26 de junio de 2014

¡Somos imagen de Dios!


Evangelio según San Mateo 7,21-29.


Jesús dijo a sus discípulos:
No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?'.
Entonces yo les manifestaré: 'Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal'.
Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.
Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande".
Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su enseñanza,
porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas.

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Mateo, vuelve a hacer presente la indicación del Maestro sobre la importancia de la intencionalidad de nuestros actos. Cada uno de nosotros, como aquellos primeros discípulos que le seguían por los caminos de Palestina, estamos llamados a identificar nuestra voluntad, con la voluntad divina. Pero para ello, es indispensable conocer qué quiere Dios de nosotros; porqué nos ha creado; y a donde nos quiere hacer llegar. Pero el conocimiento de nuestra verdadera realidad, solamente viene revelado por Jesucristo, a través de su Palabra –hablada y escrita-. Por eso, ser cristiano es seguir al Verbo encarnado, que nos da la luz de su Espíritu para identificar su enseñanza en nuestro interior.

  El mensaje del Evangelio no es sólo una doctrina más, que nos hace mejores; sino que es la propia Vida divina –Cristo- que penetra en nosotros y nos fortalece para resistir, con amor y fe, todas las tribulaciones personales. De ahí que no haya mejor regalo, para todos aquellos a los que apreciamos, que comunicarles y transmitirles el mensaje cristiano, que los hace partícipes de la Iglesia a través del sacramento del Bautismo. Porque, de esta manera, cimentamos su existencia en la fortaleza y la esperanza, en la alegría y la caridad.

  La base de nuestra conducta, si somos fieles a Dios, es el cumplimiento de todas las exigencias éticas del Discurso de la Montaña. Porque de nada nos sirve saber lo que hemos de hacer, si luego no somos capaces de ponerlo en práctica. Y por más que muchos os digan que nadie puede exponer como debéis comportaros, creedme, el primero que nos insiste en proponernos una Ley para llevarnos a la perfección, es Dios. Y Dios ha dado a su Iglesia el depósito de la fe, para que guarde fielmente su Revelación; iluminándola con el Paráclito, para que pueda alumbrar el corazón de los hombres con su Magisterio.

  Siempre os recuerdo que el Maestro, que nos conoce bien ¡y cómo no va a ser así, si Él mismo se hizo Hombre! entiende nuestras limitaciones, nuestra naturaleza herida; y sabe de esos deseos, que brotan como una cascada de difícil contención. Por eso ganó la Gracia para cada uno de nosotros, con el sacrificio terrible de su Pasión y Muerte; y la recuperó con su Resurrección, para que tú y yo gozáramos de la Vida eterna. No cedáis a la tentación diabólica de pensar que caminamos solos por esta tierra, y que somos incapaces de luchar contra nuestros más bajos instintos. Porque, aunque es cierto que solos no podemos, con la ayuda del Señor somos invencibles. Jesús nos dio la Iglesia, y con ella los Sacramentos, para hacernos uno con Él y conseguir la Gloria.

  Es así, con nuestros actos, como el Hijo de Dios nos pide que demostremos al mundo el poder divino. Porque somos tan poca cosa, que todo lo que hay de bueno en nosotros es, solamente, el fiel reflejo de su Magnanimidad. Pero de nada nos vale querer hacer, si no somos capaces de hacer queriendo; ya que el Padre nos ha destinado –y para eso nos eligió desde antes de la creación- a comunicar a los hombres su Evangelio.

  Somos imagen de Dios; portadores de la voluntad divina, que quiere cambiar los corazones, porque es la única manera de conseguir una sociedad mejor y más justa. Al mundo no lo transformarán los discursos, ni la política y, mucho menos, la demagogia. Sólo el amor incondicional al Padre, de cada uno de nosotros, que se manifiesta en la búsqueda de la justicia y la misericordia de nuestros hermanos, será la esperanza que hará resplandecer un nuevo mañana para una tierra mejor. Y esa realidad es la que el diablo no está dispuesto a consentir, por eso –si os fijáis- ante cualquier problema, circunstancia u objeción, se culpa a la Iglesia que es la encargada de guardar y transmitir la verdadera fe en Nuestro Señor.  No caigáis en su juego, y defended con ardor al Cuerpo de Cristo, del que somos sus miembros. Cristo nos pide que seamos fieles cristianos, con nuestro sentir y nuestro actuar.