26 de julio de 2014

¡Seguimos con el Apocalipsis!



El género que utiliza el autor de Apocalipsis es similar al de otras obras de su tiempo, judías o cristianas, que se distinguen especialmente por dos rasgos:

1.     Abordar el tema de los últimos tiempos, cuando triunfará el bien y será aniquilado el mal.
2.     Recurrir a simbolismos del reino animal, de la astrología, de expresiones numéricas, etc. para describir la historia pasada y presente, proyectándolo a la vez a los tiempos finales.

   Todas estas obras de contenido parecido, reciben el nombre de “apocalipsis”, ya que son una derivación tardía de la literatura profética donde los profetas anunciaban el “día del Señor” y empleaban imágenes simbólicas para expresar su mensaje; pues bien, en los apocalipsis, las visiones se entremezclan con recomendaciones de orden moral, con invitaciones a la reflexión y con promesas de bienaventuranzas o castigos futuros. El Apocalipsis de san Juan se presenta, en efecto, como una “profecía” y aunque emplea un lenguaje y un simbolismo similar a los apocalipsis judíos, su mensaje presenta una dimensión distinta: la que adquiere la historia humana bajo el señorío de Cristo, reconocido y celebrado en la Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios, que en el presente sufre como su Señor, la persecución por las fuerzas del mal. Para el autor de Apocalipsis, el desenlace final ya ha sido desvelado en la Resurrección y Ascensión de Cristo, y se está preparando a lo largo de la historia mediante la santidad, las buenas obras y el sufrimiento de los justos; aunque al final llegará el triunfo definitivo de Cristo y la exaltación de la Iglesia en un mundo nuevo, donde ya no habrá ni llanto ni dolor.
   La afirmación central de Apocalipsis es la segunda venida del Señor  -la Parusía-  y el establecimiento definitivo de su Reino al final de los tiempos; con una enseñanza sobre Dios, Jesucristo, el Espíritu Santo, los Ángeles y la Iglesia. A Dios se le llama el “Alfa y el Omega”, el “principio y el fin”, expresiones que explicitan el nombre de Yhwh, “Yo soy el que soy”  -revelado a Moisés-  enseñando que Dios es eterno y que su presencia dinámica y salvadora no cesará jamás, sin que nada escape a su Providencia Divina y que, como Juez universal e inapelable, nada podrá escapar a su juicio. A Jesucristo se le presenta constantemente como el Redentor, mediante su muerte en la Cruz en un paralelismo con el Cordero que parece “inmolado”, víctima del sacrificio por excelencia; siendo, en su aspecto glorioso en el trono del Monte de Sión  -donde fluye el río del agua de la vida-  el que apaciente y guíe a su pueblo, acompañado de los vencedores.

   Al Espíritu Santo se le alude en distintos momentos, uniéndose al final su voz a la Esposa para suplicar la venida de Cristo, alentando a la Iglesia con su Palabra. De esta manera, la Iglesia está presente a lo largo de todo el libro, enseñándose que es una y universal; siendo presentada con diversas imágenes cuyo simbolismo nos ayuda a comprender su belleza y grandiosidad: Ciudad Santa; la Nueva Jerusalén; Ciudad Amada, Templo de Dios donde está el Arca de la Alianza. Pero, a su vez, la Iglesia también se presenta como una realidad localizada en las diversas ciudades del Asia proconsular, ya que la Iglesia universal se hace presente en las comunidades de los creyentes “como partes que son de la Iglesia única de Cristo”.

   Los ángeles tienen un papel importante a lo largo del libro, ya que están en la presencia de Dios tributándole alabanzas sin parar a Él y al Cordero y, a la vez, interceden por los hombres como mediadores de la revelación divina; siendo los encargados de proteger a los hombres y a los que están al frente de las Iglesias. También son, en ocasiones, los ejecutores de los castigos divinos y, encabezados por el Arcángel san Miguel, libran en medio de los cielos la gran batalla del bien contra el mal  -contra Satanás-  que seduce a todo el universo; lucha que se prolonga por toda la historia hasta el momento final que serán arrojados a los infiernos donde serán atormentados para siempre. Por su carácter especialmente simbólico, el Apocalipsis ha recibido diversas interpretaciones a lo largo de los siglos:

·        En la época antigua: Se le comprendió sobre todo, como una descripción profética de la historia de la Iglesia, viendo anunciados en sus palabras los momentos más importantes por los que ha pasado o tenía que pasar hasta que llegue el reino de mil años, que Cristo y sus seguidores instaurarán antes del fin del mundo. Esta interpretación, cogida al pie de la letra, tuvo su vigencia en los primeros siglos y en el medioevo, pero fue corregida a partir del siglo XVIII, por los que veían en el contenido del libro sólo el anuncio y premonición de los últimos tiempos, o sea, para la época escatológica. Esta interpretación es mantenida actualmente por algunos autores.
·        En la época moderna: En contraste con estas interpretaciones también se ha comprendido el Apocalipsis como un libro que contiene la historia contemporánea de san Juan, y que da cuenta de las persecuciones y dificultades de su tiempo. Esta interpretación se inicia en el siglo XVI y hoy tiene sus seguidores en la crítica racionalista; aunque, actualmente, la interpretación más común y acorde con el texto y la Tradición es la que entiende el Apocalipsis como una visión teológica de toda la historia, subrayando su aspecto trascendente y religioso. San Juan presenta la situación de la Iglesia en su época y una amplia panorámica de los últimos tiempos; pero con la particularidad de que esos tiempos definitivos  se han inagurado ya  con la venida de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre.