6 de septiembre de 2014

¡No tergiversemos la Palabra!





Evangelio según San Lucas 6,1-5.


Un sábado, en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas entre las manos, las comían.
Algunos fariseos les dijeron: "¿Por qué ustedes hacen lo que no está permitido en sábado?".
Jesús les respondió: "¿Ni siquiera han leído lo que hizo David cuando él y sus compañeros tuvieron hambre,
cómo entró en la Casa de Dios y, tomando los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió él y dio de comer a sus compañeros?".
Después les dijo: "El hijo del hombre es dueño del sábado".

COMENTARIO:


 Este Evangelio de Lucas es una clara continuación, en cuanto a enseñanzas, del que contemplamos ayer. Vemos en él, como el Señor –en un día como hoy- pasaba con los suyos entre los sembrados de un campo de Galilea. Y como sus discípulos, al acuciarles el hambre, arrancaron unas espigas de trigo, para comerse sus granos.

  No hay manifestación más clara de hasta qué punto aquellos fariseos habían tergiversado la Ley, que observar como anteponían la letra a las necesidades de las personas. Ya que los mandatos divinos no han sido nunca prohibiciones aleatorias, fruto del capricho de un Dios autoritario; sino el manual de instrucciones del Creador ante su criatura, para que evite aquello que puede destruirla y cumpla lo que pueda perfeccionarla.

  Era necesario que el Verbo divino se hiciera Hombre, para expresar a los hombres que los errores cometidos, son fruto del orgullo y la prepotencia. Que nosotros no tenemos, ni derecho ni poder, para dejar sinsentido el corazón de la Ley. Dios, que es Amor, la ha dado por amor, para facilitar al hombre su destino y encontrar la felicidad, ya aquí en la tierra. Porque la Gloria sólo será la plenitud de aquella semilla divina, que hemos sido capaces de plantar en el día a día.

  Cada palabra dada por el Señor, en el Sinaí, clama directamente, no sólo a una forma de sentir, sino a una manera de actuar. El cristiano debe ser aquel discípulo de Cristo, que ha hecho vida cada sílaba, cada mensaje. Que hace fluir el manantial divino, de dentro a fuera. Que proviene de la fe, aceptada libremente, y derramada hacia nuestros hermanos, con obras de misericordia. No por cumplir unas prescripciones, estaremos salvados; si no nos mueve el deseo de agradar a Dios y de facilitar la vida a los que nos rodean.  Es ese vibrar, desde lo más hondo de nuestro ser, el que nos lleva a desear satisfacer al Señor y, con Él, cumplir –con ayuda de la Gracia- sus mandamientos.

  Quiero hacer notar también, el hecho de que aquellos hombres se atrevieron, como hacemos nosotros muchas veces ante situaciones que no entendemos o no aceptamos, a pedirle explicaciones a Dios. Olvidamos con prontitud, que nos encontramos ante el Sumo Hacedor; Aquel que nos recuerda ante su grandeza, nuestra pequeñez. Él es el dueño del tiempo y, por ello, manifiesta su autoridad ante el descanso sabático. Quedando claro, por lo que nos cuenta el escritor sagrado, que aquellos doctores de la Ley, no habían sabido descubrir la Verdad de Dios, que se escondía en la humildad de la naturaleza humana.

  Cuantas veces nosotros reaccionamos igual; diciéndole al Señor que sí le creemos y que hemos hecho nuestra su Palabra divina, pero nuestras acciones nos delatan. Como hicieron esos hombres en aquellos momentos, dudamos de la realidad que se presenta para ser admitida por nuestra voluntad. Porque no nos olvidemos nunca que aunque la fe es un regalo de Dios, hemos de querer creer; hemos de suplicar esa virtud teologal, para que el Señor nos la conceda. Rezar, entregar nuestros deseos al querer divino y, sobre todo, no cuestionar aquello que no entendemos.

  Si un estudiante de bachillerato asistiera a unas clases de doctorado, no entendería nada. Y no sería porque lo que explican no fuera verdad, sino porque él no tiene la capacidad para entenderlo. Le falta información, como a nosotros; ya que necesitamos conocer todos los elementos para poder descubrir el verdadero plan de Dios. Lo bueno es que el Señor ha querido hacernos partícipes de su proyecto, y nosotros debemos esforzarnos por alcanzarlo.