8 de diciembre de 2014

¡Vaya regalo nos hace Dios!




Evangelio según San Lucas 1,26-38.


En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo".
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido.
Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús;
él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin".
María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?".
El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.
También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes,
porque no hay nada imposible para Dios".
María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó.

COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Lucas, nos muestra un acontecimiento que, por sí mismo, es ya de una grandeza inconmensurable. Y como en todas las cosas de Dios, ocurre con una humildad extrema. Las palabras del Ángel Gabriel a la Virgen, expresan una acción singular y omnipotente de Dios, que evocan los momentos de la Creación: Aquellos en los que el Espíritu descendió sobre las aguas, para dar vida. Y esa ocasión, cuando Dios creó el pueblo de Israel, en el desierto, y lo acompañó mostrando su presencia con una nube que cubría el Arca de la Alianza.

  Hoy, en ese pueblo de Galilea, llamado Nazaret, tiene lugar el misterio de la Encarnación: Dios mismo desciende sobre María, y cubriéndola, pone su tienda en medio de los hombres, para estar con ellos para siempre. Por eso la Iglesia, al paso de los siglos, cuando esboce las letanías de Nuestra Señora, la llamará “Arca de la Alianza”. Hoy, por el mensaje del enviado divino, sabemos que la mujer que lo recibe, es virgen, y que concebirá sin intervención de varón. Y que el Niño que nacerá será verdadero hombre, por ser hijo suyo y, al mismo tiempo, Hijo de Dios. Hoy el Señor envuelve a María, y repite lo que ya antes acometió: dar Vida. Y lo hace para que, en el transcurso terreno de Jesús, Él realice la Redención de los hombres. Hoy se cumplen las promesas anunciadas, y sobreviene una nueva creación, fruto de la decisión libre de la Virgen. Hoy, ese Hombre nuevo, insignia y ejemplo de todos aquellos que, por su Sangre derramada por nosotros, podremos elegir vivir al lado de Dios eternamente, espera en silencio la determinación de su Madre. Todo lo creado aguarda, intranquilo, que la “llena de gracia” decida hacerse “esclava del Señor”, y consienta en la renovación salvadora.

  No importa que el Señor la hubiera elegido desde toda la eternidad para ser Madre de su Unigénito. Ni que para ello la hubiera dotado de todas sus complacencias, porque el Altísimo quiso confiar la salvación de los hombres, a la decisión libre y responsable de uno de ellos. A Ella, a la que puso en sus manos el precio de nuestra redención, nos encomienda el Padre desde el principio. A Ella, nos la entrega como Madre, al final. Porque Ella es el puente que une, sin dificultad, el Cielo con la tierra. La Única a la que su Hijo, Jesús, será incapaz de negarle nada.

  María sabe, porque conoce las Escrituras desde pequeña, que el Ángel le está hablando de dar a luz al Mesías prometido. Pero, a su vez, le descubre una realidad que traspasa lo imaginable: que el Niño será Santo e Hijo de Dios. Tras el anuncio, seguramente se abrió ante sus ojos un abismo de inquietudes. Había leído todo lo que tenía que venir: como sería tratado el Enviado divino; lo que tendría que sufrir…reconocido por unos, y rechazado por otros. Pero la Virgen no tiene miedo, y sólo quiere recordarle al Señor que, en su momento, renunció por Él a cualquier hombre, atendiendo a su llamada. Y si Dios ha decidido cambiar sus planes, a Ella sólo le queda la aceptación de su Voluntad divina, y la entrega de su vida, al Amor de sus Amores.

  En ese momento, con el sí rendido de la que será Madre de Dios, el nudo de la desobediencia de Eva, que trajo el pecado al mundo, ha sido desatado por la Virgen, mediante su fe. En esa elección libre de Nuestra Señora, se cierra la grieta que abrió la mala decisión de la mujer de Adán. La muerte nos vino por Nuestros Primeros Padres, y la vida eterna nos es concedida por la actuación de María. Es inmenso el retrato que nos hace Lucas, de esa mujer maravillosa que ama sin condiciones; y lo hace con pocas palabras, pero muy profundas. Porque esos momentos que vivimos desde el texto, son el principio de la entrega de su existencia al lado de su Hijo en la Redención. ¡Vaya regalo nos hace Dios! Valorémoslo y aprovechémoslo; porque su Gracia y su intercesión, no nos han de faltar nunca.