Evangelio según San Juan 3,13-17.
Jesús
dijo a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»
«Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»
COMENTARIO:
En este
Evangelio de Juan, el Señor pronuncia unas palabras –mientras habla con
Nicodemo, para iluminar su conocimiento y disipar sus dudas- que son, en sí
mismas, todo un tratado teológico. Jesús da su testimonio, como segunda Persona
de la Santísima Trinidad: Él es Dios; esa Palabra divina que, por amor a los
hombres, se ha hecho Carne de María Santísima.
Aclara,
perfectamente, que todo lo que los hombres conocen de Dios, es porque Dios se
lo ha revelado a los hombres; a través de la historia, de los hechos y de las
circunstancias. Hablando a través de los profetas, que lo transmitían con su
carácter, su modo y su forma de expresarse. Pero ahora se han acabado los
intermediarios; el propio Dios ha querido dar el testimonio completo y total,
que esconde en su naturaleza humana asumida. Por eso después de su venida, no habrá ya
nadie que hable por boca suya, porque todo está explicado. El propio Verbo, el
Conocimiento divino, se ha encarnado y ha abierto a los hombres la Verdad de
Nuestro Señor. Ahora, cuando ya se ha cumplido el tiempo de la salvación, la
propia Palabra se hace Voz Humana, para que no queden dudas, y nadie pueda
decir que se condena, porque no lo entendió:
Cristo certificó con sus milagros, la realidad de su mensaje.
Jesús ha venido
a salvarnos, ésta ha sido, y no otra, la causa de su misión. Un amor incondicional, que se
fraguó en el Paraíso, cuando el Padre, ante la desobediencia del ser humano, no
quiso dejarlo para siempre, en manos de Satanás. En ese momento, nos prometió
al único que podía vencer y liberarnos de la esclavitud del pecado: a
Jesucristo.
En este pasaje,
el Maestro explica a Nicodemo que, para entenderle, hace falta fe. Es
necesario, porque no es evidente, confiar en sus palabras y rebuscar en la
memoria de la historia, los signos de esa pedagogía divina, que nos han llevado
a la redención. En ese momento le compara su futura crucifixión, con la
serpiente de bronce que, si recordáis, por orden de Dios alzó Moisés en un
mástil –durante el éxodo- para que todos aquellos que fueran mordidos por las
serpientes venenosas, fueran sanados al contemplarla.
Es fácil
advertir que ese episodio que Jesús narra al fariseo, sobre lo ocurrido entre
aquellos hombres que formaban el Pueblo de Israel, era imagen de lo que iba a
suceder ante ese nuevo Pueblo de Dios, que surgirá del costado abierto de
Cristo: la Iglesia. Así también Jesús, será exaltado en la Cruz, para la
salvación de todos aquellos que le miren con fe. Porque cuando el Señor,
aceptando libremente su misión, esté crucificado, elevará todas las cosas hacia
Él; de modo que su glorificación será medio de curación definitiva para toda la
humanidad. Por eso ese madero, da sentido a todo el sufrimiento de los hombres;
convirtiendo el dolor, aceptado por amor, en camino infalible para purificarnos
y acercarnos al lado de Dios.
Esas palabras
finales de Jesús, nos descubren el amor infinito que siente el Padre hacia sus
criaturas. Solamente contemplando la entrega que Dios hace de su Hijo, para
redimir en su naturaleza humana a los hombres, indica hasta qué punto el
Creador está dispuesto a volverlo a intentar todo, para no perder a ninguno de
nosotros. Desengañaros; nada ni nadie nos ama así ¡No pueden! Sólo el Señor es
capaz de seguir siendo fiel, a pesar de que le hayamos demostrado, con nuestros
actos, la desobediencia, las traiciones e innumerables desprecios. El Padre
nos ama, justamente porque es Padre; y solamente nos pide que, a través de
Cristo, volvamos al redil, como aquella oveja perdida.