Evangelio según San Mateo 5,33-37.
Ustedes
han oído también que se dijo a los antepasados: No jurarás falsamente, y
cumplirás los juramentos hechos al Señor.
Pero yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey.
No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos.
Cuando ustedes digan 'sí', que sea sí, y cuando digan 'no', que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.
Pero yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey.
No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos.
Cuando ustedes digan 'sí', que sea sí, y cuando digan 'no', que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.
COMENTARIO:
Este Evangelio
de Mateo, continúa mostrando como Jesús aclara, profundiza y desgrana el
verdadero sentido de la ley, que los doctores habían malinterpretado. En sus
palabras se observa la necesidad imperiosa que tenemos los hombres de ser
fieles a la Verdad; ya que estamos hechos a imagen de Dios. De un Dios que ha
sido fiel a todas sus promesas, hasta la de enviar a su Hijo -por amor a los
hombres- a una muerte de cruz. Un Padre que nos ha hablado de la coherencia
entre nuestro ser y nuestro existir, para alcanzar la paz y la verdadera
felicidad.
Somos cuerpo y
espíritu, en una unidad inseparable; por eso nuestros actos deben reflejar
perfectamente, lo que cree y siente nuestra alma. Y en eso consiste también -en
la coherencia- la veracidad. Aquellos
primeros que le escucharon, lo tuvieron claro; tan claro, que todos les
conocían porque su forma de comportarse era un fiel reflejo de la doctrina que
predicaban. Por eso el Señor nos insiste a los cristianos de todas las épocas -que
le seguimos escuchando a través de la Palabra escrita- en la necesidad que
tenemos de dar ejemplo y testimonio de la fe, con nuestra propia vida; ya que,
decir y no hacer, es vivir una mentira.
Hoy, que
vivimos en un relativismo extremo donde la verdad es tildada de
fundamentalismo, y la certeza está equiparada a la opinión, es muy importante
mantener la defensa de que las cosas son tal y como son; no como desearíamos
que fueran. Si Juan viene y me pisa, dejándome un dedo morado, por más que los
que estén a su lado aseguren que eso no es así, no dejará de ser este hecho la
verdad de lo acaecido. Y si partimos de un error, por más que lo consensuen y
lo acepte la mayoría, dejará de ser un error. Está claro que hay una oposición
al simple anuncio del mensaje cristiano, que nos habla de la realidad de las
cosas: de las cosas manifestadas por el Verbo encarnado. Y eso no nos puede
extrañar; ya que si la Verdad es Dios, y el diablo es el padre de la mentira,
está claro que los discípulos del Señor no podremos permitirnos jugar con la
objetividad de las cosas; y ni mucho menos, callar el estado de los hechos. Mientras
que los seguidores del diablo, desdoblarán los contenidos e intentarán
subjetivar el sentido de todos los elementos. Por eso Jesús nos reclama, a
todos aquellos que queremos ser otros Cristos con la recepción de los
Sacramentos, que nuestro “si” sea sí; y nuestro “no” sea no.
Posiblemente,
nuestra conciencia esté adormecida ante el hecho de que parece que en este
mundo triunfa el que mejor engaña, y el que ha aprendido a manipular la verdad;
pero recordar que, por más que se repita una mentira, nunca –absolutamente
nunca- pasa a ser una verdad. Lo que ocurre es que, cómo los seguidores de Satanás
tienen clarísimo que la Verdad absoluta existe, y es Dios, negarla y terminar
con ella es atacar directamente al sentido profundo y a la presencia divina, de
Cristo en la tierra. Logrando con su razonamientos, demagogos y sofistas, que
olvidemos la necesidad de defenderla.
La Iglesia,
cómo nos dijo poéticamente Machado, nos recuerda que no hay “tú” o “mí” verdad,
sino la Verdad; y nos pide que vayamos juntos, como miembros de esta familia
cristiana, a buscarla. Y si la hallamos, será porque nos hemos dado de bruces
con el Señor, que nos ha transmitido el derecho y el deber de protegerla. No
sientas vergüenza, no tengas temor, Cristo camina a nuestro lado y nos da la
fuerza para ser testigos –con hechos y palabras- de su Amor.