C A P I T U L O X
¡Ya estamos en época de Adviento! Muchos de vosotros os preguntaréis que quiere
decir esta palabra; pues ni más ni menos que la preparación a una fiesta tan
señalada para los cristianos, como es la Navidad.
Hace años que me dedico, durante estas
fechas, a meditar los versículos del Evangelio qué nos explican las vivencias
de la Virgen y san José, desde la Anunciación hasta la llegada del Mesías en
Belén; y he de reconocer que siempre encuentro entre sus líneas algo nuevo que
me sorprende. Del sí comprometido de una
niña llamada María, que desde su humildad sabe que con Dios será capaz de hacer
posible la Redención, como Madre de Cristo; hasta la disponibilidad total a los
planes divinos de José, adhiriéndose con fe inquebrantable y sometiendo sus
dudas e inquietudes, a los designios que la Divinidad le tiene deparados.
Pero hay dos escenas que siempre acaparan mi
atención: una de ellas es cuando surge el edicto del César, por el cual
obligan a los judíos a empadronarse según la tribu -la familia- de la que provenían. Y por el que el joven matrimonio
tiene que partir hacia Belén, ya que tenían ascendencia davídica; viajando de forma
precaria. Imaginar lo que es un burro de transporte para una mujer que presenta
un avanzado estado de gestación. Partir
por caminos de carros, con el peligro añadido de los salteadores, que esperaban
agazapados para hacerse con algún botín. Es de suponer que no debieron viajar
solos sino en grupo, pero es un dato que nadie me ha aclarado.
Evidentemente, cuando llegaron a su destino
estaban todos los albergues a rebosar; cosa lógica, ya que los que viajaban en
carros o bien venían de zonas más
próximas, les habían tomado la delantera.
Y
tampoco es de extrañar que la Virgen se pusiera de parto con tanto traqueteo,
producido por ese desplazamiento en tracción animal.
¿Os imagináis el sufrimiento de san José?...
No sabe dónde acudir, la impotencia le consume, ve en la cara de su esposa las
señales del dolor, que anuncian la llegada inminente de ese Hijo que le ha
sido confiado bajo su tutela terrenal. Seguramente no entendería en ese momento
los planes de Dios, tal vez pensaría que sus oraciones no llegaban a la
presencia del Altísimo.
Nos dice el Nuevo Testamento, que encontraron
un establo donde, posiblemente, dormitaban un buey y una mula; no se especifica
si lo encontraron solos o si tal vez alguien, de buen corazón, se apiadó de
ellos y al no encontrar otro lugar, les cedió
éste para que pudieran refugiarse. El caso es que todo un Dios decidió
llegar a este mundo, en medio de grandes vicisitudes; olvidado de todos, y en
el último lugar donde se podría buscar a alguien de Su linaje ¡Qué lección más magistral para todos los que nos consideramos con derechos frente
a los demás, cuando las cosas no salen como queremos!.
Cristo comenzará su predicación didáctica con
treinta años, pero desde su concepción nos dará una lección divina, ante un
montón de cuestiones humanas. Sólo meditando el sentido de la Navidad, se conoce
el significado de la humildad, la esperanza, la fe y la identificación de
nuestra voluntad con la de Dios, como Fin último de nuestra vida.
Al seguir leyendo los versículos siguientes,
hago un alto en la adoración de los Magos, que nos muestra san Mateo; supongo
que para la mayoría de la gente este hecho no reviste ninguna importancia
destacable, pero para mí contiene un mensaje de increíble valor: Tres reyes
árabes, astrólogos científicos de su momento, de países lejanos donde parecía
que no había de llegar la salvación, por estar supeditada solo al pueblo judío,
son llamados por Dios, mediante el descubrimiento de una estrella, a hacerse
partícipes del nacimiento de Cristo y, por tanto, de su Redención.
Parten con su séquito sin importarles el
lugar, la distancia o la certeza de lo que van a encontrar, sólo les guía la
confianza de la importancia de su descubrimiento. En un momento dado, el astro
que les guía se desvanece y quedan perdidos a su suerte. ¡No se rinden!
preguntan, visitan a Herodes porque suponen que estará enterado del
nacimiento de Ese Rey que lo supera en
honra. Y Dios premia su esfuerzo con la nueva visión del cometa, que no se
aparta de ellos hasta el encuentro con Jesús.
Doblan sus rodillas frente al Niño que descansa en la paja, envuelto en
pañales. Tal vez no entendieron el porqué tanta majestad se escondía en un
pobre establo; pero aceptaron sin preguntas, humillando su inteligencia y
ofreciendo lo mejor que tenían de sí mismos.
En nuestra vida cotidiana, este hecho ocurre
muchas veces; la luz de la fe se esconde
entre las nubes de la tibieza, la soberbia y la indiferencia. En ese momento no
os desalentéis… Recordad a los Magos, seguid buscando consultando el camino de
encuentro, porque si actuáis con rectitud
intentando levantaros ante cada caída y luchando contra el
desfallecimiento, el Señor os marcará el camino donde podéis encontrarlo. Lugar
al que solo llegaréis, si vivís las virtudes sobrenaturales que os harán
descubrir en la inocencia y la pequeñez de un Niño, la grandeza y la majestad
de un Dios.
No dejéis que conviertan uno de los hechos
históricos más grandes, en la salvación del hombre, en una feria comercial cuyo
centro es un anciano gordo vestido de rojo, que fue importado en un momento
determinado por los publicistas de Coca-Cola. Abrir vuestro corazón a la Verdad
y cerrar vuestros oídos a los mensajes consumistas que el mundo, perfectamente
organizado, nos lanza como sinónimos de satisfacción y felicidad. No caigáis en
tan burdas estrategias, y volved la mirada a Belén, abriendo vuestros labios y
uniendo vuestras voces a los coros que, en una noche como ésta, inundaron el
cielo… “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena
voluntad”