Evangelio según San Mateo 11,28-30.
Jesús
tomó la palabra y dijo:
"Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.
Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio.
Porque mi yugo es suave y mi carga liviana."
"Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.
Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio.
Porque mi yugo es suave y mi carga liviana."
COMENTARIO:
En este
Evangelio de Mateo, Jesús –con sus palabras- anuncia que ya ha llegado ese
tiempo nuevo de restauración, en el que el Señor atraerá a los fieles con
vínculos de afecto y amor, como ya profetizó Oseas. Se ha terminado ese “yugo”
pesado y costoso de cumplir, en el que se había convertido “la Ley de Moisés”;
sobrecargada de minuciosas prácticas insoportables, que no daban paz al
corazón. El mismo san Pedro así lo había reconocido, cuando habló a los suyos
en el Concilio de Jerusalén: “¿Porqué tentáis ahora a Dios, imponiendo sobre
los hombros de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros
pudimos llevar?” (Hch 15,10)
Cristo es esa
iniciativa de Dios que, cómo a los pájaros, da alas a los hombres para que al
cumplir el mandamiento del Amor, se acerquen al Cielo, alzando sus pies del
barro de la tierra. Es el mismo Maestro el que nos indica que caminar a su lado
por este mundo, conlleva esa paz de espíritu que es independiente de las
circunstancias y las contrariedades. Porque justamente esa tranquilidad, que
sosiega el ánimo y nos permite descansar en la Providencia, es el conocimiento
de haber encontrado en el Evangelio, al Hijo de Dios.
No hay una
frase más bonita ni más real, entre las líneas del texto sagrado, que aquellas
que pronuncia el propio Cristo cuando se hace presente entre los suyos: “La paz
sea con vosotros”; porque solamente a su lado, podemos alcanzar ese sosiego
interior que es el preámbulo de la Gloria. Ese sentimiento que nos llena de
gozo en la tribulación, y de alegría en la cotidianidad, porque pone la
confianza y la esperanza, no en nosotros, sino en la santísima misericordia de
Dios. Ese es, justamente, el distintivo del cristiano que ha aprendido a hacer
suya, la voluntad del Señor.
Pero Jesús va
más allá y nos dice que hemos de tomar ejemplo de Él, y volvernos humildes y
mansos de corazón. Esas características que, aparentemente, hoy en día están
obsoletas y han sido sustituidas por la competitividad y la soberbia. Pero la
humildad y la mansedumbre son dos virtudes necesarias e incuestionables, para
poder alcanzar la felicidad, al lado del Señor. Ya el Antiguo Testamento, a
través de los Salmos, nos recordaba que solamente aquellos que saben ser
pacientes, desistir de la cólera y el enojo, y confiar en Dios sobre todas las
cosas, heredarán la tierra y poseerán la paz. Ya que la intranquilidad siempre
es fruto de la duda, el orgullo y la ira. De creernos mejores de lo que somos,
e intentar conseguir más de lo que tenemos.
Pero el Maestro nos sosiega, porque nos enfrenta
a nuestras miserias; y nos insiste con amor, para que luchemos y construyamos
un mundo mejor, primero para Dios y luego para los demás. Y todo ello
descansando siempre, en la voluntad divina: que nos conduce a aceptar los
planes que El Señor ha dispuesto para nosotros, aunque en ese momento no
podamos entenderlos porque no se identifican con los nuestros.
Y cuando eso
ocurra, hemos de tener la humildad de reconocer que, tal vez, hemos perdido el
Norte de nuestra vida y el Señor, de formas diversas, nos lo ha hecho
recuperar. Porque la paz nace de la seguridad de que ese Jesús, que se
encuentra a nuestro lado hasta el fin de los tiempos en la vida sacramental de
su Iglesia, y que ha recorrido por amor nuestro los valles tenebrosos, las
montañas abruptas y los abismos profundos, no dejará jamás de luchar por
nosotros ¡y digo jamás! La paz, hermanos míos, sólo se consigue de la guerra que libramos contra nosotros
mismos y nuestros pecados para ser cada día, un poco mejores; para ser cada
día, ejemplos vivos de la doctrina que predicó en esta tierra, Jesús Nuestro
Señor.