1 de enero de 2015

¿Quieres encontrar a tu Jesús?



Queridos todos:
Sólo unas palabras para desearos un feliz año nuevo. Dejamos atrás un montón de vivencias, buenas y malas. Proyectos que no se han cumplido e ilusiones que, tal vez, se han disipado en la niebla de la contrariedad. Si así ha sido: ¡Ánimo! ¡Esperanza! Porque ese es el distintivo del cristiano, que confía en la Providencia y acepta todo como venido de la mano de Dios. No os olvidéis que el diablo se aprovechará de los malos momentos, para enviar lobos, con piel de cordero. Estamos avisados por Cristo contra los falsos profetas, que intentarán hacernos perder el alma. Ser fuertes, y ser testigos de la fe que profesáis, amándonos unos a los otros. Como siempre, esta pequeña comunidad comparte el tesoro impagable de la oración. La seguridad de que rezaremos los unos por los otros, y esto -no lo dudéis nunca- es el mejor premio que nos puede tocar. Un abrazo muy fuerte y acordaos de rezar por los agravios que, sin duda,  ha sufrido esta noche el Señor.


Evangelio según San Lucas 2,16-21.


Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre.
Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño,
y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón.
Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Lucas, contemplamos un episodio que es consecuencia del anuncio que, anteriormente, los Ángeles han hecho a todo un grupo de pastores. Y lo han hecho, porque la divinidad del Niño, que está en el portal de Belén, sólo se puede conocer mediante la intervención divina. En aquel momento fueron los enviados celestiales; ahora, es la Gracia que nos llega a través de los Sacramentos. Es la luz del Espíritu, que ilumina nuestra alma, para poder percibir lo que está oculto. Pero que esté oculto no quiere decir que no esté; ya que aunque las nubes negras tapen el sol y la tormenta arrecie, todos sabemos que por encima de ellas y de forma inamovible, luce el astro rey.

  El coro celestial les ha anunciado la llegada del Mesías y, con Él, los dones más excelentes que dan reconocimiento a la Gloria de Dios. Pero ese canto ha finalizado con una premisa que da sentido a todo el aviso: para recibir las gracias prometidas, es necesario que los hombres tengan buena voluntad. Es decir, que abran su corazón, sin condiciones, al Hijo de Dios; y que le entreguen su querer. Y todos aquellos pastores, que dormitaban al raso, tras considerar lo que acababa de ocurrir, se fueron de prisa a Belén.

  Llama la atención que los evangelistas siempre especifiquen que, ante la presencia divina, no se puede perder el tiempo. Tal vez sea porque, aunque no os lo parezca, tenemos muy poco; y ninguno sabe cuando el Señor nos reclamará a su comparecencia. De ahí que los escritores sagrados, nos insten a tomar ejemplo de aquellos hombres sencillos que, ante la realidad de Dios, han ido a su encuentro, presurosos; sin importarles las consecuencias, ya que, simplemente, han priorizado a Cristo sobre todas las cosas.

  No podéis olvidar nunca, y menos este año que comienza, que el alma que da entrada a Dios en su interior, vive con alegría las múltiples visitas que el Señor hace a nuestro corazón. Y la alegría da alas a la esperanza, y disipa la tristeza de nuestra vida. Aquellos hombres que cuidaban las ovejas, no lo tenían fácil; pero los Ángeles les han confirmado que ahora, si quieren recibirlo, les ha nacido el Salvador. Un Redentor que no hace diferencias, como los hombres, y al Cual no le importan ni el sexo, ni la raza, ni el dinero, ni la condición, ni el color ¡Todos tienen cabida en su Reino! Que allí, si tienen fe, podrán contemplar en un pesebre, envuelto en pañales, al Mesías prometido.

  Hoy, como entonces, la Palabra divina nos urge a salir en busca del Señor, que nos espera en la Eucaristía. Nos pide, como entonces, apreciar la Verdad en la confianza del anuncio, más que en lo que perciben nuestros ojos; ya que, para aquellos primeros que llegaron ante la Sagrada Familia, la fragilidad y la pequeñez del Recién Nacido, no era –ni mucho menos- un asomo de la imagen mesiánica que habían recibido toda su vida ¿Dónde estaba el Libertador? ¿El Guerrero y Poderoso, que libertaría a Israel de la opresión romana? Estaba recostado en un pobre pesebre, necesitado de las atenciones y el amor de su Madre. Todos ellos requirieron, para creer, de esa fuerza divina –que es la Luz de Dios- que ilumina la oscuridad que sembró el diablo. Sólo así fueron capaces de asumir que, por amor, Dios se había hecho Hombre para seguir, enseñar y rectificar la actitud de los hombres; ayudándolos a alcanzar la salvación. Sólo así, caminando a nuestro lado y compartiéndolo todo con nosotros, hacía posible nuestra redención. Tal vez ahora ha llegado el momento de que tú te preguntes si de verdad estás dispuesto, como aquellos pastores, a salir, cueste lo que cueste, al encuentro de tu Jesús. Porque es tuyo, de forma especial.