2 de junio de 2014

¡No nos desanimemos!



Evangelio según San Juan 16,29-33.


Los discípulos le dijeron a Jesús: "Por fin hablas claro y sin parábolas.
Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios".
Jesús les respondió: "¿Ahora creen?
Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo.
Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo".

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Juan, el Señor hace ver a sus discípulos que, justamente, en el momento en que ellos creen que han comprendido y que están fortalecidos en su fe, es el momento preciso donde la mayoría huirán, asustados, y le dejarán solo ante el dolor, la injusticia y la muerte. ¡Qué gran lección son, para todos nosotros, estas palabras del Maestro! El diablo no nos tentará, para que abandonemos a Dios, cuando seamos conscientes de nuestras debilidades y miserias; porque sabe que en esas circunstancias, estamos despiertos y lúcidos ante los peligros que conlleva esta situación y, por ello, rogaremos la fuerza del Espíritu y nos acercaremos al Señor, en los Sacramentos.

  No; Satanás sabe que el momento adecuado es aquel en el que pensamos, como el fariseo de la parábola, que no necesitamos nada, porque ya lo hemos alcanzado todo. Ese instante en el que estamos contentos con nosotros mismos porque oramos, asistimos a la liturgia sacramental, y cumplimos con los deberes de dar limosna. Y como ocurre siempre, el que cree que lo sabe todo y que ha alcanzado el conocimiento, deja de buscar y cierra su mente y su corazón a la exploración de la Verdad eterna. Dios es omnisciente, inmenso en su Ser, por eso ante Él solamente podemos aceptar que una vida es muy poco tiempo para disfrutar de su presencia, de su Palabra y de su mensaje.

  Solamente desde la humildad de aquel que ha comprendido que nada sabe, ante lo que queda por conocer, se es capaz de pedir la Luz del Espíritu y aceptar lo que el Señor nos quiera enviar. Jesús nos requiere a su lado, meditando su Evangelio, recordando su doctrina y asumiendo nuestras limitaciones; pero siempre con la esperanza de ser, con la Gracia, fieles discípulos suyos, entregados a su Persona y a nuestros hermanos. Porque Jesucristo es el Conocimiento de Dios hecho Carne, cada uno de nosotros debe decirle –como hizo san Pedro- que no queremos y no necesitamos acudir a ninguna otra fuente de saber, porque discernimos que sólo Él tiene palabras de vida eterna. Y eso implica permanecer en cada momento y circunstancia, por muy adversa que sea, fieles a su lado; participando y dando testimonio de Cristo, en y como Iglesia.

  Sabe el Señor que, tras su muerte y resurrección, todos aquellos que le han abandonado volverán junto a Él; y no sólo permanecerán, sino que serán capaces –con la ayuda del Paráclito- de dar testimonio de fe y convertirse en las columnas –con la entrega de su vida-  de esa Iglesia primitiva, que tiene miras de eternidad. Desde este texto, que hoy meditamos, el Señor nos recuerda que no podemos “bajar la guardia” en la búsqueda constante de la Gracia. Que Simón no hubiera sido Pedro, si no le hubiera acompañado la fuerza divina que necesitó cuando, arrepentido, reconoció su deslealtad y lloró amargamente su traición.

  Cristo nos ha dejado sus medios de salvación, en la Iglesia, para que cada uno de nosotros, asumiendo nuestras miserias, busquemos el camino del perdón y la superación. Seremos capaces, no lo dudéis nunca, de cometer todos los errores posibles; y sobre todo lo haremos, cuando estemos convencidos de no cometerlos. No os asustéis ¡no pasa nada! Porque rectificar es de sabios y retomar el camino de la salvación, lo propio de los hijos de Dios. Recordad en esos momentos, que los apóstoles –que habían compartido la cercanía física con el Maestro- también la abandonaron cuando se enfrentaron al miedo y la vergüenza. La diferencia, que los ha hecho santos, es que tomaron consciencia de su fracaso, arrepentidos pidieron perdón y, reclamando a Dios su Gracia, consiguieron ser fieles a su misión. No nos desanimemos ¡Tomemos nota!