4 de marzo de 2014

¡Sólo a su lado!



Evangelio según San Marcos 10,17-27.



Cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?".
Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.
Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre".
El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud".
Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme".
El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!".
Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: "Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!.
Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios".
Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?".
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible".


COMENTARIO:

  Este pasaje de san Marcos, le permite al Señor exponer tres ideas que están íntimamente relacionadas entre sí. Por una parte observamos la llamada del Maestro a un joven rico, que prefiere renunciar  al seguimiento del Reino, que a tener que desprenderse de sus posesiones. Ese incidente da paso a que Jesús nos de su enseñanza sobre la trivialidad de las cosas materiales, sobre el verdadero bien del hombre: su salvación. Y, para finalizar, anima a sus discípulos recordándoles que aquello que es imposible a la naturaleza caída de los hombres, es posible si contamos con la Gracia de Dios.

  A primera vista parece que el hombre que corre hacia el Maestro y se pone de rodillas delante de Él, es una persona dispuesta a todo; segura de sí misma  y convencida de que cumple fielmente la Ley de Dios. Pero Jesús, que bien conoce el corazón de las personas, le pide que renuncie a poner su seguridad en sus pertenencias. Que sea capaz de desprenderse de todo y descansar en manos de la Providencia divina. Que abandone lo que le ata a sí mismo, en miras de poder volar ligero de equipaje, hacia Dios Nuestro Señor.

  Le solicita lo mismo, que a aquellos primeros a los que llamó al pie de sus barcas. Le mira con el mismo amor con que lo hizo a esos pescadores, que tejían sus redes. Le insta a seguirle, con la misma autoridad con la que se lo pidió a sus Apóstoles. Pero el Señor no fuerza nuestra libertad, y la actitud del joven nada tiene que ver con la que surgió del corazón de Pedro, Juan o Andrés. Ellos amaron a Cristo, aprendieron su mensaje y compartieron su misión; y ese amor motivó la entrega generosa que les ayudó a corresponder a la convocatoria divina.

  Nos avisa san Pablo, en Colosenses, que para seguir a Cristo hemos de mortificar lo que hay de terrenal en nuestros miembros: la fornicación, la impureza, las pasiones, la concupiscencia mala y la avaricia, que es una idolatría. Todos esos desórdenes que nos impiden situar las cosas en su justa medida. No es que sentir sea malo, al contrario; pero si ese sentimiento se desbarajusta, nos quita la libertad y nos entorpece en el camino a la santidad, claramente, debe ser erradicado. Disfrutar de lo que Dios nos ha dado, es dar gloria a Dios de sus bienes; pero teniendo muy claro que todo lo que gozamos en esta tierra, es un usufructo divino que debemos estar dispuestos a entregar. Que las riquezas no son un fin, sino un medio –como todo lo que el Señor nos da- para ayudar a nuestros hermanos y conseguir un mundo mejor. Que el apego a las cosas de este mundo, sobre todo a los bienes  materiales, es una verdadera idolatría que nos impide el acceso al Reino de Dios; porque nuestra seguridad  descansa en lo que tenemos y no en lo que verdaderamente somos: criaturas dependientes de la voluntad de Dios. Y nos dice el Evangelio, que aquel muchacho se fue entristecido; nada raro, porque el que renuncia a su vocación, a la llamada divina, pierde la alegría al negarse a entregar su libertad al Señor.

  Pero no os asustéis si al mirar en vuestro interior comprobáis  lo poca cosa que somos; ya que a veces nos resulta imposible renunciar a cualquier tontería sin importancia, por considerar que es un bien preciado para nosotros. El Señor cuenta con ello; y es por esto que nos dejó en la Iglesia, la fuerza de los Sacramentos. Sólo al lado de Jesús, como le dice a san Pedro, seremos capaces de resistir la tentación y responder afirmativamente a sus deseos. Sólo a su lado seremos fieles… Sólo a su lado.