Evangelio según San Lucas 9,43b-45.
Mientras
todos se admiraban por las cosas que hacía, Jesús dijo a sus discípulos:
"Escuchen bien esto que les digo: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres".
Pero ellos no entendían estas palabras: su sentido les estaba velado de manera que no podían comprenderlas, y temían interrogar a Jesús acerca de esto.
"Escuchen bien esto que les digo: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres".
Pero ellos no entendían estas palabras: su sentido les estaba velado de manera que no podían comprenderlas, y temían interrogar a Jesús acerca de esto.
COMENTARIO:
En este
Evangelio de Lucas, podemos observar cómo Jesús aprovecha la sorpresa y el
asombro que ha causado el milagro que acaba de realizar, para preparar a sus
discípulos –que han compartido estos momentos de gloria- ante las duras
circunstancias, que están por llegar. El Señor quiere que comprendan que si Él,
que ha sido capaz de devolver la vida a su amigo Lázaro, que estaba muerto, o
ha expulsado los demonios del cuerpo de ese joven, que su padre le acercó, bien
podría liberarse de la condena, el suplicio y la muerte, a la que se va a tener
que enfrentar. Pero quiere que entiendan que, para eso ha venido al mundo. Y
que ese es el misterio, y a la vez el escándalo, que van a tener que descubrir
los hombres, poco a poco, a través de la fe.
No es raro que,
en aquellos momentos, los discípulos no entendieran sus palabras; porque
todavía no se había consumado la Redención de Cristo en la cruz y, por tanto,
no se les había dado la Gracia del Espíritu Santo. Pero para nosotros, ahora,
es muy distinto; porque a través del Bautismo y de la vida sacramental, nos ha
sido entregada la luz del Paráclito, que nos permite descubrir –ante la
realidad del dolor y la tribulación- el camino de la salvación, que compartimos
con Jesús. Hemos de estar dispuestos a
crucificarnos con el Señor, mediante una existencia de amor y renuncia; de
aceptación de la contradicción, no porque no haya otro remedio, sino porque
asumirla con alegría cristiana, es unirnos al Crucificado y participar, junto a
Él, de la vida divina.
El sufrimiento,
como bien sabéis, es el rédito del pecado de desobediencia, que el mundo padece
por el error cometido. Porque aunque nos quieran hacer creer que no pasa nada
por equivocarse, no es así; al contrario, con el tiempo vemos que todos los
actos que realizamos, tienen unas consecuencias inevitables. Por eso es
imprescindible, dejarse guiar, antes de actuar, por la razón que mide el
alcance de nuestras obras. Y eso nos indica que, a pesar de que Dios es
inmensamente bueno, es también inmensamente justo, y no puede –ni quiere-
cambiar la decisión libre de los hombres. Ahora bien, lo que sí podía, y así lo
hizo, era convertir el dolor absurdo del ser humano –que fue la ganancia
conseguida por el diablo para “herir” a Dios en su obra más querida- en el
medio por el que los hombres podían –asumiéndolo con amor- convertirlo en el
camino de su santificación; y, por ello, en el sendero infalible para regresar
al Hogar, al lado del Señor.
La muerte
eterna había sido vencida, a través del sacrificio solidario del Hijo de Dios.
El Padre, como tal, no abandonó a sus hijos a su destino, a pesar de que sus
hijos abandonamos continuamente a nuestro Padre. Por eso, cuando algo nos
aflija, no caigamos en la tentación de Satanás, que lucha para que nos
escandalicemos, culpemos al Señor y le abandonemos. Recordad esas palabras del
Maestro, que nos advierte de que Él, como primicia de todos los hombres, debe
morir para ser glorificado. Cada uno de nosotros, como la semilla que el
sembrador aprieta con su mano herida, debe morir en la tierra para poder nacer
y elevarse hacia el Cielo.
Oremos sin
descanso al Espíritu Santo, que es el instrumento necesario e imprescindible
que Cristo nos entregó, para ser llevados a la gloria de su Resurrección.
Necesitamos su fuerza, sus dones, su amor… Porque como aquellos primeros, sólo
seremos capaces de observar y entender la inmensa trascendencia de cada
situación –sobre todo de las difíciles- si estamos sostenidos por la Gracia de
Dios.