19 de mayo de 2014

¡Demos el primer paso!



Evangelio según San Juan 14,21-26.


Jesús dijo a sus discípulos:
«El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él".
Judas -no el Iscariote- le dijo: "Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?".
Jesús le respondió: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él.
El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.
Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes.
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.»

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Juan, el Señor expresa la necesidad de ser fieles a la Palabra, mediante los hechos. Ante todo debemos estar dispuestos a asumir los Mandamientos divinos en nuestra alma, como el medio adecuado y escogido por Dios para hacernos fieles a su Redención. Debemos conocerlos, comprenderlos e intentar con todas nuestras fuerzas, cumplirlos; porque no son una sugerencia que el Padre nos ha recomendado, sino las pautas que como Creador nos ha dado, para llevar a buen término la obra que nos encomendó. Por eso no es gratuito que todos aquellos que siguen los dictámenes del diablo, y buscan la perdición del hombre, intenten que no los conozcamos; que ignoremos, tan siquiera, cuales son y cuál es su contenido. Es labor nuestra, desde cualquier punto y lugar, recordar al mundo que el Antiguo Testamento es la historia del pueblo de Israel; y que en sus libros descansan las promesas divinas ,que Cristo hará efectivas con su vida y con su entrega. Somos, como aquellos primeros, transmisores de la salvación, que comunica la Iglesia.

  Los Apóstoles, al oírle hablar, se extrañaron al creer que su mensaje estaba reservado exclusivamente para ellos. Y les parecía raro que esto fuera así, porque se esperaba que la manifestación del Mesías fuera la demostración indiscutible al mundo de su poder, como Rey y Salvador. Era así, como aquellos israelitas habían interpretado las palabras del Éxodo y las del propio Ezequiel:
“Estableceré con ellos una alianza de paz, será una alianza para siempre. Los estableceré, los multiplicaré y pondré mi santuario en medio de ellos para siempre. Yo seré su Dios Y ellos serán mi pueblo” (Ez 37, 26-27)
“Habitaré en medio de los hijos de Israel y seré su Dios” (Ex 29, 45)

  Nosotros sabemos, porque Jesús desgranó cada sílaba de su mensaje, que les hablaba –y nos habla- de esa presencia interior que tiene lugar cuando los hombres aceptan a Cristo de forma incondicional. Y esa actitud personal, que requiere una conversión del corazón y un cambio de vida, es lo que llevó a san Pablo a afirmar que cada uno de nosotros, cuando está en Gracia, es Templo del Espíritu Santo:
“¿O no sabéis que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? Habéis sido comprados mediante un precio. Glorificad por tanto a Dios en vuestro cuerpo” (1Co 6,19)

  Esa conciencia de pertenencia a Dios y de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma, es descubrir –no sólo que no nos pertenecemos- si no que no podemos actuar a espaldas de Cristo, porque Nuestro Señor ha querido quedarse en y con nosotros. No hay dignidad más alta, aunque tal vez no seamos conscientes de ello o nuestros errores nos hayan hecho olvidarlo. Todos, tú y yo y aquel que se cree olvidado, fuimos rescatados de las garras del pecado por la Sangre del Hijo de Dios. Y porque Jesús sabe cómo somos, y con qué facilidad olvidamos la realidad de nuestro ser, les indica que el Paráclito les traerá a la memoria la luz necesaria para capacitarlos  -y capacitarnos, si se lo pedimos- para descubrir la inmensidad del mensaje y de los hechos, que han vivido al lado del Señor.

  Cristo ha instituido su Iglesia, para quedarse con nosotros hasta el fin de los tiempos. Nos ha regalado la Eucaristía, para que le recibamos en nuestro interior y nos divinicemos con su Gracia. Nos ha dado la Palabra para que, haciéndola vida, alcancemos el camino de la salvación. Sí; Jesús quiere que demos este primer paso, que es fruto del deseo que nos impulsa a ir al encuentro del amado. Porque Él quiere entregarse a aquellos que le buscan desde el don preciado de la libertad responsable. Y nos asegura que, si así lo hacemos, viviremos en esa unidad Trinitaria de los hijos de Dios.