Evangelio según San Lucas 12,54-59.
Jesús
dijo a la multitud:
"Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover, y así sucede.
Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede.
¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente?
¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?
Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel.
Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo."
"Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover, y así sucede.
Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede.
¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente?
¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?
Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel.
Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo."
COMENTARIO:
Este Evangelio
de san Lucas, nos muestra la queja que Jesús hace a aquellos que le escuchan,
juzgando sus actuaciones a través de los dos sentidos que abarca la palabra
“tiempo”: uno, desde la perspectiva climática, que tan bien comprendían
aquellos hombres que trabajaban la tierra o se dedicaban a la pesca; y para los
que unas nubes significaban lluvia, o un fuerte viento les indicaba un mar
embravecido, difícil de navegar. Y el otro, referido a las etapas de la
salvación que, como miembros del pueblo de Israel, conocían perfectamente; ya
que el Antiguo Testamento se había encargado de desgranar cada periodo de la
historia, en la que Dios revelaba –a través de los escritores sagrados- los
signos que iban a manifestar la llegada del Mesías.
Por eso el
Maestro les acusa de utilizar la lógica, solamente para juzgar y discurrir las
cosas terrenas; y, en cambio, son capaces de obviar y razonar ilógicamente ante
todos los acontecimientos sobrenaturales,
que les confirman con hechos las palabras, a las que Jesús les remite; y que debía llevarles –si no hubieran estado
cargados de prejuicios- a la seguridad de encontrarse delante del Hijo de Dios.
Evidentemente, unos no supieron, por ignorancia, y otros no quisieron, porque
no convenía a la medida de Dios que habían elaborado, aceptar aquellas
sugerencias que el Altísimo dirigía, al fondo de sus conciencias: ese lugar
donde el Espíritu Santo ilumina la Verdad de Cristo, y rendimos nuestra
voluntad a la voluntad divina.
Pero como
siempre, el Señor no fuerza libertades; por eso una parte del pueblo judío
seguirá al Maestro y, en ellos, se cumplirán las promesas, surgiendo la Iglesia
como este Nuevo Pueblo de Dios. Y otros decidirán, habiendo visto y escuchado
lo mismo, acabar con Él; porque en el fondo les afrenta y les molesta esa
realidad que no quieren aceptar. Pensaron que con su muerte, conseguirían
silenciar su vida, sus milagros y su doctrina; sin llegar a comprender que,
como ya había anunciado la Escritura, la Sangre de ese Cordero arrastrado en
silencio al matadero –como lo describía el profeta Elías- sería la Vida que
limpiaría al hombre de sus pecados y le devolvería, en Cristo, la auténtica
existencia que merece ser compartida.
Jesús nos pide,
como les pidió a ellos, que sepamos interpretar todas las señales que Dios nos
sugiere, a cada paso de nuestro día a día. Que no seamos tan ciegos, como para
llamar casualidad a lo que, en realidad, es Providencia. El mundo es como un
grupo enorme de piezas, que contienen en sí mismas varias veces las letras del
abecedario. Podemos lanzarlas al aire, tantas veces como queramos, pero yo os
aseguro que jamás, y digo jamás, conseguiremos que de forma imprevista nos
surja una palabra, o una frase con sentido. Se necesita, para ello una persona
que, poco a poco, ordene las fichas que en realidad están, pero que necesitan
ser colocadas adecuadamente. Dios Creador de todo lo visible e invisible, es el
causante del orden perfecto de la creación. Y aunque permita que el hombre, en
su orgullo y soberbia, destroce y altere la armonía de la naturaleza, nos da
los mandamientos como camino seguro para llegar a alcanzar la paz y el
bienestar. Él quiere que, observando nuestro alrededor y viendo a donde nos
conducen aquellos que intentan sacar al Altísimo de la ecuación del hombre,
volvamos –observando y siguiendo los signos que ha dejado para ello en su
Iglesia- al redil de la fe; donde nos espera para conducirnos a la Felicidad
eterna.
Con la imagen
del adversario y el magistrado, el Señor nos enseña que mientras hay vida,
todavía hay tiempo de rectificar. Pero todos sabéis que, en días anteriores,
nos ha repetido hasta la saciedad que Dios puede venir a buscarnos en cualquier
momento; y ese momento puede ser, ya. Por tanto, debemos apresurarnos para no
ser condenados y, por amor que no por temor, estar dispuestos a dar la mano al
Señor y caminar en esta tierra a su lado. Hemos de abrir los ojos del corazón,
y de la razón, a las gentes; para que puedan apreciar la huella clarísima que
Dios dejó en el tiempo y el espacio. Debemos enseñar, instruir, explicar;
porque hacerlo es también una misión apostólica, que Jesús nos pide a todos
aquellos que tenemos la responsabilidad –como bautizados- de comunicar el
Evangelio.
Los hechos
están, lo que falta es que nosotros seamos capaces de descubrirlo, y de darlo a
descubrir a los demás; porque estos “demás” son nuestros hermanos y, por ello,
responsabilidad nuestra. Debemos luchar, a brazo partido, con todos aquellos
cuya finalidad es generar la ignorancia en las cosas de Dios, y embotar el
espíritu del hombre –para que no sea capaz de pensar- con todas aquellas cosas
que crean adicción y terminan con la libertad de elección; generando esclavos
sumisos, atados a sus pasiones y acostumbrados a sus pecados. Sólo siendo
dueños de nosotros mismos, a través de la educación de la voluntad, y señores
de nuestro destino, podremos dirigir nuestros pasos hacia donde de verdad, nos
guían las huellas que dejó en la tierra el Hijo de Dios: a la casa del Padre.