Queridos todos:
Sólo unas palabras para desearos un feliz año nuevo.
Dejamos atrás un montón de vivencias, buenas y malas. Proyectos que no se han
cumplido e ilusiones que, tal vez, se han disipado en la niebla de la
contrariedad. Si así ha sido: ¡Ánimo! ¡Esperanza! Porque ese es el distintivo
del cristiano, que confía en la Providencia y acepta todo como venido de la
mano de Dios. No os olvidéis que el diablo se aprovechará de los malos
momentos, para enviar lobos, con piel de cordero. Estamos avisados por Cristo
contra los falsos profetas, que intentarán hacernos perder el alma. Ser
fuertes, y ser testigos de la fe que profesáis, amándonos unos a los otros.
Como siempre, esta pequeña comunidad comparte el tesoro impagable de la
oración. La seguridad de que rezaremos los unos por los otros, y esto -no lo
dudéis nunca- es el mejor premio que nos puede tocar. Un abrazo muy fuerte y
acordaos de rezar por los agravios que, sin duda, ha sufrido esta noche el Señor.
Evangelio según San Lucas 2,16-21.
Los
pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido
acostado en el pesebre.
Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño,
y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón.
Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.
Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño,
y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón.
Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.
COMENTARIO:
En este
Evangelio de Lucas, contemplamos un episodio que es consecuencia del anuncio
que, anteriormente, los Ángeles han hecho a todo un grupo de pastores. Y lo han
hecho, porque la divinidad del Niño, que está en el portal de Belén, sólo se
puede conocer mediante la intervención divina. En aquel momento fueron los
enviados celestiales; ahora, es la Gracia que nos llega a través de los
Sacramentos. Es la luz del Espíritu, que ilumina nuestra alma, para poder
percibir lo que está oculto. Pero que esté oculto no quiere decir que no esté;
ya que aunque las nubes negras tapen el sol y la tormenta arrecie, todos
sabemos que por encima de ellas y de forma inamovible, luce el astro rey.
El coro
celestial les ha anunciado la llegada del Mesías y, con Él, los dones más
excelentes que dan reconocimiento a la Gloria de Dios. Pero ese canto ha
finalizado con una premisa que da sentido a todo el aviso: para recibir las
gracias prometidas, es necesario que los hombres tengan buena voluntad. Es
decir, que abran su corazón, sin condiciones, al Hijo de Dios; y que le
entreguen su querer. Y todos aquellos pastores, que dormitaban al raso, tras
considerar lo que acababa de ocurrir, se fueron de prisa a Belén.
Llama la
atención que los evangelistas siempre especifiquen que, ante la presencia
divina, no se puede perder el tiempo. Tal vez sea porque, aunque no os lo
parezca, tenemos muy poco; y ninguno sabe cuando el Señor nos reclamará a su
comparecencia. De ahí que los escritores sagrados, nos insten a tomar ejemplo
de aquellos hombres sencillos que, ante la realidad de Dios, han ido a su encuentro,
presurosos; sin importarles las consecuencias, ya que, simplemente, han
priorizado a Cristo sobre todas las cosas.
No podéis
olvidar nunca, y menos este año que comienza, que el alma que da entrada a Dios
en su interior, vive con alegría las múltiples visitas que el Señor hace a
nuestro corazón. Y la alegría da alas a la esperanza, y disipa la tristeza de
nuestra vida. Aquellos hombres que cuidaban las ovejas, no lo tenían fácil;
pero los Ángeles les han confirmado que ahora, si quieren recibirlo, les ha
nacido el Salvador. Un Redentor que no hace diferencias, como los hombres, y al
Cual no le importan ni el sexo, ni la raza, ni el dinero, ni la condición, ni
el color ¡Todos tienen cabida en su Reino! Que allí, si tienen fe, podrán
contemplar en un pesebre, envuelto en pañales, al Mesías prometido.
Hoy, como
entonces, la Palabra divina nos urge a salir en busca del Señor, que nos espera
en la Eucaristía. Nos pide, como entonces, apreciar la Verdad en la confianza
del anuncio, más que en lo que perciben nuestros ojos; ya que, para aquellos
primeros que llegaron ante la Sagrada Familia, la fragilidad y la pequeñez del
Recién Nacido, no era –ni mucho menos- un asomo de la imagen mesiánica que
habían recibido toda su vida ¿Dónde estaba el Libertador? ¿El Guerrero y
Poderoso, que libertaría a Israel de la opresión romana? Estaba recostado en un
pobre pesebre, necesitado de las atenciones y el amor de su Madre. Todos ellos
requirieron, para creer, de esa fuerza divina –que es la Luz de Dios- que
ilumina la oscuridad que sembró el diablo. Sólo así fueron capaces de asumir
que, por amor, Dios se había hecho Hombre para seguir, enseñar y rectificar la
actitud de los hombres; ayudándolos a alcanzar la salvación. Sólo así,
caminando a nuestro lado y compartiéndolo todo con nosotros, hacía posible
nuestra redención. Tal vez ahora ha llegado el momento de que tú te preguntes
si de verdad estás dispuesto, como aquellos pastores, a salir, cueste lo que
cueste, al encuentro de tu Jesús. Porque es tuyo, de forma especial.