17 de enero de 2015

¡Sin excusas!



Evangelio según San Marcos 2,13-17.


Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía allí, y él les enseñaba.
Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían.
Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: "¿Por qué come con publicanos y pecadores?".
Jesús, que había oído, les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Mateo, comienza ratificando que lo primero que hace Jesús, lo primero que les da a aquellos que le siguen, es la enseñanza precisa y necesaria, para que puedan alcanzar la Verdad por sí mismos; y haciéndolo, se unan a Él con convicción, haciéndose sus discípulos. El Señor quiere que todos interioricen su mensaje y lo hagan suyo; con la libertad que da la buena y completa información. Por eso les explica y les desgrana las parábolas, enviándoles su Espíritu para que les ayude y les de luz, iluminando la oscuridad que sembró el diablo, a través del pecado.

  Pero para poder llevar a cabo el plan de la salvación, el Maestro ha querido involucrar en ella a los hombres; y Ha anhelado la entrega de aquellos que están dispuestos a caminar a su lado, hasta alcanzar la Vida eterna. Y porque Él ve el interior de las personas, y contempla la intimidad de nuestras conciencias, llamó a Mateo –también llamado Leví el de Alfeo- para que formara parte de su Reino. Y no como uno más, sino como un miembro destacado de su Iglesia, que daría testimonio de Cristo para siempre jamás, a través del Evangelio. El Señor no hizo caso de los comentarios de las gentes, ni del oficio en el que trabajaba, que era circunstancial; porque para el Hijo de Dios sólo tiene importancia la intención de nuestros actos y el amor que ponemos en ellos. Jesús supo ver la disposición del joven para unirse y entregarse a Él, aunando su voluntad a la voluntad divina; y renunciando –como bien se ve- a su vida, para participar de la vida de Cristo.

  El Maestro le invita, como ha invitado a muchos, a que se siente a su mesa y participe de su Banquete. Y como ha ocurrido siempre, aquellos fariseos que se consideraban mucho mejores que los publicanos que compartían la comida, protestan, se sienten menospreciados y consideran que si Jesús tuviera conocimiento de quienes son aquellas gentes, sin duda los expulsaría de la posición que ocupaban. Pero el Señor, con  paciencia, intenta hacerles ver que todos tienen derecho a participar del ágape divino, si se arrepienten de su vida pasada y aceptan a Dios en su alma. Que no excluye a nadie de su mesa, porque todos están llamados a la salvación. Y para que les quede claro, a los que se consideran justos, les advierte que su complacencia y su orgullo, les aleja de la santidad.

  Todos ellos, que murmuraban juzgando y erigiéndose en verdugos de sus hermanos, habían olvidado que los hombres no podemos alcanzar  la redención solamente con nuestras fuerzas; y que necesitamos la Gracia, que nos infunde el Paráclito, para vencer nuestros instintos, egoísmos y tentaciones, que son comunes a todo el género humano. Que no hay nadie bueno, salvo Dios; y que sólo Él puede darnos su misericordia y el perdón de los pecados, si tenemos la humildad de reconocerlos y pedir su ayuda para poder compartir la Gloria, al lado de Nuestro Señor.

  Tú y yo, debemos alcanzar a percibir las actitudes, los trabajos, las anécdotas y las vicisitudes que han podido convertir a algunas personas, en depredadores sociales. Tal vez si tomando ejemplo de Cristo, supiéramos llegar al fondo de sus corazones, veríamos que estas almas solamente están sedientas de amor; y esperan, sin saberlo, ese encuentro crucial con el Señor, que les cambie la vida. Recordar que un día Jesús también nos miró, y nos pidió que le siguiéramos por esos caminos de la tierra. No tuvo en cuenta nuestras faltas, ni nuestros errores, porque a su lado todo se purifica y se trasciende. Ahora es el momento en el que nosotros hemos de dar razón de nuestra fe; sobre todo a aquellos que creen que no lo necesitan, porque en realidad, son los más necesitados. No juzguemos; no sintamos miedo ante lo desconocido, que muchas veces puede resultar incómodo. Abramos nuestro corazón al Maestro y pongámonos en disposición de servirle, como sólo Él quiere ser servido: sin excusas.