inteligencia y voluntad- a través de los hábitos. Por su parte la optimización consiste en el crecimiento irrestricto de los trascendentales personales mediante la libre destinación de quienes somos. En otras palabras, el perfeccionamiento personal no es tal si la persona no se acepta para darse o destinarse. De este modo, lo más elevado en la esencia es la virtud, pero por el carácter dual, la persona libre dispone “en orden a una destinación, a un otorgamiento” y es éste el fin más alto que le compete”


   Esos hábitos operativos perfectivos que remiten a la potencialidad, como operatividad futura, reciben el nombre de virtudes, que son la esencia de la educación. Ya que no educamos potencias independientes, sino a la persona en la unidad de su ser, éste actuará mediante las virtudes articuladas en su diferente etapa de maduración personal y reclamará que la función educativa, para serlo, tenga una capacidad integradora de la inteligencia y la voluntad; pudiendo conseguir contemplar los hábitos, en la plenitud de su consistencia, como virtudes.


   Perseguimos ese desarrollo total y unitario de la persona en sí, cuyas acciones u operaciones inmanentes la configuran a lo largo de su vida, en torno al decisivo factor de la libertad creadora, capaz, no sólo de asumir, sino de elegir vivir de forma heroica circunstancias difíciles de su existencia, como bien nos lo recuerda Alfredo Rodriguez Sedano:


[3]De esto se desprende que el crecimiento humano es esencialmente un crecimiento –mediante los hábitos- de potencias que no están determinadas; entre ellas, las más inminentemente humanas –el entendimiento y la voluntad- muestran el carácter propio del crecimiento humano: siempre se puede conocer más y querer más: Mientras que el crecimiento de la persona, en cuanto que se trasciende, es un disponer en orden a una destinación, a un otorgamiento.”


   Optamos por el global cultivo del espíritu, que no se produce por el logro de unos objetivos comportamentales, escalonados técnicamente, sino por el proceso que se va produciendo al ritmo en que el intelecto, la voluntad y la afectividad se enriquecen a través de los hábitos; consiguiendo que la voluntad del educando, cuando sea capaz de ello, en un acto radicalmente libre, decida hacer lo que debe hacer porque es bueno y es lo mejor.  Educamos para que el hombre alcance su finalidad, que es llegar a ser feliz a través del perfeccionamiento y la elevación de sus potencias, sobre todo de aquellas que lo trascienden y lo religan con Dios, a través de una libre respuesta personal.  Como leemos en el punto 344 de Camino:


 “Educador: el empeño innegable que pones en conocer y practicar el mejor método para que tus alumnos adquieran la ciencia terrena ponlo también en conocer y practicar la ascética cristiana para que ellos y tú seáis mejores”.


     Por eso educar debe ser mostrar al hombre el proyecto divino que está llamado a ser a través de sus virtualidades, elecciones, encuentros y limitaciones. Limitaciones, que por la propia vida, desembocarán en sufrimientos que nos abatirán crudamente al enfrentarnos a su misterio en la encrucijada del dolor, que forma parte del propio ser humano. Queda claro en las siguientes palabras de S.S. Pío XI:


[4] “Los hombres, creados por Dios a su imagen y semejanza y destinados para gozar de Dios, perfección infinita, al advertir hoy más que nunca, en medio de la abundancia del creciente progreso material, la insuficiencia  de los bienes terrenos para la verdadera felicidad de los individuos y de los pueblos, siento por esto mismo, un más vivo estímulo hacia una perfección más alta, estímulo que ha sido puesto en la misma naturaleza racional por el Creador y quieren conseguir esta perfección principalmente por medio de la educación. Sin embargo, muchos de nuestros contemporáneos, insistiendo excesivamente en  el sentido etimológico de la palabra, pretenden extraer esa perfección de la mera naturaleza humana y realizarla con solas las fuerzas de ésta. Este método es equivocado, porque en vez de dirigir la mirada a Dios , primer principio y último fin de todo el universo, se repliegan y apoyan sobre sí mismos, adhiriéndose exclusivamente a las cosas terrenas y temporales; y así quedan expuestos a una incesante y continua fluctuación mientras no dirijan su mente y su conducta a la única meta de la perfección que es Dios, según la profunda sentencia de San Agustín: “Nos hiciste Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”







[1]   D. José Luís Gonzalez-Simancas “Educación, Libertad y Compromiso” , punto 1 Introducción, Un principio central. Principio de autodesarrollo, La integridad en la vida real.


[2]    Don Alfredo Rodriguez Sedano; introducción al artículo “La libre donación personal: Libertad íntima o libre manifestación humana”:

[3]     Conclusión de su artículo “La libre donación personal: libertad íntima o libre manifestación humana
[4]    Carta Encíclica “Divini Illius Magistri”, punto 4