28 de diciembre de 2014

¡Capítulo undécimo!



 A P I T U L O    XI         



  Hace unos días recibí una petición de ayuda, por parte de un joven comprometido con un proyecto en un orfanato de Ucrania. Los niños estaban habituados a recibir, para estas fechas, juguetes enviados de algunas partes de España, generalmente usados, que les eran repartidos de forma equitativa. Pero este año, se les había ocurrido la idea de que todos escribieran una carta a los Reyes pidiendo un solo obsequio, pero con la diferencia de que esta vez eligieran algo personal que les llenara de ilusión.

  Huelga decir que eran notas llenas de ternura en las que se leía desde una muñeca de pelo largo, pasando por un coche amarillo, hasta unos sencillos walkman  o una vulgar pelota de fútbol. Una adolescente de quince años se daba totalmente por satisfecha con un bolsito de ropa con fuertes colores estampados.

  Os podéis preguntar, y con razón, si no sería más beneficioso darles comida y cultura… Ciertamente, también lo hacen; y a parte, están en contacto con organizaciones, estupendamente estructuradas, que se encargan de ello; pero llevar alegría y esperanza a los niños que sufren el desamparo de unos padres, y la profunda tristeza de instituciones acostumbradas a la rigidez de los sistemas marxistas, es dar al corazón humano una inyección de ilusión y recordarles que nada está perdido, mientras existan personas que no los olvidan. Personas que saben que su felicidad depende de la de ellos, porque la sangre de Cristo derramada por todos nos hermana y nos obliga a salir de nuestro cómodo e infeliz egoísmo.

  Pero en realidad lo que yo deseaba contaros, porqué me impresionó, es lo que me sucedió a colación de eso. Fui a buscar un walkman, según me pedía un chaval, y me encontré en la tienda de electrodomésticos donde habitualmente compro, que no había porque  se han quedando obsoletos, recomendándome amablemente la dueña del establecimiento que lo cambiara por un Mp3.

  Cuando le expliqué el porqué deseaba dicho aparato, esbozó una sonrisa y sin mediar palabra me ofreció dos de gran calidad  que, en su momento,  pensó en devolver a la casa  por  faltarles la funda  protectora, sin coste alguno para mí. Deseó aportar su grano de arena para que esos niños, que hacía unos minutos le eran desconocidos, tuvieran una alegría con algo que a los nuestros les dejaría totalmente indiferentes.

  Más tarde, al llegar a mi trabajo -cargada de paquetes- una compañera me consultó con extrañeza el porqué del cargamento, ya que todos mis hijos son mayores. Repetí la operación y le expliqué el proyecto de esos jóvenes de corazón generoso. No me dio tiempo a terminar y  salió “zumbando”,  para regresar con una pelota y un bolso; donde además había introducido unos pendientes, para la joven ucraniana.

  Sonreí y el alma se me inundó de un profundo orgullo ante el género humano. Cierto que los hombres estamos ante un hecho y un momento de insolidaridad, de violencia y egoísmo; pero igual cierto es que tal vez  la culpa  es de todos aquellos  que no tenemos argumentos para mover los corazones de muchas personas, que son como valiosos violines  dormidos en el desván. Si sabemos hacer vibrar sus cuerdas, son capaces de crear melodías maravillosas.

  Nos hemos de complicar la vida, complicándola a los demás. Dios desde el bautismo nos escoge para ser sus manos y sus brazos en medio del mundo; cualquiera que haya recibido el tesoro de la fe y se lo guarde para sí mismo, no ha entendido el mensaje milenario que Cristo manifestó a sus apóstoles ante la ascensión:” Ir y predicad a todos…”.

 Esos niños, aparentemente olvidados por medio mundo, gozarán de pan, libros y juguetes porque el otro medio ha tomado conciencia de que el sufrimiento del hermano no puede dejarnos indiferentes. Y esa conciencia llega con el esfuerzo de transmitirlo, venciendo muchas veces los respetos humanos  y cediendo parte de algo tan importante para nosotros, como es nuestro tiempo libre.

  Me viene a la mente unas palabras  que una vez leí de la madre Teresa de Calcuta:
“Debemos aprender a dar.
Pero no debemos ver el dar como una obligación, sino como algo apetecible.
De ordinario digo a nuestros colaboradores:
-No tengo necesidad de vuestras sobras. No quiero que me deis lo que no necesitáis. Nuestros pobres no tienen necesidad de vuestra condescendencia  ni de vuestra compasión. Lo que necesitan es vuestro amor y vuestra bondad-“