21 de diciembre de 2014

¡Ella es infalible!



Evangelio según San Lucas 1,26-38.


En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo".
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido.
Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús;
él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin".
María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?".
El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.
También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes,
porque no hay nada imposible para Dios".
María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó.

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Lucas, como podéis observar, es el mismo que meditamos ayer. Parece como si el Señor insistiera para que desgranáramos mucho mejor, todos los acontecimientos que han ido sucediendo: cada una de las palabras del Ángel, que son inagotables en la búsqueda del sentido de su divino mensaje. Y, lo más sorprendente es que, al hacerlo, tenemos el convencimiento de que, efectivamente, hemos pasado cosas por alto.

  No voy a insistir sobre los hechos que ya hemos contemplado, sino sobre algunas de las frases que Gabriel comunicó a Santa María; y como en Ella estábamos representados la Humanidad entera, son de especial relevancia para la vida de fe y piedad de cada uno de nosotros. Comienza el Ángel anunciando a la Virgen que, por el hecho de estar en Gracia, de gozar de la presencia divina, debe alegrarse. Porque cuando el Señor está con nosotros, todo lo demás pierde su  importancia, y nos varía la perspectiva. Ya no es el dinero el que nos da la seguridad –ya que no la tiene- sino la certeza de que descansamos siempre en manos de la Providencia. Que ningún cristiano coherente que viva los Sacramentos y, a través de ellos, se una a Cristo, puede encontrarse solo, abandonado o desvalido. Y esa certidumbre, que impregna el alma de esperanza, es la causa de esa alegría tan cristiana que es independiente de los sucesos y las circunstancias que nos rodean.

  Y muy ligado a este primer mensaje, surge el segundo: si tienes a Dios contigo, no temas. Nada malo te puede suceder, porque el Señor cuida con amor y celo de todos sus hijos. Lo que sucede es que, muchas veces, lo que nosotros entendemos como un bien, no nos favorece para alcanzar la Gloria, que es la finalidad a la que todos los seres humanos estamos llamados, para alcanzar la verdadera Felicidad.

  Cómo debió tranquilizar a María, oír por boca del Ángel, que no hay nada imposible para Dios. Porque frente a un sinfín de problemas, que se abrían ante su decisión de entregarse, tenía el firme convencimiento de que el Señor pondría todas las soluciones. Él allanaría el camino con sus padres, le daría luz a José, pondría fin a los comentarios, las incomprensiones, las dudas, los errores… todo, absolutamente todo, depende de ese orden divino, que sólo busca nuestro bien.

  Aquel que fue capaz de crear, proteger y custodiar; Aquel, que ante el error de la libertad mal entendida, salió en busca del hombre, haciéndose Hombre; Aquel que saca cosas buenas, de las múltiples equivocaciones que cometemos por nuestra soberbia, es el Rey de Reyes, el Hijo de Dios vivo, el Todopoderoso. Y sólo nos pide que, de verdad, nos lo creamos. Que al igual que la joven Doncella de Nazaret escuchó, interiorizó y asumió las palabras del Ángel, nosotros sepamos abrir nuestros oídos a la Palabra y, con fe, Le busquemos en los Sacramentos. Sé que cuesta abrir el corazón y observar una realidad que se esconde a los sentidos; pero ese Jesús que fue capaz de devolver la vida a los muertos, sanar a los enfermos y calma las tempestades, nos ha prometido que estará con nosotros, hasta el fin de los tiempos. Y como repite Gabriel: “¡Nada hay imposible para Dios!”.

  Eso es lo que hace –esa paz interior y profunda- que María aúna su voluntad a la divina y repita suavemente que es la “esclava del Señor”;  y esa aceptación de hacer nuestro lo que Dios tiene dispuesto, aunque lo que tenga dispuesto sea incomprensible para nosotros, será lo que le de su señal de identidad, cuando comiencen a llegar las tribulaciones. ¡Cuántas veces la Virgen deberá repetir esa jaculatoria, en la intimidad de su corazón! Cuando nazca el Niño en un pobre pesebre. Cuando tenga que huir a Egipto, con miedo ante la persecución de los soldados romanos. Cuando acusen los doctores de la Ley a Jesús. Cuando lo desciendan, muerto, de la cruz… y Ella, ante esos sucesos terribles, seguirá repitiendo con fe: “Hágase en Mí, según tu palabra”.

  Dios nos la puso como ejemplo, porque la Virgen es una más de nosotros: es una Mujer. Pero una Mujer, llena de Gracia, que recibe la fuerza divina para corresponder a Dios y vencer las insidias del enemigo. Tú y yo, como Ella, solamente podremos resistir y responder afirmativamente a los planes que el Señor tiene para nosotros, si frecuentamos esa vida íntima y espiritual, que nos confiere la Iglesia Santa. Propongámonos esta Navidad, intentarlo de nuevo. Mirar a María, y recurrir a su socorro para llegar a Jesús. Que Ella sea nuestro camino, y nuestro modelo. El Señor nos la dio, porque es infalible.