28 de octubre de 2014

¿Cuál será el tuyo, el día de hoy?



Evangelio según San Lucas 6,12-19.


Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios.
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles:
Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé,
Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote,
Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón,
para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban curados;
y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Lucas observamos como Jesús -como hará en toda su vida- no sólo enseña con palabras, sino que corrobora con hechos, la necesidad perentoria que tiene el hombre -para poder alcanzar la santidad- de vivir unido permanentemente a Dios, a través de la oración.

  El Maestro, cuando tenía algo importante que decidir o, simplemente, conocía lo que iba a tener que soportar, y sabía que podía ser superior a su fortaleza humana, se retiraba de los suyos y oraba en silencio e intimidad a Dios. Llama la atención que el Hijo, que estaba unido permanentemente al Padre en el Espíritu, necesitara para recabar fuerzas y cumplir fielmente la misión encomendada, de la plegaria profunda y personal. Pero es que a veces olvidamos que Cristo, perfecto Dios, era también perfecto Hombre; y, como tal, necesitado del vigor divino, que se nos transmite a través de esa relación bilateral, que es la oración. ¡Qué gran ejemplo para nosotros! Que pensamos muchas veces que podremos hacer frente a las dificultades de esta vida, con los únicos medios de nuestra naturaleza herida. ¡Y así nos va!

  Jesús busca un lugar apartado, porque para Él, como para nosotros, los sentidos son una fuente de distracción que dificulta la concentración necesaria, para lograr esa introspección precisa en nuestro encuentro con Dios. Recordad que ya el Antiguo Testamento nos hablaba, a través de los profetas, de esa brisa suave en la que se comunicaba el Señor. Y para escucharlo bien, era necesario el silencio y el recogimiento, que requiere vaciar de problemas y de ligerezas, nuestro interior. De ahí que la Iglesia, que es Madre, haya facilitado retiros espirituales, que nos ayudan a disfrutar de esa maravilla que es descansar en la quietud y la paz de la Palabra divina.

  El Evangelio nos nombra esos Doce Apóstoles, que Jesús eligió nominal y personalmente. Ellos orientarán hacia la comunidad, la obra del Maestro, fundada por Él: su Iglesia. Porque ese Nuevo Pueblo de Dios, deberá transmitir la salvación al mundo, cuando Cristo ya no esté visible entre nosotros. Por eso el Señor, permanecerá de forma sacramental y mandará a todos sus miembros a expandir su doctrina, hasta el fin de los tiempos. Y ha querido que esto se realice de una forma jerárquica, muy humana, porque la redención ha estado establecida, por y para los hombres. Así, asociando a los Apóstoles a su misión, marca la distinción entre ellos y el resto de sus discípulos.

  Llegado este momento, quiero hablaros de unas circunstancias, que nos pueden ayudar a comprender el respeto del Padre, por cada uno de sus hijos. Hemos sido escogidos y llamados, desde antes de la creación, para formar parte de ese Cuerpo Místico de Cristo: con una vocación determinada. Y nos dice la Escritura, que el Señor nos ha llamado por nuestro nombre. Aquí vemos como Jesús, que sabía perfectamente que todos aquellos que había seleccionado estaban totalmente capacitados para cumplir perfectamente la misión encomendada, respetó y no interfirió en la libertad de cada uno; aunque esa libertad fuera la causa del prendimiento y la muerte del Hijo de Dios. Tú y yo, igual que ellos, tenemos también nuestro nombre escrito en el Cielo; pero podemos luchar por trabajar la voluntad y, con ayuda de la Gracia, crecer en virtudes; o actuar como Judas y, eligiendo el mal, caer en la peor de las tentaciones. Imagínate si uno de los Doce, que estaba al lado de Jesús, fue capaz de semejante atrocidad, que no haremos nosotros si nos alejamos un instante del amor de Dios. Necesitamos su proximidad y, reconociendo en el sacramento de la Penitencia, nuestra debilidad, pedidle con humildad que nos sostenga en la lucha, para salir victoriosos y vivir eternamente a su lado.

  Este episodio nos muestra, casi al final, la actitud de aquellos que, enfermos y angustiados por el peso de sus pecados, se acercan al Señor para que los sane; para que los toque con sus manos. Pues cada uno de nosotros puede, no sólo tocar a Jesús, sino recibirlo en nuestro interior a través de la Eucaristía Santa. Y, en cambio, somos capaces de pasar delante de un Templo, sin tener la necesidad de acercarnos al Sagrario para decirle, aunque sea un momento, que necesitamos su aliento divino y su Gracia, para poder seguir viviendo como hijos de Dios. Pasamos al lado de las maravillas de Dios, como si ya nos hubiéramos acostumbrado; y nos mantenemos indiferentes ante el regalo de los Sacramentos y de su Palabra. No podemos continuar impasibles, ante la convivencia con lo sobrenatural. No debemos releer el Evangelio, sin sacar de entre sus líneas un propósito firme para mejorar en nuestra fe. ¿Cuál será el tuyo, el día de hoy?