C A P I T U L O X V
Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto al
volver a ver una película, como me ha ocurrido en estas fiestas, al contemplar
otra vez la trilogía del Señor de los
Anillos. Ese hecho dio pie a que posteriormente, toda mi familia mantuviera una
tertulia sobre los valores que se desprenden de toda la obra literaria de Tolkin. Dicho escritor era
coetáneo de Lewis y como él, un cristiano convencido de que el bien tiene como
fin, su triunfo sobre el mal.
Cualquiera podría sentirse identificado en
algún momento o circunstancia de su
vida, con alguno de sus personajes. ¿Es posible que la sensación de posesión de
un bien preciado para nosotros, que tal vez no lo sea en realidad, nos llegue a
convertir de un Smeagol en un Golum? ¿Puede poseernos algo tanto que nos haga
olvidar lo bueno que tenemos, llegando a la justificación personal de actitudes
egoístas y malsanas? ¡Desde luego que sí! Y si alguno de vosotros se cree libre
de ese peligro, sólo puede ser porque está seguro de contar con la gracia de
Dios, o bien porque es un inconsciente soberbio, con un desconocimiento total
sobre sí mismo.
Ese era el problema del buen Frodo, cuya
salvación consistió en compartir su viaje y sus inquietudes con un compañero de
buen criterio y recia fortaleza, que le demostró un amor desinteresado, por
encima de todo. Es decir, por tener en Sam uno de los dones más preciados de
esta vida: un amigo.
Vemos en el rey Zeoden, que se degrada día a
día, lo que pueden hacer los malos consejos de los interesados conformistas,
ante situaciones injustas y erróneas, que paralizan nuestra voluntad frente a
la lucha. Y ese grupo variopinto de individuos de razas y culturas distintas,
Légolas, Gimli y Aragon, que consiguen encontrar lo que les une y olvidarse de
lo que les separa; porque cuando el alma es generosa y caritativa, los ojos del
corazón consiguen eliminar las diferencias, que los ojos humanos se empeñan en
mostrarnos.
Tendréis que perdonarme toda esta disertación,
que más parece propia de un crítico de cine, pero estoy tan cansada de la
manipulación a través de los medios audiovisuales, con películas en las que el
sexo y la violencia quedan siempre justificados ante el logro de felicidad del
protagonista, que encontrarme con una superproducción de una de mis obras
favoritas cargada de valores morales, me ha dejado campanillas en el corazón y
la ilusión de contároslo.
No sólo para animaros a que la visionéis,
sino para hacer de ella el medio en donde podréis hablar con vuestros
contertulios sobre lealtad, fortaleza y fidelidad ¡En fin! Sobre un montón de
virtudes que acabamos creyéndonos que han quedado en desuso, por ser propias
exclusivamente de una época costumbrista.
La falta de bien en el mundo, que es el mal,
es intemporal; no entiende de pueblos, naciones, lenguas y edades. Los humanos
no hemos cambiado tanto… antes nos matábamos con espadas y armaduras,
lográndolo ahora con sofisticados misiles y bombas inteligentes. El resultado
es siempre el mismo: privar de la vida y de la libertad a nuestros hermanos. Los
motivos ¡antiguos como el mundo! el ansia de tener, de poder, de decidir. La
intransigencia y la falta de diálogo, son los motivos silenciosos por las que
queda justificada la obcecación de la razón. Es tan importante saber hablar
como saber escuchar, con el corazón abierto ante el problema de los demás.
Quiero terminar este libro con un ruego: conversar
entre vosotros, tomando conciencia de que todos somos distintos, pero que a
todos nos une un alma inmortal y divina que nos iguala ante el amor y el
respeto. Tenemos mucho a ganar, si cedemos ante lo poco que podemos perder. No
os desaniméis nunca ante la adversidad y mirar que en la línea del horizonte,
donde se une la tierra con el cielo, cada
mañana vuelve a salir el sol para todos.