11 de junio de 2014

¡Utilicemos todos los medios!



Evangelio según San Mateo 10,7-13.


Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.
Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente.
No lleven encima oro ni plata, ni monedas,
ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento.
Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir.
Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella.
Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes.

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Mateo, Jesús indica a sus apóstoles que deben continuar en esta tierra, la tarea que Él comenzó y que les ha encomendado. Es el Señor el que, con su sacrificio libremente aceptado, conseguirá la salvación para todos los hombres; pero, por voluntad divina, ha querido que posteriormente, sean sus discípulos los que, tras adquirir el compromiso por las aguas del Bautismo, la hagan llegar –como Iglesia- a sus hermanos. Y, evidentemente, recibirla será una responsabilidad personal de cada uno.

  Responder afirmativamente a la llamada divina de cooperar con el Maestro en la Redención, significa sanar – a través de la comunicación de la Palabra- esos corazones que estaban enfermos y habían perdido la esperanza. Porque hablar de Cristo y acercar su mensaje a los hombres, es dar sentido a una existencia que había olvidado que, solamente al lado de Dios, se puede disfrutar de los bienes que no tienen fecha de caducidad y nos satisfacen plenamente. Es entregar, a los que habían muerto a la Gracia, por el pecado, la posibilidad de resucitar a la verdadera Vida, a través de los Sacramentos; comenzando por la Penitencia, y culminando por la Eucaristía.

  A mí me llama la atención, cuando hablas con un médico, cómo te expresa la necesidad que tiene de utilizar todos los medios a su alcance, para salvar una vida; una vida que está condenada en el tiempo, a terminar. En cambio nosotros, que sabemos con certeza que hemos sido elegidos por Dios y confirmados por el Espíritu Santo para hacer llegar a los hombres la salvación de Cristo a sus almas, nos escudamos en todas las objeciones y ponemos todas las excusas, para no utilizar todos los recursos necesarios para transmitir la sabia de la Vida divina, que no termina jamás. Es tanto lo que entregamos, cuando somos fieles a la misión que nos ha sido encomendada, que no hacerlo sólo indica nuestra ignorancia ante el tesoro de la Redención.

  El Señor les pide a sus apóstoles, que le imiten en el desprendimiento, y que no estén pendientes –por la urgencia de la tarea- en calibrar sus posibilidades y sus necesidades. Es cierto que Jesús nos solicita siempre, que pongamos todos los medios humanos de los que disponemos en contribuir a la propagación del Reino y en el bien de nuestros hermanos; pero a la vez nos recuerda, que solamente el envío de su Gracia nos hará capaces de llevar a buen término la misión encomendada. Quiere, como lema de vida, que depositemos nuestra confianza en Él; que no pongamos nuestra seguridad en lo que somos o en lo que tenemos, sino en su inmensa misericordia y su constante providencia. Desea que estemos convencidos, de que el Padre proveerá a sus hijos de todos aquellos bienes necesarios y de los medios imprescindibles, para alcanzar la salvación y hacerla llegar a nuestros hermanos.

  El Maestro recuerda –y recuerda a todos los que nos hemos comprometido con Él- que tenemos el tesoro de la paz que, como sus enviados, derramamos sobre aquellos que acogen nuestro mensaje y participan de los dones de la Iglesia. Porque no hay bien más excelso que ese regalo que el Señor ha traído al mundo, desde su nacimiento, y que ha sido el distintivo de su presencia; por eso ya lo anunciaron los ángeles a los pastores en Belén, y el propio Cristo lo ha hecho patente con sus palabras, cuando se ha presentado ante sus discípulos: “la paz sea con vosotros…”. Cada sílaba pronunciada por el Hijo de Dios es un bálsamo para el alma, que tranquiliza y responde a los interrogantes existenciales de los hombres. Es el descanso de los bienaventurados, que tienen la certeza de alcanzar –con la fuerza del Espíritu- la mansión que el Padre ha dispuesto para todos aquellos que comparten la filiación divina con el Hijo. Y esa seguridad no es fruto de la soberbia personal, sino de la fe que nos comunica la Iglesia, a través de sus Sacramentos.

  La paz es la tranquilidad del espíritu, que confía plenamente en Dios y entiende los hechos de esta vida, no como un fin en sí mismos, sino como los medios adecuados para probar al Señor nuestro amor y nuestra fidelidad. Cada momento y cada circunstancia, son un tiempo precioso de merecer y comportarnos fielmente con el deber adquirido; es decir, comportarnos como discípulos de Cristo enviados al mundo a participar de este mundo, y haciéndolo, conducirlo a la Redención. Es increíble pensar que todo un Dios ha querido necesitarnos; que ha querido vincularnos al plan de su salvación. Pero así ha sido, y creo que ya es hora de que todos los bautizados, tomemos conciencia de ello.