3 de diciembre de 2014

¡Cristo es lo primero!



Evangelio según San Mateo 15,29-37.


Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó.
Una gran multitud acudió a él, llevando paralíticos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos. Los pusieron a sus pies y él los curó.
La multitud se admiraba al ver que los mudos hablaban, los inválidos quedaban curados, los paralíticos caminaban y los ciegos recobraban la vista. Y todos glorificaban al Dios de Israel.
Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: "Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque podrían desfallecer en el camino".
Los discípulos le dijeron: "¿Y dónde podríamos conseguir en este lugar despoblado bastante cantidad de pan para saciar a tanta gente?".
Jesús les dijo: "¿Cuántos panes tienen?". Ellos respondieron: "Siete y unos pocos pescados".
El ordenó a la multitud que se sentara en el suelo;
después, tomó los panes y los pescados, dio gracias, los partió y los dio a los discípulos. Y ellos los distribuyeron entre la multitud.
Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que sobraron se llenaron siete canastas.

COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Mateo parece resaltar el milagro que Jesús obró, al multiplicar el pan y los peces. Pero antes de eso, el texto nos habla de que el Maestro, tras ir a la orilla del lago de Galilea, subió al monte y se sentó. Y cuando la gente observó que el Señor se encontraba en un lugar determinado, aprovecharon para ir a su encuentro y traer consigo a todos aquellos que estaban necesitados de su divina misericordia: cojos, ciegos, sordos, mancos, paralíticos… A todos los ponían a los pies de Jesús, para que los sanara.

  Y este hecho hace que yo me pregunte: ¿Cuánta gente conoces, y entre ellos nosotros mismos, que estamos necesitados de recuperar la salud física y espiritual? ¿Y cuántas veces hemos intentado acercarlos a los Sacramentos, o ponerlos delante del Sagrario, donde sabemos con certeza que nos espera Cristo, como en aquel monte de Palestina? Seguramente, a muchos de los que se encontraban entonces allí, no les debía ser fácil arrastrar una camilla por los peñascos, para presentar a los enfermos delante del Señor. Pero resulta que el amor, si es verdadero, pone alas en los pies cansados y nos vuelve audaces, en nuestro intento de recristianizar el mundo.

  No podemos rendirnos ante el desánimo, el cansancio y la incomprensión. Ya que todos aquellos que mueren cada día, por la falta del alimento espiritual que nutre su alma, pierden poco a poco la alegría y caen en la desesperación. Si de verdad les queremos, debemos intentar que conozcan al Maestro –sin violentar libertades-; que lo traten en la proximidad del Tabernáculo; que reciban la Gracia sacramental, que infundirá en sus corazones abatidos, las vitaminas necesarias para seguir luchando. Si de verdad les queremos, debemos regalarles el don preciado y precioso, de la fe.

  El texto sigue contándonos como todos aquellos, a los que el Maestro había favorecido, seguían a su lado sin intención de volver a sus lugares de origen. Y el Señor, que siempre está pendiente de nuestras necesidades –tanto materiales como espirituales-  se preocupa por lo que van a comer. Pregunta a sus discípulos –aquellos con los que formará la Iglesia- si tienen algo para darles; y ellos ofrecen lo poco que guardaban para sí: unos panes y unos peces. A Cristo no le hace falta más, como hará cada día en la Barca de Pedro, al hacerse presente en el Sacrificio del Altar: convertirá ese pan, que es fruto del trabajo del hombre, en su Cuerpo, entregado como alimento perfecto para alcanzar la vida eterna.

  En aquel momento, el Señor multiplica aquellas hogazas para que sacien el apetito de todos los que, hambrientos, permanecían a su lado. Hoy sigue repitiéndose el milagro, que fue signo de la Eucaristía Santa. Porque esa sobreabundancia de alimento corporal, que recogieron aquellos hombres en sus cestas, significa la magnitud inmensa e inconmensurable de los dones divinos.

  No podéis olvidar nunca, cuando leáis el Nuevo Testamento, que los milagros de Jesús, además de ser hechos reales –que los son, y que están datados históricamente en el tiempo y el espacio- son imágenes y ejemplos de las realidades sobrenaturales. Por eso, cuando contemplamos esos hechos que nos trascienden, aparte de admirar su grandeza, hemos de profundizar en su más íntimo sentido: y es que Jesús siempre premia, con el regalo más preciado de Sí mismo, la perseverancia en su seguimiento; la capacidad de ponerlo como eje de nuestra vida, y priorizar sus deseos, ante todo lo demás. ¡Cristo es lo primero!