6 de mayo de 2014

¡Volvamos a "Cafarnaún"!



Evangelio según San Juan 6,22-29.




Después de que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos.
Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias.
Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello".
Ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?".
Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado".


COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Juan, lo primero que nos manifiesta es el hecho de que toda aquella gente que se encontraban al otro lado del lago, buscaban a Jesús. Darse cuenta de la falta de su presencia significaba, sin lugar a dudas, haber estado pendiente de sus palabras y de sus acciones; significaba inquirir a Jesús con insistencia y preocuparse cuando le notaban lejos. Cuantas veces nosotros, en nuestra vida, perdemos de vista al Maestro, y nos alejamos tanto que somos incapaces de encontrar el camino de regreso. Pero ser consciente de que Cristo no se encuentra a nuestro lado, es el primer paso para comenzar esa búsqueda que siempre tiene un final feliz: no porque nosotros seamos buenos rastreadores, sino porque el Señor no desea perdernos.

  Y es aquí donde el Maestro nos indica de una manera especial, necesaria e indispensable, la manera de regresar a su lado: poniendo todos los medios que tenemos, porque Él nos los ha dado, para devolvernos a “Cafarnaún”, donde nos espera. Aquellos hombres cogieron las barcas para cruzar el espacio que les separaba del Señor; nosotros sólo tenemos que recurrir a los Sacramentos, sobre todo al del Perdón –que tan olvidado tenemos- para retomar los senderos que conducen a la salvación. No debe haber distancias que nos separen del amor, que mueve nuestro corazón. No debe haber vergüenzas, ni faltas de tiempo, ni ocupaciones que nos impidan alcanzar la nave de la Redención.

  Pero cuando todos ellos consiguieron reencontrarse con Jesús, les recuerdó que Él no era un “gurú”  que tenía como prioridad satisfacer las necesidades materiales, ni complacer los caprichos terrenales; sino que era el Hijo de Dios, que había venido a darnos la Vida eterna. Y que no hay mayor tesoro que pueda entregarnos, que la entrega de Sí mismo en el Pan Eucarístico. Es en ese diálogo del Maestro con los judíos, donde se revelan los verdaderos bienes mesiánicos que el Señor nos trae. No es ese alimento diario y material, que les llenaba el estómago y que recogían los hebreos en su caminar por el desierto, sino que ése era, precisamente, el símbolo del que ahora nos ofrece y vamos a gozar: la Eucaristía Santa.

  Es en ese diálogo donde el Señor intentó reconducirlos y reconducirnos a ese acto de fe que revela abiertamente el misterio de su presencia en el Pan Sagrado. Tenemos ese sello divino –el Bautismo- por el que el Maestro nos insta a que nuestras obras sean siempre la manifestación de nuestro sentir como cristianos. Nos llama a la coherencia de la fe, plasmada en el amor de nuestros hermanos. Nos pide que conduzcamos a los demás al encuentro con Jesús, que nos espera en la vida sacramental de la Iglesia. Nos urge a dar testimonio de comunión cristiana; e invitar a la Barca de Pedro, a todos aquellos que comparten con nosotros, las aguas del lago de la vida.