Evangelio según San Lucas 12,49-53.
Jesús
dijo a sus discípulos:
"Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!
Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!
¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.
De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres:
el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra".
"Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!
Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!
¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.
De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres:
el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra".
COMENTARIO:
En este
Evangelio de san Lucas, vemos como Jesús indica a los suyos, que ha venido a
este mundo para encender un fuego en los corazones. Haciendo, con estas
palabras, presente aquella imagen divina que, en el Deuteronomio, Dios hizo de
Sí mismo: “…Porque el Señor, tu Dios, es fuego que devora, es un Dios celoso”
(Dt.4,24) El Mesías ha llegado para dar a conocer la realidad divina, porque Él
es la revelación perfecta del Padre. Y el que Le ha conocido, no sólo ha
conocido al Altísimo, sino que ha dejado que ese fuego penetrara en su
interior. Ya que el mensaje cristiano, no es una doctrina que nos informa de un
contexto, sino que es la propia Vida sobrenatural que fluye de la Palabra hecha
Carne, e impregna nuestra alma, renovándonos.
Pero el Señor,
que desea que participemos en esa elección de amor, que es nuestra vida, nos
pide que alimentemos la hoguera de la fe, con las decisiones y el esfuerzo que
hacen crecer la llama de las virtudes. Sólo podremos propagar en la tierra ese
incendio incontrolable, que es el encuentro –a través de la Palabra y los
Sacramentos- con Dios, si somos capaces de comportarnos como cristianos
coherentes que dan de sí mismos lo mejor que tienen: el amor ardiente de Dios
por los hombres. Y a eso se refería Cristo, cuando expresaba a los suyos el
deseo de que ya hubiera ocurrido ese momento cumbre, y a la vez doloroso, de
nuestra redención. Porque solamente a través de su sacrificio, libremente aceptado, los hombres
podrán decidir, también en libertad, si desean que la vida divina penetre en su
alma, y el fuego del Espíritu ilumine su vida.
Pero a partir
de ese momento, aquel que decida ser cristiano deberá cambiar su forma de ser y
de hacer, en el día a día de su existencia. Ya no habrá para ellos los cánones
mundanos, en los que el más listo es el que más tiene, con menos esfuerzo y
trabajo. Ya no será el más estupendo, aquel que disfruta sin complicaciones y
elude sus responsabilidades con mentiras y justificaciones. Ni la justicia será
impartir, al que nos ha ofendido, el mismo dolor que hemos recibido. No; a
partir de ahora, todos aquellos que acojan a Dios en su corazón, deberán guiarse por la Ley del
amor: donde el mejor será el que antes aprenda a entregarse a los demás,
sacrificando su felicidad en aras de la felicidad de sus hermanos. Y lo
sobresaliente de eso, no es que ese cambio de actitud –que parte de su
interior- se vea reflejado en su exterior; sino que por la misión apostólica
que se nos ha encomendado, estamos llamados a abrir los ojos a los demás y
propagar sin descanso la verdad del Evangelio.
Y es en ese
momento, donde Jesús nos advierte de todas las dificultades con las que nos
vamos a encontrar; porque el diablo y sus servidores, no van a permitir que
propaguemos la fe, como un incendio que prende en un bosque. Surgirán discusiones,
nos ridiculizarán, nos acusarán de entrometidos y nos declararán la guerra,
cuando nosotros sólo queremos hacerles llegar la verdadera paz. Es ahí, donde
cada uno de nosotros debe fortalecerse a través de la Gracia, recurriendo a la
oración por todos aquellos que, de alguna manera, nos persiguen. Ya no seremos
cómodos a un mundo, que desea labrarse un Dios a su medida, para no tener que
rendir cuentas a un Dios, que no tiene medida, y que nos ha puesto, nos gusten
o no, unos preceptos para ser compartidos, respetados y obedecidos.
El Señor es el
fiel ejemplo del amor que surge de la entrega total y absoluta de Sí mismo, en
el madero del Gólgota; y nos pide que, tomándolo como modelo, aprendamos a
olvidar las divisiones para ser ese punto de unión que funde en uno, todos los
corazones.