5 de septiembre de 2014

¡Seguimos!




   Así como el Antiguo Testamento se escribió prácticamente todo en hebreo, salvo algunos libros en griego; el Nuevo Testamento se escribió todo  en griego, nada raro ya que en aquel tiempo, si recordáis, tras la conquista en el siglo IV a. C. de gran parte del mundo civilizado por Alejandro Magno, toda la tierra bajo su mando quedó helenizada, desde la India hasta Roma, imponiendo su idioma que fue lengua internacional frente al hebreo o el arameo local.

   Todas estas diferencias, propias de los distintos lenguajes que acabamos de observar, aunque  no afectaron para nada a la integridad general de la Biblia, ha sido posible detectarlas y corregirlas con las críticas actuales, que comenzaron en el siglo XVIII; gracias a una comparación exhaustiva de los muchos manuscritos y versiones antiguas existentes, a través de personas cultas y versadas en lengua, historia, arqueología y tradición. La crítica de las formas, no ha sido otra cosa que la investigación que ha pretendido aislar y corregir las formas fijas presentes en el lenguaje cotidiano o literario, en las manifestaciones orales o escritas del hombre; intentando determinar su intención y el ambiente cultural en el que se han manifestado. Eso ha sido muy importante, porque ha permitido aclarar posibles autorías y enormes confusiones, al no haberse dado cuenta de la intención fundamental de ciertos géneros y formas literarias, pudiendo distinguir un relato histórico, una saga popular, un mito sapiencial, un canto épico o una reflexión espiritual.

   Hoy en día no existe ningún manuscrito original de la Biblia griega o hebrea, sin que conozcamos a ciencia cierta la razón; se piensa que tal vez fue la orden dictada, en el año 303, por el emperador Diocleciano de destruir toda la literatura cristiana; o puede que también sea la causa el material con el que estaba escrita la mayor parte de la Escritura. Ya que normalmente se escribía sobre folios de papiro, que era una especie de junco que se daba en los márgenes del río Nilo,  y que se obtenían sobreponiendo bandas largas y muy finas de la corteza de esa planta acuática en cuestión; donde se escribía con una caña cortada en forma de pluma con una tinta que estaba hecha de hollín, goma y agua. Pero el inconveniente que tenía es que se trataba de un material fácilmente deteriorable que fue muy usado para los manuscritos bíblicos en lenguas orientales y para las traducciones que se hicieron de los mismos, hasta aproximadamente el siglo IV d. C.. Por eso las primeras copias después de treinta o cuarenta años de uso se fueron desmenuzando y fue necesario transcribir los textos que estaban contenidos en ellas.

   Por todo ello se decidieron a sustituir el papiro por el pergamino, que era mucho más duradero. Éste se hacía de cueros  de pieles de becerro, cabra o cordero, especialmente preparados, secados y pulidos con piedra pómez que mejoraba el uso previo de la piel como material de escritura y que recibió su nombre por la ciudad de Pérgamo, donde se perfeccionó esta técnica hacia el año 100 a. C. Cuando se empleaban animales muy jóvenes, cuya piel producía un material muy fino, el pergamino  recibía el nombre de vitela. El pergamino se empleó desde la antigüedad hasta la Edad Media, cuando gradualmente fue reemplazado por el papel.

