27 de enero de 2015

¡Vuela alto!



Evangelio según San Marcos 3,31-35.
Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar.
La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: "Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera".
El les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?".
Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos.
Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre".

COMENTARIO:

  Este pasaje del Evangelio de san Marcos, donde se recogen unas palabras de Jesús, que pueden resultar aparentemente duras, descubre, precisamente en esta forma de hablar tan particular del Maestro, el verdadero perfil que deben tener los discípulos de Cristo, dispuestos a cambiar el mundo. Y lo hace, poniendo como ejemplo a Aquella que parece no reconocer, en ese momento preciso: su Madre.

  Porque para el Maestro, los lazos de sangre no requieren el compromiso de la fidelidad; sino el deseo de hacer la voluntad divina y aceptar con alegría, lo que Dios tiene dispuesto para nosotros. Y no hay nadie que haya entregado más su querer, al querer del Padre, que María Santísima. Ese es el verdadero contenido del mensaje de Jesús, cuando quiere descubrir a todos aquellos que le escuchan, que su Madre no es su familia, porque le haya dado a luz; sino que Dios la escogió para que su Verbo se encarnara de Ella, porque Ella sólo vivía, para hacer suya la voluntad del Altísimo.   Que tú y yo nos hemos de mirar en Nuestra Señora, para aprender a entregar lo poco que somos y tenemos, a los planes de Dios.

  Nos dice Jesús, que solamente así seremos sus verdaderos discípulos. Porque todo discípulo, por las aguas del Bautismo, se convierte en Hijo de Dios en Cristo y, por ello, en familia de Jesús. Tú y yo, somos ahora sus hermanos. Aquellos que, al lado de su Madre, van a buscarlo para poder continuar el designio de la Redención. Por eso el Maestro nos indica que pertenecer a su Iglesia es, justamente, eso: hacer nuestros sus deseos, y cumplir fielmente la expansión del Evangelio. Porque la Palabra y los Sacramentos, salvan. Y nosotros hemos sido llamados, junto a la Virgen, a recorrer todos los caminos de este mundo, acercando a nuestros hermanos al preciado don de la salvación.

  El texto también resalta, porque sabéis que cada palabra está preñada de sentido, que María acompañaba a los discípulos de Jesús. Y es que Ella es Maestra de fe, para cada uno de nosotros: escuchó, creyó, concibió, aceptó y sirvió al Señor y a los suyos, cómo sólo Dios quiere ser servido: con entrega, sin preguntas condicionadas ni condicionantes, sin dudas y, sobre todo, sin desfallecer ante la adversidad. Nuestra Madre es el medio preciado y precioso, para acercarnos a su Hijo y saber permanecer en Él, aunque a veces nos supere el dolor, la tentación, o la humillación de haber caído.

  Es tan inmenso pensar que todos juntos, y unidos a la Señora, formamos esa familia cristiana, la Iglesia, que no tiene límites ni fecha de caducidad; que sólo reflexionar sobre ello debe impulsar nuestra dicha y poner alas a nuestro corazón, para poder volar alto. Así, srcaremos el Cielo, lejos de las cosas que nos atan a esta tierra, acercándonos con alegría, a las cosas de Dios, que nos trascienden y subliman. Créeme, vale la pena ¡Vuela alto!