11 de julio de 2014

¡El valor de las cosas!



Evangelio de Mateo 19, 27-29:

Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué, pues, recibiremos?  Y Jesús les dijo: En verdad os digo que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, os sentaréis también sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos o tierras por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Mateo, nos presenta una pregunta de Pedro que viene a colación del episodio del joven rico y la exposición que hace Jesús sobre la doctrina de las riquezas. El Apóstol, ante el abandono del muchacho que no ha querido seguir al Maestro por no perder lo mucho que tenía, quiere saber qué destino tienen reservado todos los que, habiendo escuchado sus palabras, han respondido fielmente a su llamada y han sido capaces de dejarlo todo por amor a su Nombre.

  Cristo le responde, explicándole el lugar que les corresponderá a aquellos que han compartido con Él los caminos de la tierra: simplemente continuarán a su lado, en el Reino de los Cielos. Y Él es el Hijo de Dios; Aquel al que se le ha dado toda potestad. Por eso vivir en el Señor significa, ya desde ahora, que por el Bautismo hemos sido regenerados en un nuevo nacimiento, donde cada uno de nosotros vive y se comporta según una escala de valores que trasciende la medida y la importancia de las cosas de este mundo. Y cuando nos llegue la hora de abrazarnos a Jesús y contemplarlo “cara a Cara”, comprobaremos que aquellos que parecían despreciados por los hombres –que los valoraban por el tener y no por el ser- y que han sido fieles a Dios, serán los jueces y los primeros ante los que el mundo ha tenido por importantes y poderosos.

  Todo lo que hayamos entregado en esta tierra por amor al Señor, se multiplicará por cien en el Cielo; y como Dios es Amor, todos los actos realizados para el bien de nuestros hermanos, serán la causa de que podamos unirnos a Él. Solamente este tesoro que alberga nuestro corazón, resistirá el paso del tiempo y conseguirá llegar impasible a la vida eterna, para ser medido en la balanza divina. Sólo nuestras buenas acciones resistirán el trance de la muerte, que destruye y olvida todo lo que fue importante para nosotros en este tiempo de merecer. Por eso Jesús, con sus palabras, nos insta también a replantearnos cuál es nuestra medida, a la hora de poner el valor a las cosas. Con qué ojos miramos a los demás y qué importancia tienen para nosotros: si sabemos penetrar en la bondad de su interior, o nos quedamos en su apariencia externa como carta de presentación. Y nos habla del esfuerzo por ser mejores; de la lucha personal por vencer las tentaciones; de intentar levantarnos siempre, cuando nos caemos; de trabajar los hábitos, para que se conviertan en virtudes.

  Nos recuerda el Señor que todo lo que hacemos, debe tener como finalidad buscar su presencia. Que hemos de estar junto a Él, estando a su lado mientras participamos de la vida sacramental de la Iglesia, porque ese será el gozo completo, cuando lo compartamos en el Cielo. Que todos nuestros esfuerzos por ser mejores, y dignos hijos del Padre, serán enormemente recompensados; y que ser buenos vale la pena, ya desde aquí. Porque actuar según la Ley de Dios nos deja vislumbrar la paz de espíritu que rodea a todos los que han encontrado en Jesucristo, el sentido profundo de las cosas: del amor, del dolor y de la verdadera Felicidad.