26 de noviembre de 2014

¡No lo dudes, escoge a Dios!



Evangelio según San Lucas 21,12-19.


Jesús dijo a sus discípulos:
«Los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre,
y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.
Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa,
porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir.
Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán.
Serán odiados por todos a causa de mi Nombre.
Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza.
Gracias a la constancia salvarán sus vidas.»

COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Lucas, donde Jesús expresa en voz alta las tribulaciones por las que vamos a tener que pasar sus discípulos en la propagación del Reino de Dios, debe llenarnos, sin embargo, de una enorme esperanza. Ya que el Señor nos promete su asistencia y nos recuerda que las dificultades, por grandes que sean, no escaparán a la Providencia divina, aunque a veces nos cuesten de entender. Nos dice que el Amor puede permitirlas, cuando de ellas se sacan bienes mayores; y por eso es indispensable que, ocurra lo que ocurra, nunca perdamos la paz. Sólo Dios conoce el futuro, que bebe del presente y descansa en el pasado; y donde cada hecho y cada circunstancia tienen su sitio, en el puzle de nuestra vida.

  Pero el Maestro sabe lo que nos pide, porque ha vivido en su Humanidad la angustia que precede al sufrimiento; y conoce que los hombres solos, somos incapaces de poderlo superar. Recordemos cómo Jesús, en Getsemaní y mientras sudaba gotas de sangre, entonaba una oración al Padre, que le permitiera ser fiel a Su voluntad. Y es por eso que, antes de irse, ha querido dejarnos su asistencia y su Gracia en la vida sacramental de la Iglesia. Es indispensable, para que consigamos ser testigos de Cristo y alcanzar su salvación, que utilicemos esos medios que el Señor nos ha dejado para ello.

  Recordad que las persecuciones que han sufrido, y sufren, nuestros hermanos a través del tiempo y de diversos lugares, han sido ocasión de testimonio y ejemplo, como semilla para nuevos cristianos. Jesús nos asegura que, si estamos unidos a Él, nos dará su sabiduría para defendernos y defenderle. Y aquello que en un principio nos podía parecer una adversidad, será justamente, el camino de la gloria. Porque no debe haber mayor alegría, para cada uno de los bautizados, que alcanzar la vida eterna al lado de Dios. Y todo lo que sirva para ello, aunque a ojos humanos sea una desgracia, será para nosotros la mayor causa de satisfacción.

  Pero pensar que todo esto no se consigue si, primero, no hemos vivido una vida de piedad y hemos trabajado las virtudes. Ya que, como nos dice san Agustín: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Es muy difícil que podamos gozar de la Gracia divina, si hemos cerrado nuestro corazón a Dios. Por eso el Señor nos exhorta a vivir la paciencia, como parte integrante de la fortaleza; iluminando la razón con la luz del Espíritu, para que no sucumbamos al miedo y a la tristeza.

  Seremos testigos de Jesús, si primero nos hemos sentido sus hermanos; si hemos vivido con coherencia, los deberes y los derechos de su constitución: los Mandamientos. Porque no olvidéis que, por las aguas sacramentales, hemos sido elevados a la dignidad de hijos de Dios en Cristo; y eso no pueden arrancarlo de nosotros ni con el dolor, ni con la persecución. El Señor no nos pide a todos la vida; pero sí que pide a cada uno, que estemos dispuestos a sujetar con fuerza la cruz de cada día, por amor a su Nombre. Que no nos avergoncemos de Él; y que, en cualquier momento o situación, conscientes de sus promesas, demos testimonio de la Verdad del Evangelio. Que no le demos la espalda, aunque no hacerlo signifique el ridículo o la exclusión social. Lo único que somos de verdad, y que no se compra ni se vende, es que somos cristianos en un compromiso eterno de amor y libertad. Nosotros escogemos a Dios, cada día de nuestra vida, porque Él nos llamó primero a la Suya.