26 de abril de 2014

¡La base, es la confianza!

Queridos todos:

Debido a que mañana SDQ nos encontraremos en Roma, para participar de la ceremonia de canonización de SS Juan Pablo II y Juan XXIII que tendrá lugar el Domingo, DM, he querido incluiros el Evangelio del Domingo, seguidamente del que tiene fecha del Sábado. Espero que esto no os cause ninguna molestia. Un saludo a todos.




Evangelio según San Marcos 16,9-15. (SÁBADO)



Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios.
Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban.
Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.
Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado.
Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.
En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado.
Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación."


COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Marcos, como veréis, recopila un apretado sumario sobre las apariciones del Resucitado, que ya hemos comentado en textos precedentes. Estos versículos tienen un estilo distinto al resto del Nuevo Testamento, y es posible que el evangelista siguiera de cerca un documento, o bien que lo añadiera a última hora, una vez finalizada su obra. Sea como sea, nuestra certeza de encontrarnos ante un pasaje inspirado, no admite dudas; porque viene certificado por la regla de canonicidad de la Iglesia, que tras verificar todos los documentos, emite un índice con todos aquellos que presentan los argumentos necesarios para ser considerados inspirados por Dios a los hagiógrafos. Ante las dificultades que la historia ha presentado al mundo, a mí me parece una maravilla que el Señor dotara a su Iglesia del Espíritu Santo, para que su Magisterio y su Tradición acompañaran al Pueblo de Dios en la seguridad del tiempo, completando con su explicación la luz de la Palabra. Así, ese Dios que nos conoce tan bien, ha evitado a los católicos la posibilidad de caer en el error y la disputa doctrinal; que nada tiene que ver con la discusión teológica, que aclara y aúna las creencias.

  El acento de este relato está puesto, sin duda, en la primera incredulidad de aquellos apóstoles que hacen caso omiso de las palabras de María Magdalena y de los discípulos de Emaús. El Señor quiere que comprendan que, a partir de ahora, el mensaje de la fe que van a transmitir, estará basado en la confianza que pongan los otros, en su experiencia. Que ni las mujeres, ni sus compañeros, tenían motivos para mentir, y aunque les pareciera un hecho increíble y extraordinario –que lo era- sólo se cumplían las promesas que tantas veces Jesús les había anunciado. Por eso les reprocha su incredulidad y la dureza de su corazón; porque justamente ahora, cuando va a enviarlos a cumplir la misión que como Iglesia les ha encomendado, les pedirá que requieran a las gentes de todo el mundo y condición, que crean lo que sus ojos vieron y sus oídos escucharon. Y  pedirá, a cada uno de ellos, que den testimonio de su fe, con sus hechos y con su propia vida.

  Esa Iglesia naciente descansará en la fragilidad del ser humano y en la inmensa grandeza divina, del Espíritu Santo. Cristo escogió personalmente a aquellos hombres; los llamó por su nombre, con sus defectos y sus limitaciones para que transmitieran la verdad del Evangelio y la necesidad del Bautismo, para alcanzar la salvación. Y quiso quedarse entre nosotros, con la entrega de los Sacramentos a su Iglesia, para que cada uno, en libertad, elija ser partícipe, o no, de su redención. Tú y yo formamos parte de ese Cuerpo de Cristo, de ese Nuevo Pueblo de Dios que peregrina en la tierra; y que se encuentra en cada situación, lugar o espacio, donde participa un cristiano de su día a día habitual.

  El Maestro nos ha enviado a predicar unidos con, cómo y en la Iglesia, la revelación de Dios al género humano; y la necesidad de participar de la vida sacramental, para alcanzar la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y como veis, no es una excusa alegar que tenemos miedo, o nos sentimos incapaces, porque Jesús nos advierte que la fuerza del mensaje y el resultado de su predicación no vendrán de nosotros, sino de Dios. Sólo somos el medio que el Señor ha escogido –Él sabrá porqué- para participar a nuestros hermanos, la alegría de la Resurrección.





