7 de octubre de 2014

¿Quieres ser tú su artista?



Evangelio según San Lucas 10,38-42.


Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa.
Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra.
Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude".
Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas,
y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada".

COMENTARIO:

  Vemos, en este Evangelio de Lucas, una conversación que el Señor mantiene con Marta y María, cuando es recibido por ambas a su llagada a Betania. Descansa en esa casa, que siempre está abierta para el Maestro y sus discípulos; porque tanto Lázaro como sus hermanas, aman profundamente a Jesús. Y no les importa si su presencia puede acarrearles trabajo, problemas o, simplemente, tener que renunciar a los planes que habían trazado con anterioridad, porque disfrutar de la presencia del Amigo, supera todas sus expectativas. Esa es, sin duda, la actitud que se requiere para todos aquellos que somos, y nos consideramos, cristianos: ya que no puede haber nada mejor en nuestra vida, que el Hijo de Dios decida compartirla con nosotros y hacernos partícipes de su misión.

  Es posible que, a veces, la parte que se nos solicita sea, simplemente, la de cuidar y ayudar a otros miembros que, junto al Señor, conforman la Iglesia. Y, tal vez, nos parezca que estamos capacitados para hacer algo más importante o mejor; pero hay que recordar que, para Dios, no hay trabajos pequeños en cuanto a la tarea de la salvación, sino que todos son imprescindibles porque ha sido el propio Creador el que nos ha llamado, desde el principio, a una determinada vocación. Quizás pensemos que podríamos hacer algo más primordial, pero es muy posible que el Señor sólo quiera que asumamos con humildad, su voluntad.

  La Escritura aprovecha para contarnos que, cada palabra y cada acción del Mesías, tiene una trascendencia que hemos de descubrir, a la luz del Espíritu. Por eso hemos de desgranar ese diálogo que Jesús comparte con ambas mujeres, y descubrir el profundo sentido teológico que esconde, junto al Magisterio. Muchas veces se ha visto en Marta, el símbolo de la vida en la tierra, de la vida activa; y, en cambio a María, se la ha considerado imagen de la vida contemplativa. Y si es cierto que en la Iglesia hay diversas espiritualidades –todas complementarias para la totalidad del Cuerpo Místico- no es menos cierto que cada bautizado está llamado a alcanzar una unidad de vida, en la que el trato con Dios forma parte de nuestro ser y nuestro quehacer cotidiano.

  Como siempre os recuerdo, ser cristiano no es una mochila que cargamos a nuestras espaldas, y que podemos abandonar a nuestro antojo. Os digan lo que os digan, el Bautismo es un Sacramento que imprime un sello imborrable en el alma, de pertenencia a Dios; otra cuestión distinta, es que al pecar, perdamos la Gracia y nos separemos del Señor. Pero a pesar de eso, y aunque os pueda parecer mentira, ese Dios al que no queremos, nos estará esperando toda la vida. Somos discípulos de Cristo ya comamos, trabajemos o durmamos; y eso es lo que nos indica san Pablo, al referirnos al consejo que da Jesús a las hermanas de Lázaro: hemos de unir en nuestro interior, la actitud de Marta y de María. Ya que ambas situaciones son caras de una misma moneda.

  Hemos de ser almas que contemplan al Señor, en cada minuto de nuestro día; hemos de ver en el rostro de nuestro prójimo, la faz de Cristo; en cada trabajo, un medio de santificación; en cada circunstancia, un camino de redención y, sobre todo, ser conscientes de que sólo tenemos una vida –la que es, con sus problemas y sus alegrías- para merecer. Para demostrarle a Dios que lo escogemos a Él, sobre todo lo demás, haciendo y viviendo todo lo demás, para convertirlo a su Gloria.

  No podemos tener una doble vida, sino que todas nuestras acciones –hasta las lúdicas- deben estar impregnadas del amor de Dios y de la fidelidad a la misión encomendada. Así, de esta manera, tendremos un diálogo constante y silencioso con el Señor, que será el centro de nuestro existir. Y ese trato, íntimo y personal, nos llevará a buscar, de una forma consecuente, su presencia permanente en la Eucaristía Santa. Los Sacramentos ya no serán esos signos que Cristo nos dejó para alcanzar la salvación, sino una necesidad imperiosa que surge de un corazón enamorado que necesita la asistencia de su Amado. Todo, todo lo que compartimos junto al Maestro, se iluminará con el brillo de la Verdad; e imprimirá el sentido a cada episodio de la película de nuestra vida, que forma parte de la producción sublime de la Creación. ¿Quieres ser tú su artista?