3.
LA VERDADERA EDUCACIÓN.
Todo el
sistema educativo, ante un reto semejante, debe desplegar las teorías, materias
y argumentos que ayuden a que los alumnos puedan dar de sí el máximo como
personas íntegras, enteras, de una pieza. Porque en eso consiste el educarse:
en crecer aprendiendo a discernir primero, a estudiar después y finalmente a
hacer suyas, interiorizándolas, un conjunto de verdades o realidades valiosas,
ricas, humanas y trascendentes.
Nos lo recuerda José Luís Gonzalez-Simancas en
su libro “Educación, Libertad y Compromiso”, en el punto 4, página 31, Un
concepto de Educación de Cuestiones Preliminares:
“Para
mí la educación es una maravillosa aventura que consiste en el despliegue progresivo de uno mismo,
hasta el más pleno desarrollo que a uno le sea posible: como ser humano, como
persona; por entero y en su irrepetible singularidad; abriéndose al mismo
tiempo a la realidad en la que vive –que es natural, social y trascendente-; y
comprometiéndose solidariamente con ella, mediante el recto uso de su libertad”
Personas que llegan a saber cómo afrontar todo
tipo de dificultades con valentía, superándose a sí mismos a pesar de las naturales limitaciones, en beneficio
propio y en el de quienes conviven con ellas. Crecer en riqueza interior, en
intimidad personal, cultivando la propia singularidad irrepetible, que somos
cada uno. Crecer en nuestra capacidad de iniciativa y creatividad, desembocando
en proyectos llenos de ilusión que exigirán ejercer el pensamiento y los actos
propios de la voluntad; poniendo el corazón, la afectividad y nuestros más
nobles sentimientos. Crecer en nuestra capacidad de darnos a los demás, de
comunicar, de participar en esa aventura solidaria que es la vida. Ayudar a
ayudar, sin interferir en la libertad del otro, comprometiéndonos a crecer
personalmente para aportar lo mejor de nosotros mismos a la sociedad,
contribuyendo en su propio desarrollo.
Nos lo
recuerdan Francisco Altarejos y Concepción Naval en su libro “Filosofía de la
Educación”, en el punto 2 del capítulo I, página 31:
“Cabría decir que la educación es la acción
recíproca de ayuda al perfeccionamiento
humano, ordenado intencionalmente a la razón, y dirigido desde ella, en cuanto
que promueve la formación de hábitos éticamente buenos. Acción con una
finalidad inmanente pues su efecto no revierte al exterior, sino que redunda en
la potencia. Aquí está sin duda la clave del perfeccionamiento humano: en la
mejora personal, suscitada por el crecimiento de las potencias; sólo entonces
cabe hablar rigurosamente de educación”
Pero ante esta tarea, que aunque a veces no
nos lo parezca es titánica, cualquier educador, cualquier sistema educativo,
debe responder seriamente a las preguntas que los padres, ante la importancia
de la delegación ejercida, inquieren al propio sistema:
-¿Qué verdad
van a descubrir nuestros hijos y en qué va a consistir la formación que logrará
convertirlos en hombres de provecho?
Porque el
saber es vida y la vida se realiza en la persona:
-¿Qué tipo de
persona esconde la base antropológica en la que descansa la ideología del
centro y los agentes educativos a los que damos el poder de formar el bien más
preciado que tenemos?
4.
MODELO ANTROPOLÓGICO QUE DA SENTIDO A LA EDUCACIÓN.
Se debe
responder con un planteamiento serio de concepción antropológica, que será la
directriz que permita valorar las razones y la naturaleza propias de la idea o
concepto de persona, para así fomentar esas propiedades o dimensiones que la constituyen como tal y
pueden ayudarla a alcanzar su plenitud.
Nos lo
recuerda D. José María Barrio en su
libro “Elementos de Antropología
Filosófica” punto 3 del capítulo I, página 25:
“Si es verdad que –como veremos- educar es
ayudar al hombre a que se “humanice” y esto no es otra cosa –como también habrá
ocasión de demostrar- que contribuir al mejoramiento de la persona, en tanto
que persona, la educación no es viable, entonces, sin una concepción de lo que
sería deseable, del estado óptimo del ejercer como persona. Difícilmente se
llevará a cabo una práctica educativa inteligente, si no se cuenta con una idea
antropológica afianzada y suficientemente reflexionada, por mucho que la
reflexión en este punto no acabe nunca de agotar la riqueza del objeto en
cuestión”
Efectivamente,
el hombre necesita aprender a ser lo que es, porque la biología no se lo da
resuelto y para ayudarle a ello, necesitamos un modelo antropológico que
fundamente la acción educativa y el pensamiento pedagógico, que conseguirá
poner los cimientos del hombre en toda su plenitud.
D. José Luís
Gonzalez- Simancas nos lo recuerda en su libro “Educación: Libertad y
Compromiso”, punto 6 del Prólogo, página 51:
“Hemos de llegar a una idea o concepto de persona en el que busquemos y encontremos
la razón y la naturaleza, a su vez, de
esas dimensiones o propiedades que la constituyen en cuanto tal. Si no sabemos
con claridad que es la persona humana, malamente vamos a poder educarnos y muy
difícil será que podamos ayudar a otras personas en su autotarea de llegar a ser en plenitud”
En este
momento podríamos elaborar complicadas concepciones sobre el ser humano, que
aportaran alguna comprensión a las diversas teorías contemporáneas; o recordar
la imagen del hombre que configuró la Grecia clásica, y que ha sido fundamento
de nuestra cultura occidental. Pero creo que no se trata de eso; aunque no
puedo dejar de aclarar que no comparto las teorías que perfilan al hombre como
un animal evolucionado que lucha contra un entorno adverso que debe dominar por
la fuerza. O esa visión materialista de
la persona, no sólo cerrada a la trascendencia, sino a la existencia de una
dimensión espiritual.
Para mí, la
única respuesta antropológica que consigue, mediante la educación, convertir al
hombre en lo que es, es aquella configuración cristiana del ser humano –híbrido
de materia y espíritu- que participa de una realidad unitaria. Que surge de la
creación divina y del amor de Dios. Que pone todo el ser de la criatura en un acto de otorgamiento radical y
gratuito, llamándolo a la existencia con una vocación, una intencionalidad: con
un fin preciso.
Parto de ese
plan especial que Dios tiene respecto al hombre y por el que lo ha llamado a
ser, de una manera particular, totalmente diferente al resto de los animales; creado a imagen y semejanza
suya y por ello dotado de una dignidad que lo hace fin en sí mismo y lo excluye
como medio para nada.
Parto de esa
concepción de persona subsistente, íntegra y singular en su naturaleza
racional; poseedora de inteligencia y voluntad con capacidad de querer y por ello de elegir, a través de esa
autodeterminación de la voluntad en la que se basa y se origina la libertad de
la persona; abrirse a todas las cosas y hacerlas suyas, amándolas.
Parto de una
verdad revelada: que me descubre al hombre en Cristo, imagen de Dios invisible
y primogénito de toda criatura, como fruto de la enseñanza divina al hombre.