A P I T U L O XI
Hace unos días recibí una petición de ayuda,
por parte de un joven comprometido con un proyecto en un orfanato de Ucrania.
Los niños estaban habituados a recibir, para estas fechas, juguetes enviados de
algunas partes de España, generalmente usados, que les eran repartidos de forma
equitativa. Pero este año, se les había ocurrido la idea de que todos
escribieran una carta a los Reyes pidiendo un solo obsequio, pero con la
diferencia de que esta vez eligieran algo personal que les llenara de ilusión.
Huelga decir que eran notas llenas de ternura
en las que se leía desde una muñeca de pelo largo, pasando por un coche amarillo,
hasta unos sencillos walkman o una
vulgar pelota de fútbol. Una adolescente de quince años se daba totalmente por
satisfecha con un bolsito de ropa con fuertes colores estampados.
Os podéis preguntar, y con razón, si no sería
más beneficioso darles comida y cultura… Ciertamente, también lo hacen; y a
parte, están en contacto con organizaciones, estupendamente estructuradas, que
se encargan de ello; pero llevar alegría y esperanza a los niños que sufren el
desamparo de unos padres, y la profunda tristeza de instituciones acostumbradas
a la rigidez de los sistemas marxistas, es dar al corazón humano una inyección
de ilusión y recordarles que nada está perdido, mientras existan personas que
no los olvidan. Personas que saben que su felicidad depende de la de ellos,
porque la sangre de Cristo derramada por todos nos hermana y nos obliga a salir
de nuestro cómodo e infeliz egoísmo.
Pero en realidad lo que yo deseaba contaros,
porqué me impresionó, es lo que me sucedió a colación de eso. Fui a buscar un
walkman, según me pedía un chaval, y me encontré en la tienda de
electrodomésticos donde habitualmente compro, que no había porque se han quedando obsoletos, recomendándome
amablemente la dueña del establecimiento que lo cambiara por un Mp3.
Cuando
le expliqué el porqué deseaba dicho aparato, esbozó una sonrisa y sin mediar
palabra me ofreció dos de gran calidad
que, en su momento, pensó en
devolver a la casa por faltarles la funda protectora, sin coste alguno para mí. Deseó
aportar su grano de arena para que esos niños, que hacía unos minutos le eran
desconocidos, tuvieran una alegría con algo que a los nuestros les dejaría
totalmente indiferentes.
Más tarde, al llegar a mi trabajo -cargada de
paquetes- una compañera me consultó con extrañeza el porqué del cargamento, ya
que todos mis hijos son mayores. Repetí la operación y le expliqué el proyecto
de esos jóvenes de corazón generoso. No me dio tiempo a terminar y salió “zumbando”, para regresar con una pelota y un bolso;
donde además había introducido unos pendientes, para la joven ucraniana.
Sonreí y el alma se me inundó de un profundo
orgullo ante el género humano. Cierto que los hombres estamos ante un hecho y
un momento de insolidaridad, de violencia y egoísmo; pero igual cierto es que
tal vez la culpa es de todos aquellos que no tenemos argumentos para mover los
corazones de muchas personas, que son como valiosos violines dormidos en el desván. Si sabemos hacer
vibrar sus cuerdas, son capaces de crear melodías maravillosas.
Nos hemos de complicar la vida, complicándola
a los demás. Dios desde el bautismo nos escoge para ser sus manos y sus brazos
en medio del mundo; cualquiera que haya recibido el tesoro de la fe y se lo
guarde para sí mismo, no ha entendido el mensaje milenario que Cristo manifestó
a sus apóstoles ante la ascensión:” Ir y predicad a todos…”.
Esos niños, aparentemente olvidados por medio
mundo, gozarán de pan, libros y juguetes porque el otro medio ha tomado
conciencia de que el sufrimiento del hermano no puede dejarnos indiferentes. Y
esa conciencia llega con el esfuerzo de transmitirlo, venciendo muchas veces
los respetos humanos y cediendo parte de
algo tan importante para nosotros, como es nuestro tiempo libre.
Me viene a la mente unas palabras que una vez leí de la madre Teresa de
Calcuta:
“Debemos
aprender a dar.
Pero
no debemos ver el dar como una obligación, sino como algo apetecible.
De
ordinario digo a nuestros colaboradores:
-No
tengo necesidad de vuestras sobras. No quiero que me deis lo que no necesitáis.
Nuestros pobres no tienen necesidad de vuestra condescendencia ni de vuestra compasión. Lo que necesitan es vuestro
amor y vuestra bondad-“