Evangelio según San Lucas 8,19-21.
Su
madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la
multitud.
Entonces le anunciaron a Jesús: "Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte".
Pero él les respondió: "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican".
Entonces le anunciaron a Jesús: "Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte".
Pero él les respondió: "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican".
COMENTARIO:
Durante muchos
años, cuando meditaba estas palabras de Jesús dirigidas a la Virgen y sus
familiares, que resuenan en el Evangelio de Lucas, me parecía que el Señor había
demostrado, con ellas, una cierta indelicadeza. Pero como sabía que eso era
imposible en un Corazón hecho de la más pura misericordia, comprendí que tenía
que ser yo la que no alcanzaba a comprender su verdadero significado. Los años
y los estudios de Teología, me permitieron introducirme en la realidad y la
profundidad de su alcance. Por si a vosotros os ha ocurrido lo mismo, voy a
intentar desgranar, a la luz del Espíritu que ilumina el Magisterio, la certera
explicación que nos quiere hacer llegar el Maestro.
Justamente ese
episodio se sitúa cerca del de la parábola del sembrador, que hemos visto en
días pasados, para resaltar la importancia vital que tiene para el hombre,
escuchar la Palabra divina. Sólo el que la oye y la pone en práctica, acepta de
verdad a Jesús. Y aceptar a Nuestro Señor, significa recibir el Bautismo que
nos eleva a la dignidad de hijos de Dios en Cristo y, por ello, miembros de la
familia cristiana. Somos hermanos del Maestro y su Gracia – la Vida divina-
corre por nuestra alma.
Eso es,
exactamente, a lo que se refiere Jesús cuando nos indica que si aceptamos ser
sus discípulos, pasamos –a través de los Sacramentos- a formar parte de su
Cuerpo Místico, y ser parte de su más profunda intimidad. Pensad que, mediante
la Eucaristía, cada uno de nosotros recibe
en su interior a Jesús de Nazaret; al Maestro que se dirigía en aquellos
momentos, a las multitudes que se concentraban a su paso. ¡Es tan inmenso! Dios
nos hace a nosotros –si estamos en Gracia- Sagrarios de su Hijo, para acercarlo
a cualquier lugar e iluminar, cualquier circunstancia.
Somos, al igual
que lo era María, discípulos del Señor. Y ese es el segundo punto al que se
refiere el Maestro, con sus palabras: la Virgen es el discípulo perfecto de
Cristo; porque serlo significa seguir a un Maestro y aceptar sus enseñanzas. Y
nadie lo hizo mejor, ni fue más fiel a ellas, que Nuestra Señora. Por eso
debemos tomarla como ejemplo y mirarnos constantemente en su Persona: Ella,
recogida en profunda oración en su alcoba, recibió la llamada divina –la
vocación- para ser Madre del Mesías. No calibró los problemas, los dolores, las
renuncias a las que iba a tener que someterse, por el hecho de aceptar la
voluntad de Dios. Simplemente se puso en manos del Padre y, a través del ángel, asumió como suyo, el
querer divino.
Así nos quiere
Jesús a ti y a mí; mirándonos en el ejemplo de aquellos primeros que, a pesar
de sus limitaciones, descansaron en el poder de Dios y confiaron en su Palabra.
Esos son su familia, y esos somos su familia si, como ellos, comprendemos la
grandeza de comportarnos como verdaderos
hermanos de Nuestro Señor.
Aunque lo he
repetido muchas veces, no quiero terminar sin recordaros, otra vez, que la
expresión “hermanos” en los idiomas antiguos, hebreo, arameo, árabe…se
utilizaban para indicar la pertenencia a una misma familia, clan o tribu. Ya
que no había un término específico para ese parentesco. Posteriormente veremos
como a algunos a los que el texto se ha referido como hermanos de Jesús son, en
realidad, hijos de María de Cleofás. Por eso, apoyarse en esas palabras para
discutir la perpetua virginidad de María es, entre otras muchas cosas,
ridículo. Si alguno gusta de una explicación más amplia, no dudéis en
pedírmela, a través del apartado de preguntas que tenemos.