Evangelio según San Juan 20,19-31. (DOMINGO)


Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".
Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!".
Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.
Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Juan, sobre la aparición de Jesús glorioso a sus discípulos y la efusión del Espíritu Santo sobre ellos, viene a equivaler a la narración de san Lucas, en los Hechos, de la Pentecostés. Ya se había cumplido el plan salvífico de Dios para los hombres, pero ahora era necesario, para que pudiéramos participar de la naturaleza divina del Verbo, que nuestra vida fuera transformada y elevada; y así alcanzar la santidad. Y eso sólo era posible, si se nos comunicaba el Espíritu Santo. Él es ese gran desconocido, la Tercera Persona de la Trinidad, que nos imprime la Luz, la Fuerza y la Gracia, para ser capaces –sin mermar nuestra libertad- de luchar para alcanzar nuestra redención.

  La misión que el Señor da a esa Iglesia naciente, de su sacrificio y entrega, es la transmisión del Evangelio y el poder de perdonar los pecados; instituyendo el sacramento de la Penitencia. Sabe el Señor de nuestra fragilidad; sabe que aunque nuestro deseo es bueno, nuestra voluntad es débil. Sabe que, aunque le amemos, dialogaremos con la tentación y, más de una vez, sucumbiremos a los susurros del diablo. Y así como toda su vida ha sido una entrega amorosa a los hombres, ahora, al final de su caminar terreno y principio de su presencia sacramental, Jesús sigue concediéndonos su misericordia para que podamos arrepentirnos y reconducir nuestra existencia a su lado.

  Sabe que caeremos, y por eso nos espera en la confesión para ayudar a levantarnos. Pero no sólo hará eso, sino que cuando humillemos nuestro orgullo en el sacramento del Perdón, nos infundirá en el alma la fuerza necesaria para poder luchar, con más acierto, contra los pecados de los que nos acabamos de confesar. Por eso recurrir a la Penitencia y hacer borrón y cuenta nueva ante el amor de Dios, es un regalo divino que devuelve al hombre la paz, la alegría y la esperanza. Sólo nos pide el Señor que, arrepentidos, tomemos la decisión de ir, literalmente, a su encuentro; donde nos espera como Iglesia, para entregarnos su absolución. Y como la Iglesia es eterna, esa efusión del Espíritu Santo es, evidentemente, comunicada a los legítimos sucesores de los apóstoles, para que reconcilien en el tiempo a todos los caídos en pecado, después del Bautismo.

  Sigue el texto con esa narración maravillosa, donde cada uno de nosotros se ha podido sentir identificado, en algún momento de nuestras vidas. Tomás es el ejemplo claro de todos aquellos que han dudado del Hijo de Dios; pero que una vez que se han convertido, lo han hecho sin reservas. Jesús manifiesta nuevamente, que la fe en Él debe apoyarse siempre –hasta el fin de los tiempos- en el testimonio de aquellos que han visto la realidad divina y humana del Señor. Y como para Dios no hay casualidades, sino causalidades, que en la aparición del Maestro a sus discípulos estuviera Tomás ausente, no fue porque sí. Sólo así, por su divina clemencia, aquel que necesitaba tocar las heridas de la carne, se convirtió en testigo de la verdadera resurrección de Cristo, a través de la historia. Seguramente el apóstol no estuvo muy orgulloso de su actitud, pero la Providencia la utilizó, para que el Señor pudiera transmitirnos lo que espera de todos los cristianos: una fe que descansa en la confianza de la Palabra y en la Persona de Jesucristo, transmitida por la Iglesia naciente. Todo, nos dirá san Juan, se ha escrito para que creamos aquello de lo que ellos ya no tienen ninguna duda: que Jesús es el Mesías prometido; el Cristo anunciado por el Antiguo Testamento; el Hijo de Dios que nos comunica la fe, que nos lleva a participar de la vida eterna. Solo hace falta, que nos lo leamos; que lo escuchemos y que lo vivamos.