   Los antiguos solían escribir sobre piedras encaladas, metal, madera, arcilla y otros materiales en los que por su reducido tamaño cabía poca escritura; pero el empleo del papiro y del pergamino por parte de los israelitas y de los cristianos, hizo posible conservar documentos más extensos que, según la forma en que se unían los folios, dio paso a hablar de rollos (tiras largas obtenidas encolando los folios uno detrás de otro) o de códices (formado por folios que se superponían unos a otros). También estaban los palimpsestos, que son unos manuscritos en los que se había raspado, quitándolo, el escrito original para poder escribir encima: pero hoy en día, gracias a un proceso formado por reactivos químicos y fotografías, se ha podido leer la escritura borrada y recuperar importantes transcripciones. Parece ser que fue justamente el cristianismo el que primero usó los códices, sobreponiendo y cosiendo con hilo los folios, uno tras otro. Tenemos rollos de piel, como el célebre Rollo del Mar Muerto de Isaías, o famosos manuscritos, como el Códice Sinaítico , el Vaticano nº 1209 del siglo IV d. C., que son de pergamino o vitela. También se encuentra un célebre palimpsesto bíblico, que es el Códice Ephraemi Syri Rescriptus del siglo V d. C. Los Códices que hoy poseemos del Nuevo Testamento son de papiro: los Evangelios y las Cartas de san Pablo, que fueron transcritos pacientemente sobre pequeños códices de papiro una, diez, cien veces, a fin de que cada una de las iglesias dispusiese de su propia copia y, a medida que se contaba con nuevos ejemplares, las copias viejas se retiraban.

   Lo mismo ocurría con los manuscritos que se utilizaban en las sinagogas judías y que cuando se deterioraban eran reemplazadas por copias verificadas (masoréticas) y los viejos manuscritos se depositaban en la genizá (un almacén o depósito de la sinagoga). Finalmente, una vez que la genizá estaba llena, se sacaban los manuscritos y se enterraban con ceremonia. De esta manera se han llegado a perder muchos manuscritos antiguos; aunque el contenido de la genizá de la Sinagoga de la antigua ciudad del Cairo, se conservó  -seguramente porque la tapiaron y quedó olvidada durante siglos-. Después de su reconstrucción en el año 1890, se reexaminaron los manuscritos y se trasladaron a diferentes bibliotecas, encontrándose entre ellos: manuscritos de las Escrituras hebreas muy completos y diversos fragmentos del siglo VI d.C.  –unos 200.000-  entre los que destaca, por su importancia, un texto manuscrito hebreo del Eclesiástico (del que sólo conocíamos hasta entonces la traducción griega). Vamos a citar algunos descubrimientos importantes de los textos en hebreo:

·        Papiro Nash: Es el más antiguo y fue adquirido en Egipto en 1902 por WL Nash y conservado en la Universidad de Cambridge. Ha sido datado entre el siglo I y II d.C. aunque algunos lo han situado entre el siglo II-I a. C. en la época Macabea. Se puede leer el Decálogo, una parte del Deuteronomio y la Shemá Israel.
·        Códice de El Cairo: Llamado también de los Profetas, pues contiene los Profetas anteriores y posteriores. El colofón  -anotación informativa-  indica que este códice fue copiado y vocalizado por Moisés ben Aser en el 896. Se conserva en el  Cairo.
·        El Códice de los Profetas de san Petersburgo: Llamado Manuscrito Firkowitch, por el nombre de su descubridor en 1839, en una sinagoga de Crimea, llevándolo después a san Petersburgo. Contiene los Profetas posteriores. El colofón, fechado en el 916, indica que fue escrito, puntuado y provisto de una masora  -cadena de tradición hebrea-  por Samuel ben Jacob “a partir de los libros corregidos y puestos en claro por el maestro Aaron ben Moisés ben Aser”, un masoreta.
·        El Códice de Alepo: Que estaba conservado en la Cripta de Elías, en la Gran Sinagoga Sefardí de Alepo, provincia del norte de Siria, y que ahora está en el Museo Nacional de Israel, en Jerusalén, de donde las cruzadas se lo llevaron en su día. Se le data del 910, 930 y sólo cuenta con 294 folios de 380, donde contenía todo el Antiguo Testamento; pero fue dañado por un incendio durante los tumultos antijudíos de Alepo, en 1947.
·        El Códice de San Petersburgo: Llamado “manuscrito B19A” se conserva en la Biblioteca Nacional de san Petersburgo. Tras la desgracia del Códice de Alepo en 1947 queda como el único manuscrito completo del Antiguo Testamento. Este manuscrito es una copia de Alepo que fue vocalizado según el sistema de Tiberíades, empleado por los masoretas de la familia de los Ben Aser.