Evangelio según San Mateo 11,11-15.
Jesús
dijo a la multitud:
"Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él.
Desde la época de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos es combatido violentamente, y los violentos intentan arrebatarlo.
Porque todos los Profetas, lo mismo que la Ley, han profetizado hasta Juan.
Y si ustedes quieren creerme, él es aquel Elías que debe volver.
¡El que tenga oídos, que oiga!"
"Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él.
Desde la época de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos es combatido violentamente, y los violentos intentan arrebatarlo.
Porque todos los Profetas, lo mismo que la Ley, han profetizado hasta Juan.
Y si ustedes quieren creerme, él es aquel Elías que debe volver.
¡El que tenga oídos, que oiga!"
COMENTARIO:
Vemos como este
Evangelio de san Mateo, recoge esas palabras de Jesús en las que ensalza a Juan
el Bautista; y señala la adecuación de su predicación, a la doctrina del
Maestro. Anota que, como le sucederá a Él mismo, su primo también sufrirá la
incredulidad de su pueblo y terminará sus días, con una muerte violenta.
Pero el Señor,
a su vez, hace notar las diferencias esenciales que sitúan a cada uno en el lugar
que le corresponde en la historia de la salvación: Juan es el precursor; aquel
que allana y prepara los caminos -los
corazones de los hombres- para la venida de Cristo. El que hablará de la
necesidad de la conversión y el arrepentimiento, para dirigir la vida hacia la
redención. Ya que ese es el requisito indispensable que nos obliga a volver los
ojos al Padre y ser fieles al compromiso –la Alianza- que libremente adquirimos
con su Hijo.
Y así es como
el Bautista, al igual que los brotes de los árboles que nos anuncian la llegada
del verano, descubre a los hombres que se ha cumplido el tiempo de la
salvación, con la llegada de Jesucristo al mundo. Es por eso que a Juan se le
compara con Elías, el profeta que conforme a las creencias de entonces, debía
regresar antes de la llegada del Mesías. Ante eso, el Maestro aprovecha para
decirnos que ese hombre que viste pieles de animales y vive con una austeridad,
más propia de un anacoreta, es uno de los más grandes delante del Señor. Porque
él, si recordamos, fue elegido por Dios desde el vientre de su madre –Isabel-
para estar íntimamente ligado a la vida de Jesús. Aunque el hijo de Zacarías,
se sabe indigno de desatar las sandalias del Hijo de María; porque reconoce en
su Humanidad, la divinidad de Aquel que el Padre ha manifestado como su Cordero.
Ante ese
discurso, Jesús, aprovecha para que no olvidemos nunca que lo que hace grande a
los hombres, es la pertenencia al Reino. Esa participación en los planes
divinos, que nos eleva a miembros de su Iglesia e hijos de Dios. Esa es la
importancia y la magnanimidad que nos entrega Cristo con su sacrificio; y de
nosotros depende aceptarla o no. Por eso ser grande a los ojos del Altísimo, es
fruto de nuestra respuesta responsable a su invitación a participar con Él,
como familia cristiana, en la Evangelización de este mundo.
Pero Jesús nos
advierte que desde que el Bautista anunció su presencia divina aquí en la
tierra, los poderes del infierno redoblaron sus esfuerzos para hacernos
sucumbir a las tentaciones; y así terminar con nuestra esperanza. Y esa actitud
diabólica tiene como fecha de caducidad el fin de los tiempos; por eso no hemos
de bajar jamás la guardia y esforzarnos en mantener la fe y la fidelidad
inalterables. Hemos de luchar, como nos recomendó Juan, para que cuando
llegue el momento de la tribulación, que llegará, estemos dispuestos a
permanecer al lado del Señor y recurrir a su Gracia.
Y eso no se
consigue solamente con querer, sino con haber querido vivir cada minuto de
nuestra vida al lado de Jesús, recibiendo su Fuerza y escuchando su Palabra.
Porque como nos advierte san Pablo, en su Carta a los Efesios: “No es nuestra
lucha contra la sangre o la carne, sino contra los principados, las potestades,
las dominaciones de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos
que están en los aires” (Ef. 6,12). Cristo nos llama a estar vigilantes y ser
luz que ilumine la oscuridad que ha sembrado el pecado. Nos insta a ser inocentes
como palomas, pero sagaces como serpientes, para no caer en las redes de este
mundo, que busca nuestra perdición. Y nos da las armas para conseguirlo: la Oración,
el Evangelio y los Sacramentos. Ya habéis escuchado al Señor, que no nos
permite hacernos los sordos e ignorar su mensaje. Porque una cosa es oír, y
otra muy distinta, prestar atención a lo que se nos dice: ya que eso requiere
intención y, por ello, la entrega de nuestra voluntad.