20 de diciembre de 2014

¡capítulo décimo!



C A P I T U L O     X


  ¡Ya estamos en época de Adviento!  Muchos de vosotros os preguntaréis que quiere decir esta palabra; pues ni más ni menos que la preparación a una fiesta tan señalada para los cristianos, como es la Navidad.

  Hace años que me dedico, durante estas fechas, a meditar los versículos del Evangelio qué nos explican las vivencias de la Virgen y san José, desde la Anunciación hasta la llegada del Mesías en Belén; y he de reconocer que siempre encuentro entre sus líneas algo nuevo que me sorprende. Del  sí comprometido de una niña llamada María, que desde su humildad sabe que con Dios será capaz de hacer posible la Redención, como Madre de Cristo; hasta la disponibilidad total a los planes divinos de José, adhiriéndose con fe inquebrantable y sometiendo sus dudas e inquietudes, a los designios que la Divinidad le tiene deparados.

  Pero hay dos escenas que siempre acaparan mi atención: una de ellas es cuando surge el edicto del César, por el cual obligan a los judíos a empadronarse según la tribu -la familia-  de la que provenían. Y por el que el joven matrimonio tiene que partir hacia Belén, ya que tenían ascendencia davídica; viajando de forma precaria. Imaginar lo que es un burro de transporte para una mujer que presenta un avanzado estado de gestación. Partir por caminos de carros, con el peligro añadido de los salteadores, que esperaban agazapados para hacerse con algún botín. Es de suponer que no debieron viajar solos sino en grupo, pero es un dato que nadie me ha aclarado.

  Evidentemente, cuando llegaron a su destino estaban todos los albergues a rebosar; cosa lógica, ya que los que viajaban en carros o  bien venían de zonas más próximas, les habían tomado la delantera.
Y tampoco es de extrañar que la Virgen se pusiera de parto con tanto traqueteo, producido por ese desplazamiento en tracción animal.

  ¿Os imagináis el sufrimiento de san José?... No sabe dónde acudir, la impotencia le consume, ve en la cara de su esposa las señales del dolor, que anuncian la llegada inminente de ese Hijo que le ha sido confiado bajo su tutela terrenal. Seguramente no entendería en ese momento los planes de Dios, tal vez pensaría que sus oraciones no llegaban a la presencia del Altísimo.

  Nos dice el Nuevo Testamento, que encontraron un establo donde, posiblemente, dormitaban un buey y una mula; no se especifica si lo encontraron solos o si tal vez alguien, de buen corazón, se apiadó de ellos y al no encontrar otro lugar, les cedió  éste para que pudieran refugiarse. El caso es que todo un Dios decidió llegar a este mundo, en medio de grandes vicisitudes; olvidado de todos, y en el último lugar donde se podría buscar a alguien de Su linaje  ¡Qué lección más magistral para todos  los que nos consideramos con derechos frente a los demás, cuando las cosas no salen como queremos!.

  Cristo comenzará su predicación didáctica con treinta años, pero desde su concepción nos dará una lección divina, ante un montón de cuestiones humanas. Sólo meditando el sentido de la Navidad, se conoce el significado de la humildad, la esperanza, la fe y la identificación de nuestra voluntad con la de Dios, como Fin último de nuestra vida.

  Al seguir leyendo los versículos siguientes, hago un alto en la adoración de los Magos, que nos muestra san Mateo; supongo que para la mayoría de la gente este hecho no reviste ninguna importancia destacable, pero para mí contiene un mensaje de increíble valor: Tres reyes árabes, astrólogos científicos de su momento, de países lejanos donde parecía que no había de llegar la salvación, por estar supeditada solo al pueblo judío, son llamados por Dios, mediante el descubrimiento de una estrella, a hacerse partícipes del nacimiento de Cristo y, por tanto, de su Redención.

  Parten con su séquito sin importarles el lugar, la distancia o la certeza de lo que van a encontrar, sólo les guía la confianza de la importancia de su descubrimiento. En un momento dado, el astro que les guía se desvanece y quedan perdidos a su suerte. ¡No se rinden! preguntan, visitan a Herodes porque suponen que estará enterado del nacimiento  de Ese Rey que lo supera en honra. Y Dios premia su esfuerzo con la nueva visión del cometa, que no se aparta de ellos hasta el encuentro con Jesús.

  Doblan sus rodillas frente al  Niño que descansa en la paja, envuelto en pañales. Tal vez no entendieron el porqué tanta majestad se escondía en un pobre establo; pero aceptaron sin preguntas, humillando su inteligencia y ofreciendo lo mejor que tenían de sí mismos.

  En nuestra vida cotidiana, este hecho ocurre muchas veces;  la luz de la fe se esconde entre las nubes de la tibieza, la soberbia y la indiferencia. En ese momento no os desalentéis… Recordad a los Magos, seguid buscando consultando el camino de encuentro, porque si actuáis con rectitud  intentando levantaros ante cada caída y luchando contra el desfallecimiento, el Señor os marcará el camino donde podéis encontrarlo. Lugar al que solo llegaréis, si vivís las virtudes sobrenaturales que os harán descubrir en la inocencia y la pequeñez de un Niño, la grandeza y la majestad de un Dios.

  No dejéis que conviertan uno de los hechos históricos más grandes, en la salvación del hombre, en una feria comercial cuyo centro es un anciano gordo vestido de rojo, que fue importado en un momento determinado por los publicistas de Coca-Cola. Abrir vuestro corazón a la Verdad y cerrar vuestros oídos a los mensajes consumistas que el mundo, perfectamente organizado, nos lanza como sinónimos de satisfacción y felicidad. No caigáis en tan burdas estrategias, y volved la mirada a Belén, abriendo vuestros labios y uniendo vuestras voces a los coros que, en una noche como ésta, inundaron el cielo… “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”