10 de noviembre de 2014

¡Lo mejor, por amor!



Evangelio según San Lucas 17,1-6.


Jesús dijo a sus discípulos: "Es inevitable que haya escándalos, pero ¡ay de aquel que los ocasiona!
Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeños.
Por lo tanto, ¡tengan cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo.
Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: 'Me arrepiento', perdónalo".
Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe".
El respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', ella les obedecería."

COMENTARIO:

  Vemos como Jesús reúne, en este Evangelio de Lucas, varias enseñanzas necesarias e imprescindibles para todos aquellos que hemos decidido seguirle por estos caminos de la tierra: porque permanecer al lado del Señor, debe dar a los cristianos un denominador común.

  Es decir, que todos los bautizados, estamos llamados a ser ejemplo para los que nos ven y nos escuchan, y aunque es cierto que será –por nuestra naturaleza herida- imposible no cometer errores, es también muy cierto que hemos sido llamados para transmitir con nuestra conducta, esa alegría y esa esperanza, que es el distintivo de los que siempre descansan en la Providencia. Pero aquí Jesús especifica, todavía más, la responsabilidad que tienen y desempeñan, en la tarea de la salvación, aquellos que ocupan cargos públicos o toman decisiones dentro de la comunidad. Porque ser Iglesia, es formar parte de esa cadena que une el Cielo con la tierra; y donde cada uno es un eslabón indispensable, que sujeta al resto. Si somos débiles y no luchamos; si nos puede el orgullo, y cuando nos equivocamos no lo reconocemos, buscando justificaciones y evitando el pedir perdón, acabaremos inmersos en la confusión del pecado y confundiremos a muchos que, sin que nosotros lo sepamos, nos pusieron de referente en su combate personal para crecer ante Dios.

  Como os comento muchas veces, y como podéis apreciar vosotros mismos por sus palabras, Jesús nos advierte que no será comprensivo ante el escándalo que hemos cometido, y que les ha costado la fe, la paz o hasta la vida eterna a nuestros hermanos. Sino que será durísimo con nosotros y nos responsabilizará por partida doble ¡Qué bien entendió esas palabras, la Madre Teresa de Calcuta! Ella nos repetía siempre el deber de procurar, no sólo nuestra salvación, sino la de aquellos hermanos que Dios puso a nuestro lado; porque, en el fondo, nos pedirá también cuantas de ellos. Por eso, hemos de ser conscientes que decirle que sí a Cristo, es ser apostólicos: es decir, comprometernos, hagamos lo que hagamos, a transmitir la fe y comportarnos con rectitud delante de los hombres.

  Jesús también nos habla de perdón. Porque no hay mejor ejemplo de vida cristiana, que el que ama sin medida a sus hermanos. Y amar sin medida, se refiere a ser capaces de buscar el bien y la felicidad de los demás, por encima de la nuestra. Así, de esta manera, el orgullo –que es la causa de que no seamos capaces de perdonar- se diluye en el interior de la caridad, el ejemplo y el compromiso divino. No podemos ser otros Cristos, haciéndonos uno con Él, en la Eucaristía, si olvidamos que el último aliento de Nuestro Señor, en la cruz, fue para pedirle al Padre que no tuviera en cuenta a aquellos hombres, el mal que estaban cometiendo. Si el Hijo de Dios, que merece toda la Gloria, es capaz de perdonar lo imperdonable, tú y yo estamos llamados a unir siempre, y no separar jamás. Aunque quiero aclarar, porque a veces me lo habéis preguntado, si perdonar significa tener que seguir compartiendo la presencia o la amistad de aquellos que nos han hecho daño. Y yo os pongo por ejemplo, a los que han podido dañar a nuestros hijos… El Padre nos pide que no les guardemos rencor, que no juzguemos su interior y que seamos capaces de rezar por ellos; pero es de prudencia, y hasta de justicia, mantener a esas personas lejos de nosotros; porque sabemos que, por su forma de ser o su relación habitual con el pecado, nada bueno nos van a traer. Y si lo que han cometido es un delito, deben cumplir, con la responsabilidad que acompaña a sus actos, la pena correspondiente que no es, ni mucho menos, una falta de caridad.

  Pero creedme que, para todo ello, para ser coherentes, para ser mansos y humildes, para ser conciliadores, nos hace falta la Gracia divina; nos hace falta, la fe. Por eso para un cristiano, no puede haber una petición más constante en su oración, que la de que Dios nos aumente la confianza inquebrantable, que nace del conocimiento y del Sacramento del Bautismo. Porque no olvidéis que es allí, en las aguas que nos limpian del pecado original, donde el Padre infunde a aquellos que toman la dignidad de hijos en Cristo, las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. Por eso no hay mejor regalo para un recién nacido, que darle cuanto antes esa virtud y convertirlo en Iglesia. No caigáis en los falsos discursos que nos hablan de unas, todavía más falsas, libertades; porque ningún padre deja de darle a su hijo lo que cree mejor y más conveniente para él, en aras de esperar a que tome por sí mismo sus decisiones: vacunas, educación, intervenciones quirúrgicas… Les damos lo mejor, por amor. Y no hay nada mejor, que abrirlos a Dios, para la Vida eterna.